Este artículo se publicó hace 11 años.
El desahucio acecha a 'los niños de la guerra' en Moscú
El Centro Español de Moscú, sede cultural y punto de encuentro de los más de 3.000 menores que partieron hacia Rusia entre 1937 y 1939, debe pagar 9.000 euros antes de abril para evitar el cierre tras perder las ayudas econ&oacu
Alejandro Torrús
La mayoría llegaron en barco a Leningrado en el verano 1937. Eran alrededor de 3.000 niños entre 2 y 16 años. El viaje a la Unión Soviética no debía ser para ellos más que unas breves vacaciones para escapar de la Guerra Civil española, tal y como les contaron sus padres. Salieron, principalmente, de Euskadi, Asturias y Valencia. Las 'vacaciones', sin embargo, se prolongaron un mínimo de dos décadas más de lo esperado. Algunos nunca regresaron y crearon una nueva vida en la URSS. Ahora, los cerca de 120 'niños de la guerra' que permanecen en Rusia deben afrontar un pago de 9.000 euros para evitar el cierre del Centro Español de Moscú, punto de encuentro desde 1965 de estas ya octogenarias víctimas de la Guerra. El Estado español que retiró las ayudas en 2010, de momento, no responde.
“Si nos quitan el centro desaparecemos de la faz de Rusia. Es como nuestra madre”, explica Francisco Mansilla, presidente del centro, a Público.
La comunidad española de 'niños de la guerra' fue la única familia para la mayoría de ellos y el Centro Español de Moscú, antigua sede del PCE reconvertida en centro cultural en 1965, su último suelo patrio. El único rincón de toda la Unión Soviética donde el español era la lengua oficial, el flamenco la música por excelencia y el dominó el juego de la sobremesa. Desde su apertura, miles de personas han acudido allí para aprender castellano, conocer a la comunidad española o cursar clases de bailes folclóricos. El Centro Español es una casa para ellos, pero también es una porción de España para todo visitante.
La crisis económica y el paso del tiempo, sin embargo, han acentuado el olvido de las instituciones del Estado español, que han denegado al Centro Español de Moscú toda subvención. "Se olvidaron de nosotros durante 40 años. Después hicieron el amago de hacernos caso. Ahora, parece que nos dejarán morir en el olvido", se lamenta Vicente, que se pregunta si España pedirá perdón alguna vez por “romper” sus familias.
El naufragio económico llegó en 2010 cuando el Imserso denegó la subvención solicitada por el Centro Español. Desde entonces, el Centro está siendo financiando con las exiguas pensiones de 'los niños de la guerra', pero la dinero ya no da para más. En 2012, el lehendakari Patxi López se comprometió a una partida de emergencia de 10.000 € que, finalmente, quedó sin tramitar. Con el cambio de Gobierno en Euskadi, los 'niños de la guerra' solicitaron ayuda al PNV, que les ha recomendado volver a iniciar los trámites legales. Por su parte, el Partido Popular no sabe, no responde.
El tiempo, sin embargo, juega en su contra. En abril, el Centro Español debe abonar el alquiler de un nuevo trimestre, alrededor de 9.000 euros contando los gastos generales de luz, teléfono y mantenimiento. De lo contrario, no tendrá más alternativa que echar el cierre al local y con él una parte fundamental de la memoria de España.
Sin billete de vueltaLa larga travesía hacia el olvido de estos españoles en perpetuo exilio comenzó en 1937. Los más de 3.000 menores que llegaron a Rusia huyendo de la Guerra Civil fueron alojados en las llamadas 'Casas de niños españoles', residencias donde recibían educación y alimentos. La Unión Soviética procuró una carrera universitaria al que deseara estudiar y un oficio industrial a los que preferían trabajar desde temprano. A pesar de las circunstancias, muchos de ellos reconocen haber sido unos privilegiados por el trato recibido de las autoridades soviéticas, sobre todo si se comparan con los derechos del pueblo ruso.
