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Los hijos del 15-M en Catalunya, diez años después de desbordar las plazas

Una década después de las acampadas que sacudieron a una generación, algunos de sus protagonistas vuelven a la plaça de Catalunya de Barcelona, epicentro catalán del movimiento. Opinan que impulsaron cambios, pero piensan que todavía quedan metas por alcanzar ante una nueva crisis.

La ‘indignadas’ Anna Masqué vuelve a sentarse en la plaça de Catalunya.
La ‘indignadas’ Anna Masqué vuelve a sentarse en la plaça de Catalunya. MONTSE GIRALT

"Fue un soplo de aire fresco". "Una impugnación a la vieja política". "Una eclosión de esperanzas". "Una ilusión colectiva". "Un punto de inflexión". "Una catarsis". Los recuerdos se desparraman incontenibles, diversos, algo caóticos y libres, igual como brotaron las acampadas hace diez años por el descontento con la clase dirigente que atravesaba al país entero y arrojaba a la calle una juventud condenada a la precariedad. Se cumple una década del 15-M, el estallido de idealismo que canalizó la rabia por la austeridad y la desafección en un movimiento tan desbordante como heterogéneo, aglutinado al grito de "No nos representan".

Aunque se fue apagando sin líderes ni demandas precisas, el clamor caló, alteró el mapa político y amplificó el eco de reivindicaciones que aún reverberan en una sociedad que tirita con otra crisis. "Nací políticamente aquí, en plaza Catalunya", confiesa Joan Manel Ardura, en el epicentro de la protesta de los indignados en Barcelona. Evoca su vivencia iniciática sentado en el suelo, como cuando hirvieron unas asambleas multitudinarias en el centro de la ciudad.

"Decían que era un movimiento juvenil, pero yo ya tenía 37 tacos. Llevaba un año en paro y lo vi por la tele. Qué cosa tan rara, pensé. Cogí la moto y me acerqué. Era maravilloso. Se hablaba abiertamente de política, de injusticias sociales, de todas esas historias que no se contaban en la tele ni en las familias", destaca.

Ardura se plantaba temprano en la plaza y pasaba la mañana montando instalaciones que albergaban debates y actividades improvisados sobre la marcha. "Las asambleas me las miraba de lejos. Había discursos muy interesantes, pero las ideas no las tenía entonces muy claras. Mi papel era hacer de hermano mayor para ayudar a los chicos", atestigua. Aunque no osara agarrar el micro, el entusiasmo se le contagió: "Pensaba que, si seguíamos creciendo así, en una semana nos daban el poder".

"Tenía 23 años y fue un subidón. Creíamos estar cambiando cosas y haciendo historia", reconoce Anna Masqué, que acampó en la plaza Catalunya. Sentía pertenecer a una generación ignorada que, sin previo aviso, había tomado "la sartén por el mango": "Fue una forma de demostrar que no éramos futuro sino presente, y que teníamos mucho que decir".

Masqué se involucró en las comisiones que trataban de ordenar la marea de ideas en que se sumergieron y con las que componían "de la nada" un ágora que nadie sabía "qué era ni adónde iba". "Me flipaba el respeto, que pudiéramos ser 300 personas y escuchar. Y eso que no teníamos nada claro... Se concretaba poco, pero íbamos construyendo un ideario colectivo anticapitalista y de izquierdas", recuerda.

De la calle al poder

"El 15-M fue el acontecimiento político más importante desde la transición", dice Jaume Asens

Mientras las concentraciones se diluían, parte del movimiento se articuló en formaciones neófitas. De la grieta abierta por el 15-M emanaron Podemos y los comuns, los triunfos de Ada Colau en Barcelona, Manuela Carmena en Madrid y las demás alcaldías del cambio, y la irrupción de la CUP en el panorama catalán.
"El 15-M fue el acontecimiento político más importante desde la transición. Nos recordó que no hay democracia sin protesta y, después, varió para siempre el escenario político español", opina el presidente del grupo de Unidas Podemos en el Congreso, Jaume Asens. "Si hablamos ahora de regular alquileres o de una reforma fiscal progresiva es porque una mayoría golpeada por la crisis puso sus demandas en la agenda política", sostiene el portavoz de Podem Catalunya, Lucas Ferro.

