Manuel Delgado, economista: "El capital financiero le ha declarado la guerra a la vida"
El catedrático de Economía Aplicada en la Universidad de Sevilla asegura en esta entrevista que la manera tradicional de entender la economía está "caducada" y propone cambiar la mirada.
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Manuel Delgado Cabeza, catedrático de Economía Aplicada en la Universidad de Sevilla, lleva toda la vida tratando de responder una pregunta en apariencia sencilla: ¿cómo es que en una tierra tan próspera como Andalucía abunda la pobreza?
La respuesta, sin duda, es compleja y profunda y a ello ha dedicado su vida académica y la mayor parte de sus investigaciones.
El pasado jueves, Delgado, nacido en La Línea (Cádiz) en 1951, recibió a Público en su casa y explicó su pensamiento, enriquecido por años de reflexión y estudio: se trata de una precisa radiografía de cómo funciona la economía convencional, el capitalismo y sus efectos sobre el territorio y quienes lo habitan, en este caso Andalucía.
¿Cómo pensamos la economía? ¿Los datos que manejamos, PIB, EPA, IPC... nos ofrecen una imagen real de lo que sucede o es un espejismo?
La economía responde a una construcción social. Esto que parece que no tiene importancia tiene en realidad unas implicaciones muy importantes. Si es una construcción social, si es algo que se deriva de la mente humana, hay una forma de entender la economía, pero podría haber por tanto otra. Esto no es algo aceptado desde la economía convencional para la que se supone que esta es la única manera de entender la economía. Sin embargo, yo diría que esta manera de entender la economía está caducada ya, porque con ella no tenemos posibilidades de resolver los problemas que hoy se nos plantean. De manera que hay que pensar en una nueva manera de entender la economía.
¿Por qué no resuelve los problemas?
Esa forma predominante de entender lo económico responde a los intereses de quien la creó, una élite conformada por el hombre blanco del norte, perteneciente a un círculo muy específico: quienes tienen el poder. Estos son los que crean y difunden una manera de entender la economía, que lógicamente nos presenta el mundo en función de sus intereses y así es como vemos el mundo. Para entender esto basta con que miremos un mapa del mundo, una representación en la que se supone que hay una objetividad, que aquello responde a la realidad y que nos preguntemos: ¿y si le damos la vuelta? ¿por qué no al revés? ¿qué razón hay para que no sea así? Nos han impuesto una representación de la realidad, que es esta, porque conviene que sea esta. De la misma manera nos han construido unas gafas para mirar la economía que nos oculta los costes sociales y ecológicos que provoca esta manera de entender lo económico y el modo en que funciona. De manera que sí. Las cifras tienen una realidad detrás, pero hay que saber interpretarla porque en Andalucía la vemos a través de las gafas que nos han construido en el Norte y que ocultan entre otras cosas la explotación a los pueblos del sur como Andalucía.
Por ejemplo, Doñana. ¿Puede aterrizar esa idea con este caso concreto?
Bueno. En el entorno de Doñana la economía convencional ve recursos para obtener valores monetarios, para obtener beneficios. Sin preguntarse dónde van esos beneficios monetarios y ocultando los costes ecológicos y sociales que se generan y que no se registran en las cuentas económicas. Es el caso, por ejemplo, de la agricultura intensiva de la fresa. El recurso agua, recurso entre comillas, claro, porque el agua es bastante más que un recurso, pero esta economía sólo lo ve así, poniendo el foco sólo en la aparición de valores monetarios. Eso nos lleva a aproximarnos a una realidad que es muy compleja con una sola dimensión. La fresa, decía, genera costes ecológicos que la economía convencional esconde: cuando perforamos en un pozo y obtenemos agua la pagamos al coste de extracción. El agricultor, legal o ilegalmente obtiene agua por la que paga lo que le cuesta llevarla hasta la finca con una bomba cuando en realidad está contribuyendo a una degradación no solo del acuífero sino en general del entorno. Eso no entra en las cuentas monetarias. Una manera de calcularlo sería introducir por ejemplo en las cuentas lo que costaría reponer el agua que se ha extraído. Volver las masas de agua a su estado anterior. Estudiosos como José Manuel Naredo y Antonio Valero que han elaborado una minuciosa metodología que permitiría calcular el coste de reposición que se llama.