Patxi López comprometió una ayuda de 10.000 euros que no tramitó
Sin embargo, la tragedia iba por dentro: su vida era un exilio sin retorno. En España, sus padres dieron por muertos a muchos de ellos y en la URSS los niños crecían olvidando por segundos el rostro de la madre que los despidió llorando en un puerto bajo el estruendo de las bombas. En su memoria se entremezclan las imágenes de destrucción, hambre, bombas incendiarias y eternos viajes de huida en barco y tren.
Han vivido la Guerra Civil cuando aún eran demasiado pequeños para entender qué estaba ocurriendo, pero también padecieron el horror de la II Guerra Mundial. Muchos de ellos, a pesar de su corta edad, tuvieron que trabajar en la construcción de aviones y armamento militar en la Unión Soviética. Se trataba de derrocar al fascismo, y la victoria de la URSS también les acercaría a su victoria personal: regresar a casa junto a papá y a mamá.
La guerra finalizó, pero su victoria no llegó y tuvieron que permanecer en 'el país del proletariado' hasta, como mínimo, la década de los 50 y 60.
Francisco Mansilla. 87 años. MoscúFrancisco Mansilla es el presidente del Centro Español de Moscú. Su vida está ligada a la ciudad rusa desde los 11 años hasta el final de sus días, asegura. Ya no volverá a España. “Estoy mayor para aviones y la edad no se cura”. A pesar de ello, mantiene un perfecto castellano sin acento. Se muestra orgulloso de ello. “No nos paso como a los exiliados franceses que hablan un español raro”, bromea Mansilla que asegura que la razón de conservarlo es el Centro Español de Moscú. "El centro es el principal artífice de que los españoles hayamos sobrevivido todos juntos. Aquí tenemos nuestras reuniones, bailes, fiestas, etc. El centro es como nuestra madre. Sin él nos perdemos. Seríamos islas dentro de Rusia”, afirma.
La vida de Mansilla refleja la dureza de una época en la que comer a diario era cosa de clases sociales. Con 10 años fue internado en un centro de menores en Madrid. Era el mayor de cinco hermanos y su familia no podía alimentarlos a todos. Su madre tuvo que elegir y Francisco era el mayor. No obstante, en el centro de Madrid estuvo apenas unos meses. En octubre de 1936 el ejército de Franco se aproximaba a Madrid y los niños fueron trasladados a Gandía (Valencia), donde Francisco guarda uno de sus mejores recuerdos de la infancia: la guerra de naranjas con el resto de niños. Allí, “un señor ruso” preguntó quién quería ir a la Unión Soviética. Él levantó la mano. “Francisco, te vas al paraíso del proletariado”, le decía su padre. “Lo que él no sabía es que aquello era el infierno del proletariado”, asegura.
Mansilla sólo ha regresado a España como turista. En la Unión Soviética terminó sus estudios como Ingeniero agrónomo, se casó con una mujer rusa y tuvo un hijo, que también vive en Moscú. Cuando pudo regresar a España en 1956 sus suegros enfermaron de gravedad y decidió quedarse allí para cuidar de ellos. “En Rusia, siendo extranjero, mucha gente pensaba que eras agente de la CIA. Ellos me ayudaron enormemente y cuando enfermaron yo no podía olvidar lo que habían hecho por mi. Era un crimen marcharme”, asegura.
Araceli Ruiz. 88 años. Gijón.La vida de Araceli podría protagonizar cualquier película de Hollywood. La recita de carrerilla. Con fechas, calles y compañeros de batalla. Cuando apenas tenía 15 años recorrió media Unión Soviética huyendo de la guerra, se licenció por partida doble como ingeniera técnica de Construcción de Puentes y Carreteras y licenciada en Economía y trabajó como soldadora de aviones soviéticos durante la guerra; como capataz de un batallón encargado de reconstruir la Plaza Roja y alrededores; como traductora de soldados soviéticos en Cuba durante cinco años (1961-1966) donde conoció a los Castro y al Che Guevara; en el ministerio de Economía soviético y en el Comité Estatal de Radio y Televisión donde transmitían para America Latina.