Las movilizaciones reafirmaron convicciones, como las de Jose Téllez, que se vinculó a la campaña que aupó a la CUP al Parlament en 2012 y llegó a teniente de alcalde en Badalona en 2015: "Me había formado en grupúsculos de la extrema izquierda marxista, con unos discursos muy clásicos. Del 15-M me atrajo la forma de comunicar mensajes muy antiguos con un lenguaje muy nuevo, que llegaba a mucha gente joven". Téllez percibe que las apariencias en política se han renovado "mucho" desde entonces –"todos los partidos hablan diferente y procuran al menos transmitir que son más horizontales de lo que son"–, pero es escéptico en cuanto a que se afiancen reformas profundas "sin un contrapoder fuerte en la calle". Además, cree que Podemos y los comuns han desencantado a su militancia primigenia: "Para encontrar a la gente del 15-M se debe mirar más a los movimientos sociales que a los partidos, porque ahí ya quedan muy pocos".

"La institucionalización de estos partidos ha hecho que desaparezca mucho de lo que se planteaba el movimiento social al nacer", evalúa Jordi Muñoz, politólogo de la Universitat de Barcelona (UB), quien considera que el viraje es más evidente en los comuns: "ICV, con su forma de hacer y su tradición política anterior al 15-M, ha acabado ganando mucho peso en ellos, y Colau se ha sentido más cómoda en la participación institucional que Pablo Iglesias".

"Podemos destruyó todo el bagaje político del 15-M, con el que no tuvo nada que ver", carga Simona Levi, impulsora de 15MpaRato, que promovió la querella que desencadenó el caso Bankia y el encarcelamiento de su expresidente Rodrigo Rato. Para la activista por los derechos digitales, la formación "manipuló" valores como la transparencia o la participación, intrínsecos a la oleada de 2011 y que equipara con los principios del Mayo del 68 francés: "Perdurarán aunque hayan sido tergiversados".

"Venimos del 15-M, pero nunca hemos pretendido representarlo", puntualiza Asens, que concede que "gobernar implica asumir contradicciones": "Lo vimos en el Ayuntamiento de Barcelona y ahora aún más en el Gobierno del Estado. Hacer oposición es más épico, pero gobernar obliga a hacer viables tus propuestas y confrontarlas con la realidad. En el Gobierno de coalición tenemos una posición minoritaria que nos marca límites. Creo que es visible qué pasaría si la ciudadanía nos hubiera dado un apoyo mayoritario y no al PSOE".

Tras acariciar el sorpasso a los socialistas, Podemos y comuns han perdido electorado. "En la medida en que no somos capaces de conseguir objetivos, nos lastramos", analiza Ferro, que reprocha al PSOE ser "reticente a asumir las demandas del 15-M". Además, defiende que se requería de "una cierta verticalización" en la toma de decisiones en Podemos: "No es lo mismo un movimiento social que un partido, pero las propuestas del 15-M contra los recortes o la precariedad laboral y en vivienda pueden ser traducidas en acción de gobierno".

"El gran reto es cómo mantener formas innovadoras y horizontales de organización, en complicidad con la calle y con una fuerte presencia institucional. El aprendizaje sigue abierto", observa Ricard Gomà, politólogo de la Universitat Autònoma de Barcelona y teniente de alcalde de ICV en la capital catalana cuando las acampadas. En todo caso, valora que "haber superado el bipartidismo, haber formado un gobierno de coalición en el Estado o estar dando pasos para redefinir el espacio de la izquierda" constata que el impacto del 15-M es "intenso y perdurable".

Despertar social

Los movimientos sociales también se reavivaron a partir de mayo de 2011. "Se perdió miedo a la desobediencia civil y, con acciones pacíficas, festivas pero a la vez reivindicativas, se extendieron y se hicieron masivas las protestas para parar desahucios", subraya Lucía Delgado, portavoz de la Plataforma de Afectados por la Hipoteca en Barcelona. Aunque preexistente, la PAH se catapultó con el 15-M: "Fue un catalizador. Ayudó a que muchas familias se acercaran a nosotros y a cambiar el discurso de que eran culpables de su situación por otro en que eran víctimas de una estafa hipotecaria y los culpables eran los bancos".