¿Es el único coste que se esconde en Doñana, el ecológico?
No. Se ocultan también costes sociales que tampoco se registran en las cuentas económicas. La economía convencional supone que los salarios que se pagan son el resultado de las condiciones del mercado laboral, pero estos espacios son espacios que algunos llaman zonas de sacrificio que se degradan en beneficio del capital global. No son zonas de generación de riqueza para la población que vive en esos entornos. Los costes sociales son costes que tienen que ver con que el agricultor está presionado por parte de las grandes corporaciones de la distribución alimentaria, que compran las fresas y que son las que imponen las condiciones a esos agricultores. Deciden la cantidad, el precio, la forma, el color, el calibre… Y los agricultores no tienen posibilidades de negociar con ellos en términos de igualdad porque ahí hay una asimetría de poder. Unas pocas grandes corporaciones de la distribución acaparan los mercados alimentarios. Y esa presión también se ejerce desde otra parte: los agronegocios que venden a los agricultores, las grandes corporaciones que venden semillas, fitosanitarios, etc. Esos imponen unos precios cada vez más altos.
¿Y el agricultor en medio?
Eso es. El agricultor se encuentra ahí en una especie de pinza que va haciendo que sus márgenes vayan disminuyendo. Esto está documentado en muchos estudios. Nosotros hemos hecho un trabajo en la zona de Almería por ejemplo, que duró más de dos años con la colaboración de los agricultores.
Volvamos a los costes sociales.
Sí. El agricultor está presionado por una parte, porque lo que compra le cuesta cada vez más caro, y por otra parte, porque lo que vende lo pagan cada vez menos. ¿Cómo hace para resolver la presión que tiene sobre los márgenes cada vez más estrechos? Pues se traslada esa presión a las partes más vulnerables del sistema: el medio, el entorno ambiental y el entorno social: las condiciones de trabajo y los salarios. Se produce una sobreexplotación de los trabajadores, de los jornaleros, como consecuencia de esa presión que sufre el agricultor. Esto lleva a que la agricultura intensiva, desde el punto de vista de las condiciones de trabajo, esté en una situación a la que muchos estudiosos llaman nuevas formas de esclavitud.
El consumidor tampoco sale beneficiado, ¿no? Ahora hemos visto que los alimentos han subido de precio.
Y mucho más que el resto de los epígrafes del IPC. Una solución que se está dando es la de topar los precios, de ponerle unos límites a los precios. Eso puede ser un paliativo en un momento dado si llegan a un acuerdo al que no han llegado después de muchos meses. O sea que no hemos conseguido nada en esa línea, pero como mucho podría ser un paliativo temporalmente. Porque desde el punto de vista estructural, en un plazo más largo, no lleva a ningún sitio porque las grandes corporaciones de la distribución por un lado y las grandes corporaciones de los agronegocios por otro tienen un imperativo que es revalorizar sus acciones. Sus acciones se tienen que revalorizar en la bolsa porque en otro caso dejan de recibir el flujo de los inversores. Esta economía funciona como cuando vamos en una bicicleta; si no le das a los pedales, te paras y te caes al suelo. Estas grandes corporaciones tienen la necesidad de una expansión permanente.
El crecimiento y la expansión es fundamental para que puedan seguir funcionando en el mercado. Por eso la tendencia es que las cuotas de mercado de estas grandes corporaciones vayan creciendo a costa de echar fuera a los demás y de ahí la concentración en cada vez menos corporaciones. Es una de las reglas del juego. Estas grandes corporaciones tienen ese imperativo: tienen que conseguir su objetivo, revalorizar sus acciones y para revalorizar sus acciones –y esto es algo nuevo relativamente, está en el primer plano de la dinámica económica desde los años 80, antes no era así, pero eso sería otra conversación–, para conseguir ese objetivo se ven obligados a apropiarse de la máxima cantidad de riqueza en la cadena de valor. Y, ¿cómo se apropian de la máxima cantidad de riqueza? Apretándole a la parte más vulnerable que es la agricultura.