En 1980, regresó a España junto a sus dos hijas. Tenía 56 años. Poco le sirvieron entonces sus dos carreras y su dilatada experiencia profesional. El único trabajo que pudo ejercer fue de empleada de hogar. “Se juntaron dos factores: era mujer y mi experiencia académica y profesional era soviética. No me querían en ningún lado”, asegura. Su vida, dice, ha sido una continúa lucha. “No me han dejado otra salida. Ahora con 88 años me gustaría descansar pero tengo que seguir luchando por mis nietos y por el Centro Español de Moscú”, confiesa. La batalla de Araceli arrancó en septiembre de 1937 cuando con 13 años embarcó en un navio de carga francés junto a sus cuatro hermanas y más de 1.000 niños asturianos con destino a Leningrado. La acogida -recuerda- fue fantástica. “Nos recibió casi todo el pueblo. Había banderas de la República y pancartas que decían: "Bienvenidos niños del heroico pueblo español”, rememora.
En Rusia conoció a su marido, también asturiano, quien falleció en 1975, meses antes de la muerte de Franco. “Cuando estaba ingresado en el hospital ya muy malito él se preguntaba si viviría lo suficiente para ver la muerte de Franco. No le dio tiempo”, se lamenta Araceli. No fue hasta 1964 cuando se reencontró con sus padres en Cuba y gracias a la intermediación del entonces ministro de Industria, Ernesto Guevara, el 'Che'. Hasta entonces, el único contacto que había mantenido era a través de cartas que viajaban de Moscú a Brasil, después a Argentina y a España. La hermana de Araceli, Cocha, trabajaba en aquel entonces en el ministerio en La Habana . Guevara, sorprendido por su origen español, le preguntó por su historia. “Galleguita, ¿qué hacés acá?, le preguntó.
Conmocionado tras conocer la historia de la familia de Araceli, Guevara movió los papeles pertinentes para permitir que los padres de Araceli viajaran a la isla durante cuatro meses. “Guevara era una persona magnífica. La mejor de todas. Fidel (Castro) es un grandísimo orador y desprendía carisma. Sin embargo, Raúl (Castro) era mucho más serio y reacio a toda relación”, recuerda. Su vida, asegura, ha estado guiada por un refrán ruso: 'Debajo de una piedra asentada no pasa el agua. Hay que levantar la piedra, dice el refrán. Mi vida ha sido un continuo levantar piedras”, concluye.
Manuel Arce es cirujano especialista en neurorradiología. Desde su señorial casa en Paseo de la Castellana recuerda cómo su madre, sola al cargo de tres niños mientras su marido batallaba en la guerra, había oído que se estaba preparando una expedición de niños a la Unión Soviética “para tres o cuatro meses”, hasta que terminara la guerra. “Nadie, ninguna madre pudo imaginar jamás que la separación iba a durar 20, 30 años o más, o que, en el peor de los casos, no iba a ver a sus hijos jamás”, asegura. En su caso, la separación duró dos décadas.
Manuel viajó en el mismo barco que Araceli, el 'Habana', embarcación que fue perseguida por el buque de la armada franquista 'Almirante Cervera' hasta que consiguió llegar a aguas internacionales. Allí los recogió el 'Sontay', un buque mercante con tripulación rusa y china. El 22 de junio de 1937 llegaron Leningrado. Justo cuatro años después, comenzaría la II Guerra Mundial. Manuel recuerda su estancia en la Casa de niños nº 5 en Óbnisnkoye y los ensayos de alarmas aéreas para preparar a los menores ante posibles ataques aéreos.