El malestar afloró con el inicio de los recortes en políticas sociales. De ahí que unos 600 manifestantes trataran de impedir el acceso a los diputados al Parlament en junio de 2011. "El 15-M hizo tomar conciencia de que las leyes pueden ser injustas. Llevó a cambiar la simple protesta por acciones de desobediencia colectiva", enfatiza Enric Feliu, portavoz de la Marea Blanca, que promovió la ocupación de servicios sanitarios para impedir que cerraran por los recortes. "Sin el 15-M, no se habría visto después un movimiento tan potente en defensa de la sanidad pública", intuye.

"El 15-M se explica porque se pretendió que asumiéramos el coste de la crisis con la austeridad, pero señaló también al poder político, al que dijo que no respondía a las necesidades de la ciudadanía, sino a las del mercado", teoriza Clara Camps, socióloga de la UB. Añade que la contestación fortaleció "enormemente" a los movimientos sociales y preludió acciones de rebeldía posteriores, como la reacción feminista por la primera sentencia contra La Manada o los comités de defensa del referéndum del 1-O. "Hemos vivido una etapa en que la ciudadanía ha reclamado más democracia en los términos más profundos", concluye.

Aquel resurgimiento insufló optimismo en sectores a menudo faltos de militantes. "En otras cosas éramos cuatro y todo costaba. Aquello me abrió al activismo en las redes sociales, e hizo que mucha más gente esté en luchas concretas, a las que dieron más pluralidad y también una visión feminista", asegura Núria Comerma, del Sindicat de Llogateres. "El 15-M no se ha desvanecido, se ha atomizado en muchas plataformas que combaten en el territorio por objetivos precisos plantando cara al sistema", ensalza Francesc Alfambra, ligado al ecologismo desde hace 30 años.

Tras 12 días a la intemperie, los Mossos arremetieron contra los concentrados mientras se deshacía el campamento. Hubo 121 heridos. "Entraron los camiones de basura y lo tiraron todo. Lloré mucho, nos arrancaban algo que funcionaba", rememora Masqué. Solo prosperaron las denuncias contra el responsable del operativo, Jordi Arasa, identificado en las cargas contra manifestantes pacíficos. Acumula una condena por aporrear sin justificación a David Fernàndez –luego diputado de la CUP– y una pena de dos años y cuatro meses de prisión por golpear a otros cinco denunciantes, incluido Ardura: "Fue una victoria pírrica. Nadie más ha pagado por eso. Recibí en brazos, piernas y hombros. Aquel día se me hundieron bastantes ideas sobre la policía y me marcó políticamente".

Visto con perspectiva, Masqué y Ardura admiten cierta ingenuidad y que la inconcreción los desdibujó. "Luchábamos contra Goliat, pero fue una experiencia que nos hizo reflexionar y nos cambió", extrae Masqué. "Logramos que las cosas no fueran tan mal como hubieran ido si no hubiéramos estado", deduce Ardura, otra vez sentado a ras de plaza, donde la vida vuelve a hormiguear como anticipo del fin de la pandemia.

Conviviendo con el Procés soberanista

El politólogo Ricard Gomà ve "interrelación" entre el 15-M y la movilización soberanista, las "grandes oleadas de cambio" del último decenio, dice. "Hay puntos de contacto, pero el independentismo tomó fuerza antes, con las consultas de 2009 a 2011", apunta Jordi Muñoz, que ve la extensión de Cs y luego de Vox como reacciones indirectas al 15-M.

¿Terreno abonado para un nuevo 15-M?

Trabajo precario, juventud desempleada, problemas de vivienda… El caldo de cultivo del 15-M se asemeja a la actualidad. Tras la agitación por el encarcelamiento del rapero Pablo Hasél, queda la incógnita sobre si la contestación social puede volver a prender. "No es que haya espacio para un nuevo 15-M, es que quizá la lucha social deviene más dura porque la situación económica empeorará", teme Enric Feliu. "El 15-M ha sido intoxicado y pervertido. Debemos crear un imaginario nuevo", plantea Simona Levi, que no descarta una "rearticulación diferente" de la protesta en la pospandemia. "Hay nuevos temas: la crisis ecológica, existe un descontento profundo de unos jóvenes que no ven claro su futuro y el feminismo ha calado", enumera Clara Camps. "Hay miedo al futuro, y eso vuelve a la gente más insolidaria y conservadora. Es lo contrario al espíritu del 15-M", lamenta Jose Téllez. "Una experiencia brutal como acampar un mes para cambiar el mundo queda para siempre y puede resurgir en cualquier momento", confía Núria Comerma.

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