Lo que quiero decir con eso es que no es una opción para las grandes corporaciones. Cuando el ministro dice vamos a hablar con las grandes distribuidoras a ver si se apiadan de nosotros está ignorando cómo funcionan unas reglas del juego que no permiten que las grandes corporaciones las rompan porque se juegan la supervivencia. Eso solo lo cambiamos entrando en otra manera de entender la economía, y esto lo podemos trasladar al resto de las actividades, pero ahora estamos en la alimentaria como ejemplo. Esto lo cambiamos como podemos cambiar todo lo demás, porque cuando hablemos de economía alternativa en el caso de Andalucía estamos hablando de generar un tejido económico que esté fuera de los circuitos de acumulación. Esto hay que subrayarlo. Dentro de los circuitos en los que gobierna la acumulación de capital, la vida se degrada, la vida se deteriora o se destruye.
¿Cómo se hace eso? ¿A través de cooperativas? ¿Hay algún ejemplo de economía que funcione al margen del gran capital en la agricultura andaluza?
A través de una de una manera de entender la actividad alimentaria o el sistema alimentario absoluta y radicalmente diferente a la que prevalece ahora. Hoy la alimentación cotiza en bolsa, hoy la alimentación es estrictamente un negocio regido por la única vara que utiliza este sistema: la vara de medir del dinero. En este sistema alimentario el objetivo no es alimentar a la gente, sino alimentar el proceso de acumulación de capital de las grandes corporaciones que controlan la cadena de valor. Insisto, para construir una economía que funcione a nuestro favor tenemos que conseguir salir fuera de esta economía de la acumulación, que es también una economía de la dominación, desconectada de lo social y de la naturaleza, que se desenvuelve estrictamente en el universo de los valores monetarios. Es una economía que flota, o sea que que no tiene contacto con la realidad y es capaz de prescindir de los limites que lo real impone. Yayo Herrero ha escrito que el sistema capitalista es un sistema extraterrestre en el sentido de que es un sistema que se desenvuelve en la ingravidez.
¿Y cómo salimos de ahí? ¿Cómo volvemos a la tierra?
Lo que estoy proponiendo es una economía enraizada, en el caso del ejemplo del sistema agroalimentario, un sistema que se construya cuidando al agricultor, cuidando el trabajo en la agricultura, cuidando al consumidor y cuidando a la naturaleza. Es decir, pasar de la economía de la acumulación a la economía de los cuidados. Eso ya se está haciendo. Existen muchas experiencias, lo que ocurre es que esas experiencias no tienen ningún apoyo institucional y están absolutamente marginadas por el sistema económico y político dominante. La agroecología que es el sostén de este nuevo sistema agroalimentario, no se promueve, porque va a la raíz de los problemas y es contraria a los intereses asociados a la agricultura intensiva al servicio de la acumulación de capital.
Dígame un ejemplo en Andalucía de esta alternativa de la que habla.
En Andalucía hay muchas iniciativas que tienen que ver con ese nuevo sistema agroalimentario. Una de ellas, por ejemplo, es una cooperativa que se llama Subbética Ecológica. Esa cooperativa tiene 500 miembros. Una parte de los miembros son agricultores, pero otra parte de los miembros de esa cooperativa son consumidores. Eso está funcionando y hay muchas experiencias como esa.
¿Cómo se fijan los precios ahí?