“Estas alarmas aéreas fueron como un juego hasta que un día nos bombardearon de verdad. La primera bomba que cayó cerca del bloque donde vivíamos me pilló durmiendo en mi cama, ya que aquel día no hice caso de la alarma pensando que era un ensayo más”, recuerda. La guerra, como para el resto de niños, fue para Manuel un éxodo continuo. Desde Óbnisnkoye a Básel, Alexéyevka y Orlovskóye en la región de Sarátov en el Volga, y finalmente a Najábino, nuevamente cerca de Moscú. Pero no fue en la guerra donde sufrió su mayor accidente. En 1943, de camino al trabajo el tranvía en el que viajaba descarriló y perdió las dos piernas.
Su vida, como la de otros tantos, transcurrió de casa en casa de niños españoles hasta la edad de estudiar. Primero fue técnico de radio y después ingresó en la Universidad de Medicina. En 1956, cuando estaba en tercer curso, se permitió el regreso por cupos de los 'niños de la guerra'. Manuel regresó en la tercera expedición. Pero no tardó en retornar. Apenas un año después y burlando los controles fronterizos volvió a Rusia para finalizar la carrera de medicina y especializarse en neurorradiología.
Finalmente, el 1 de marzo de 1966 regresó a España donde solamente había dos médicos de su especialidad. Trabajó para el Hospital La Paz, se licenció en Odontología y abrió una empresa para la comercialización de productos en Rusia. No obstante, la actividad más preciada fue la creación de la 'Fundación Nostalgia', de la que es presidente y mediante la cual consiguió una pensión para los 'niños de la guerra' que aún permanecen en Rusia y un viaje gratis al año a España con el Imserso (privilegio que también han perdido).
Vicente Ramos. 83 años. BasauriA sus 82 años, Vicente Ramos (el segundo comenzando por la derecha) sigue recordando a diario la figura de su padre, minero del valle de Somorrostro, y de su madre. De hecho, su fotografía preside el salón de su casa en Basauri (Euskadi). La primera vez que les vio, “con pleno uso de razón”, fue en 1957 cuando Vicente ya había cumplido los 26 años. Fue en un hostal de Hendaya que regentaba Dolores, una mujer española. Apenas pasaron dos semanas juntos. Allí pudo conocer a dos hermanos que nacieron después de su partida. El hermano que partió con él hacia la Unión Soviética murió durante la II Guerra Mundial.
Vicente tenía seis años recién cumplidos cuando embarcó en el 'Habana' con destino a Leningrado. Del largo viaje apenas recuerda algunas escenas como los interminables juegos con el resto de chavales de la expedición. Vicente, afirma, no era consciente de la tragedia que estaba viviendo su familia en ese momento. Vivía tranquilo porque su hermano le protegía. Poco tiempo después, cuando él tenía 10 años, su hermano murió y, entonces, se hizo mayor de repente. Estaba solo en la Unión Soviética.
En el país socialista Vicente finalizó sus estudios como ingeniero agrónomo, primero, e ingeniero de Obras Públicas, después. Mientras habla en un perfecto español se escucha una voz femenina inteligible de fondo. Vicente responde en ruso. “Es mi mujer. En casa siempre hemos hablado en ruso ya sea aquí o en Rusia”, asegura. Con ella, Vicente ha tenido dos hijos. El mayor vive en Catalunya, la pequeña sigue en Rusia donde ha formado familia. “Esta es la tragedia de mi familia. Siempre hemos estado divididos”, reconoce.
Vicente retornó definitivamente a España en la década de los 90. Antes, en los 60, lo intentó junto a su mujer, embarazada de su hija, y con su hijo siendo un niño. “Fue imposible adaptarse”, reconoce. “Las diferencias culturales eran casi insalvables. Más allá de que no reconocían mis estudios, la vida era muy diferente. Simplemente un detalle sirve para explicarlo. A mis padres tenía que llamarlos de usted. En la Unión Soviética ya no se llevaba eso”, señala.
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