Los precios de los alimentos en esa cooperativa se fijan en una asamblea en la que participan todos los socios. Hay una participación de los consumidores que son socios de la cooperativa y que llegan a un acuerdo con los agricultores para conseguir ese cuidado del que hablamos. Las cuatro partes a las que me refería antes [agricultor, productor, consumidor y naturaleza] Esto es absolutamente posible. Los consumidores de este modo tienen productos mucho más saludables y están contribuyendo también a que la naturaleza pueda reproducirse de manera que sea de verdad sostenible la producción de alimentos. Están contribuyendo también a cuestiones tan importantes como conseguir que seamos nosotros quienes decidamos lo que comemos, porque ahora quienes deciden qué, cómo y para quién se fabrican los alimentos está cada vez más lejos de nosotros. Y lo de se fabrican es una palabra adecuada en este caso porque la fabricación de un tomate está cada vez más cerca de la fabricación de un tornillo.
¿Al Mercadona no va a comprar, no?
(Ríe). No suelo. Voy a Gaia [un supermercado ecológico en Sevilla], que tengo que ir en coche, eso sí. Y a un restaurante aquí cerca, Estraperlo que tienen tienda también. Lo recomiendo. Mercadona tiene hoy la cuarta parte de la cuota del mercado alimentario en Andalucía; es un gigante que, como los demás, nos empobrece para engordar su poder.
Un poder enorme.
Exacto. Entonces claro, eso de decirles, miren, por qué no nos hacen el favor de bajarnos los precios… Pero estábamos en las alternativas. Esa cooperativa se puede reproducir, se puede replicar de manera que pudiera dar lugar a una manera de alimentarnos totalmente diferente. Y el tema es también que uno tiene que hacer un esfuerzo para encontrarse con la alternativa. Efectivamente eso hoy tiene algunos inconvenientes, exige una especie o un cierto grado de militancia y claro, eso quizás, en las condiciones en que vivimos hoy es posible que a algunos les parezca mucho pedir a la gente, militancia para que este sistema se pueda cambiar. Por eso una condición indispensable para poder salir de nuestra situación en Andalucía es la que proponía Blas Infante hace ya más de cien años: hace falta "que el pueblo andaluz despierte y se levante". Conciencia e implicación para transformar Andalucía en consonancia con lo que hoy el mundo necesita. En el ámbito alimentario esto se traduciría en la búsqueda de la soberanía alimentaria, que es el derecho que tienen los pueblos a decidir sobre lo que comen.
¿Esto ayudaría a fijar la población en el medio rural también? Hoy existe un problema de despoblación no solo en la meseta, sino también en algunas zonas de Andalucía, ¿no?
Estaríamos mucho más cerca de lo que pasa cuando la gente siembra lo que necesita y come productos de temporada que compra en mercados de proximidad. Este es, en efecto, uno de los elementos más importantes para dinamizar el medio rural, la soberanía alimentaria. Tengo un trabajo hecho con un compañero sobre la despoblación del medio rural andaluz en el que se puede reparar en cuáles son las pautas que tiene el éxodo rural en la actualidad, una cuestión importante porque curiosamente nos estamos aproximando desde el año 2008 cada vez más al modelo de comportamiento que tuvo la inmigración en Andalucía en los años 50. Entonces se despobló el 75% de los municipios andaluces.
Esto se reduce en la etapa que va del 81 al 2008 porque ahí tenemos sobre todo el efecto de la burbuja inmobiliaria, que es un efecto virtual, un efecto ilusorio porque es absolutamente efímero y basado otra vez en que nos estamos comiendo el territorio y tiene además como objetivo el enriquecimiento de una minoría de la población a costa del encarecimiento de la vivienda. Aquella especulación nos ha traído hasta hoy los costes: la gente hoy está mucho más lejos de poderse comprar un piso que hace 40 años. Eso es lo que estamos pagando; estamos pagando hoy los beneficios que se embolsaron los especuladores inmobiliarios en la etapa de los 80. Así funciona la economía que tenemos hoy. Claramente en contra de la mayoría.
¿Qué sucede después? ¿Por qué es similar el patrón al de los años 50?
La gente que vivía en los municipios que estaban cerca de la costa o en los municipios que estaban cerca de grandes áreas metropolitanas, como las de Sevilla, Granada y Málaga tenían la posibilidad de ir a trabajar en la construcción y volver el mismo día o el fin de semana a su pueblo. Es decir, podían seguir viviendo en su pueblo, por eso se amortiguó ese éxodo demográfico. Pero en la etapa 2008-2018 volvemos a la despoblación del 75% del territorio andaluz. Esto significa también que el 75% de los municipios andaluces pierde población.
Pero el volumen no es como el de los 50, ¿no?
Estamos todavía a una intensidad menor que la de los 50, pero la superficie de pérdida es la misma. Y con un con un agravante, que es preocupante, sobre la etapa anterior: se despueblan incluso municipios que en los años 50 no llegaron a despoblarse. Las grandes ciudades agrarias de Andalucía, Osuna, Estepa, Antequera esos grandes municipios que fueron cabeceras de comarca en su tiempo y a los que ese papel de cabecera de comarca los hizo mantenerse, ahora tampoco se libran de la despoblación. Eso es grave porque precisamente esa estructura andaluza, ese tejido de grandes ciudades ha sido una de las defensas que hemos tenido para que el medio rural al menos no se descompusiera del todo.
¿Y a dónde se va la gente hoy?
Fuera de Andalucía, y en menor medida a las grandes áreas metropolitanas de Sevilla, Málaga, Granada y Cádiz. Así que si queremos dinamizar el medio rural tenemos que implantar este nuevo sistema agroalimentario asociado a la soberanía alimentaria. Se trata de que Andalucía consiga el máximo grado de autosuficiencia alimentaria rompiendo un modelo que es perverso, que se instaló en los años 80: el modelo agroexportador, el modelo que implica que Andalucía sea una plataforma agroexportadora en manos de quienes controlan la cadena de valor alimentaria. Eso solo lo podríamos romper con la soberanía alimentaria. Y esta solución, salirse de los circuitos dominantes de acumulación de capital, la tendríamos también para la energía y para otros ámbitos. Eso sería muy importante.
¿Cómo se haría esto?
En algunas municipios hay ya experiencias de construcción de autosuficiencia energética. Pero hay que romper entonces con lo que se nos está queriendo imponer para alimentar lo que es un simulacro de transición energética. Un simulacro de transición que se dice que pretende resolver la crisis ecológica pero que sigue estando en manos de quienes en gran medida son responsables de esa crisis ecológica: las grandes compañías energéticas. Son las que están detrás de un nuevo modelo, entre comillas lo de nuevo, porque no es nada más que una prolongación de lo que había antes y que está queriendo ahora poner en marcha una apropiación a gran escala del territorio andaluz para dedicarlo a parques solares. Ya existen en este sentido proyectos que hoy suponen un porcentaje muy alto del territorio andaluz y que se dedicaría a sostener ese simulacro de transición ecológica.
¿Por qué le dice simulacro? Es algo de lo que habla el presidente de la Junta, de soberanía energética. ¿Hablan de lo mismo los dos cuando hablan de eso?
Porque esa transición ecológica se construye sobre premisas que son insostenibles. Básicamente se construye sobre la idea de que la demanda en el mundo de energía y materiales puede seguir creciendo como hasta ahora pero alimentada por energías renovables. Y eso no es posible porque como ya han mostrado muchos estudios solventes sobre el tema la potencialidad que tienen las energías renovables, poniendo su capacidad al máximo, no pasa del 30 o el 40 por ciento del consumo actual, no del futuro, el de hoy, de energía. Y tampoco es posible porque las infraestructuras y las instalaciones que requieren las renovables a esa escala se encontraría con el limite de muchos de los materiales que son necesarios. Para que la transición ecológica sea posible hay que hacer la transición económica, el cambio hacia otra manera de entender la economía a la que me he referido antes. Dentro de esta economía de la acumulación y la dominación no es posible.
Pero a Andalucía se nos ha asignado en el simulacro de transición un nuevo papel en el sistema que tiene mucho que ver con el papel que ya antes desempeñábamos: se trata de poner el territorio andaluz al servicio del gran capital, al igual que en un momento dado las compañías mineras en Europa en el siglo XIX pusieron sus ojos en un subsuelo que era muy rico. Entonces se trataba de abastecer el proceso de industrialización que tenía lugar en Europa con los minerales extraídos en Andalucía. Eso ha terminado en una ruina enorme para los lugares de extracción. Lo mismo ahora, pero con el sol. Sobre todo desde Alemania se prevé utilizar territorios como Andalucía para obtener una energía que pueda sustituir a las energías fósiles.
Eso lo consiguen con proyectos, que se están disparando ahora mismo en los municipios porque existe una agricultura que tiene unos márgenes cada vez más estrechos y les están ofreciendo a los agricultores por hectárea 1.200-1.500 euros. El que tenga 40 hectáreas, se encuentra con 60.000 euros al mes sin hacer absolutamente nada, sin correr ningún riesgo. Así se resuelven como mucho, temporalmente los ingresos de unos pocos propietarios de tierra, pero a costa de desempeñar el papel de siempre: poner el territorio andaluz a alimentar intereses que están muy lejos de Andalucía. Eso siempre nos trae pobreza. Hay una prueba, que es la prueba del algodón de cuál es nuestro modelo económico, de cuál es nuestra especialización productiva: el Instituto Nacional de Estadística ha elaborado un mapa –utilizando solo términos monetarios, los ingresos por hogar– de los municipios españoles.
Hay dos colores en el mapa, uno el azul y el azul intenso para los municipios con más ingresos, y el marrón que se va degradando a más oscuro en los municipios con menos ingresos. En el mapa los municipios andaluces están en su gran mayoría en marrón oscuro o muy intenso. Incluidos aquellos en los que se localiza en mayor medida la agricultura intensiva o el turismo. ¿Eso qué quiere decir? Que nuestra especialización nos empobrece. De manera que o pensamos en otra economía o nuestra economía va ocupando siempre los últimos lugares incluso utilizando los indicadores que se utilizan en la economía convencional.
Si se computaran también los costes ecológicos y sociales, ¿Andalucía saldría todavía peor?
Claro. Por ejemplo Madrid tiene casi un 20% del PIB español. Si a eso se le resta la parte que se extrae de recursos naturales del total de recursos naturales que se extraen en el estado español, a Madrid hay que quitarle una parte muy pequeñita porque Madrid lo que hace es apropiarse de los recursos de otros lugares y funciona como una economía metropolitana en el sentido que se da a la palabra cuado hablamos de metrópolis y colonias. Y el último lugar lo ocupa Andalucía, que funciona como colonia que proporciona materias primas a las metrópolis. Sólo con incorporar los flujos de materiales y energía (el llamado metabolismo económico) ya lo vemos todo de otra manera. Andalucía es una economía que poniendo en juego mucho patrimonio obtiene una mínima remuneración por lo que está haciendo y a cambio tiene grandes costes sociales y ecológicos que la economía convencional encubre.
En todos los debates que históricamente se han producido en Andalucía, emerge siempre la figura de Blas Infante, que usted también ha estudiado ¿Por qué es tan relevante? ¿Qué nos dice hoy Infante?
Tiene una vigencia enorme, que solo se puede alcanzar a conocer si uno entra con profundidad en su pensamiento. Es un pensamiento desconocido, pero no desconocido casualmente. Es que no se le ha dado a conocer. Institucionalmente no ha habido una difusión del pensamiento de Blas Infante. Ha habido, sí, una utilización de Blas Infante, una utilización política del andalucismo histórico que primero la hizo el PSOE y que ahora la está haciendo el PP. Envolverse en la bandera andaluza y utilizar algunos símbolos como al propio Blas Infante es algo que da votos en Andalucía y al PSOE le supuso 40 años en el poder.
Primero hubo que asumir una serie de símbolos y de discursos, que luego se traicionaron. Se empezó por proponer una reforma agraria y al final no llegó a ningún sitio y así se contribuyó a desactivar la reivindicación histórica de los jornaleros andaluces. En la transición hemos vivido una etapa en la que se han traicionado sistemáticamente los anhelos del pueblo andaluz, las reivindicaciones de un pueblo que salió a la calle a finales de los 70 y principios de los años 80 pidiendo sobre todo herramientas para solucionar los problemas que teníamos y esas herramientas no son las que se incluyeron en el Estatuto, porque el Estatuto ya se descafeinó. No tenemos nosotros aquí competencias sobre la tierra. No se podía hacer una política agraria ni se podía alterar la propiedad de la tierra, reformar la estructura de esa propiedad. No tenemos competencia sobre la tierra. No tenemos competencias sobre el agua.
Es un recurso que en su grandísima mayoría en Andalucía está localizado en la cuenca del Guadalquivir y el Guadalquivir se gestiona desde Madrid. El agua andaluza se gestiona en Madrid. No tenemos tampoco competencias financieras. Teníamos unas cajas de ahorros que los partidos políticos hicieron todo lo posible –los partidos mayoritarios, los dos, y también Izquierda Unida– para que desaparecieran y que podían haber sido un instrumento fundamental para financiar un tipo de actividad económica como el que antes estaba proponiendo como alternativa, esa soberanía alimentaria soberanía y esa soberanía energética. Gran parte de las infraestructuras están en manos del Estado. Y podríamos seguir con otros ámbitos, porque en casi todos los ámbitos se podría conseguir una actividad organizada socialmente, que estuviera fuera de los circuitos de acumulación y no tenemos competencias si hubiera herramientas que no tenemos. Las aspiraciones del pueblo andaluz, que Carlos Cano sintetizó en aquel "haiga trabajo y prosperiá" fueron defraudadas. Hoy tenemos más del triple del desempleo que había en 1975, la industria no sólo no ha aumentado sino que ha disminuido su participación en la española y seguimos en la cola de todos los indicadores convencionales.
Siempre se habla de que la industria es clave para poder ganar autonomía y riqueza. ¿Es cierto?
Bueno, eso es lo que lo que todavía se cuenta, es decir, el relato es que las economías que han llegado a ser industrializadas han llegado a la dominación del resto de las economías desde la industrialización. Pero hoy la industria no es el principal mecanismo para hacer dinero ni para dominar otras economías. Son servicios como los financieros, las industrias de alta tecnología o actividades comerciales las actividades hegemónicas.
¿La economía extraterrestre?
Sí, porque es una economía que flota, que no está arraigada en los territorios, sino que está vinculada al universo de los valores monetarios. Hoy la economía no tiene como fuente principal de riqueza la producción o lo que se entendía como el ámbito de lo productivo ni eso del mercado libre se ajusta a la realidad. Es un mercado absolutamente intervenido, mucho más intervenido que nunca. En la economía española se financió el rescate a la banca con esos cerca de 70.000 millones de euros que nos debe y ahora estamos leyendo todos los días los titulares de que los bancos tienen beneficios récords. Mientras tanto ¿qué se hace ante esto desde el sistema? Los partidos estatales mayoritarios y sus satélites siguen representando un teatro con papeles distintos cada uno para tratar de contentar a su público mientras el núcleo duro del sistema económico, tanto en las ideas como en los hechos, sigue siendo intocable.
Como mucho, ante una situación tan grave como la que vivimos se llegan a proponer algunos paliativos que no resuelven apenas nada. Pero el objetivo sigue en pie: el mantenimiento de un orden en el que se profundizan los privilegios de unos pocos a costa de la desposesión de la mayoría. Aquí hay una cosa que está cada vez más clara, y es que el capital financiero, que es el predominante en este último periodo, desde los años 80 hacia acá, le ha declarado claramente la guerra a la vida y estamos contemplando eso como si no fuera con nosotros.Es urgente reaccionar para evitar la degradación y la barbarie y alimentar la transición hacia un proyecto emancipador construido desde abajo. En Andalucía esta transición es todavía más urgente si cabe ante un estado y un régimen que vienen reforzando su posición subalterna en lo económico, en lo político y en lo cultural.
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