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Mujeres migrantes como motor económico familiar: cuidan de otros niños para sacar adelante a sus propios hijos

La mitad de los migrantes que llegan a España son mujeres. En su tierra dejan a sus hijos para venir a cuidar a los hijos de otros y se convierten en la cabeza de la economía familiar. Es el primer paso de un camino que cambia sus vidas, sus familias y su país.

Una camarera de piso en un hotel. EFE
Una camarera de piso en un hotel. EFE

Dejaron a sus hijos en su país para cuidar a los de otras. No vieron envejecer a sus padres porque estaban proveyendo de bienestar a otros ancianos en otra latitud. Salieron de su casa, se subieron a un vuelo y bajaron del avión sin ser ciudadanas del país que pisaban por primera vez. Las mujeres migrantes son parte del crisol español desde hace décadas. Aunque el imaginario colectivo sugiere el estereotipo de migrante como un hombre joven que abandona solo su tierra, lo cierto es que en España casi la mitad de las personas que vienen son mujeres. Según el Instituto Nacional de Estadística, de las 748.759 personas migrantes que llegaron en 2019, casi la mitad (373.653) eran mujeres.

Las fuentes consultadas coinciden en que la migración es un proceso de empoderamiento vital. Las mujeres llegan a España en condiciones adversas y las leyes no se lo ponen fácil aquí tampoco. Aún así, salen adelante, se integran y, muchas veces, se quedan. Hace unas semanas, el informe Un arraigo sobre el alambre, publicado por Cáritas Española y el Instituto Universitario de Estudios sobre Migraciones (IUEM) de la Universidad Pontificia Comillas, constataba una ligera "feminización de la migración" en la última década. "Se debe a una mayor salida de hombres y a una mayor llegada de mujeres", explica Juan Iglesias, sociólogo y experto del IUEM.

Tal y como explica el experto, no es un fenómeno nuevo, sino fluctuante. "En los años 90, las mujeres, sobre todo latinoamericanas, fueron las pioneras de las cadenas migratorias familiares. En la década del 2000 se fue masculinizando y en 2008 estaba ligeramente masculinizado", asegura. La crisis hizo que los números volvieran a equilibrarse a favor de ellas.

"Cuando una mujer migra, en esas 12, 14 o 16 horas de vuelo pierde todas las referencias. Te bajas del avión y no eres nada ni nadie. A mí en este país jamás me preguntaron qué profesión tenía". Silvia Malen relata con un cálido acento argentino cómo es el principio del proceso para muchas mujeres latinoamericanas. Lo sabe bien porque ella misma inició ese camino en 2002 y después cofundó la asociación de trabajadoras de hogar Malen Etxea, en Zumaia, Gipuzkoa. Es una de las formas de tejer redes y protegerse en un país extraño: "Lo que más les preocupa a ellas es cómo encontrar trabajo. Sin embargo, nuestra preocupación mayor es que eso no derive en situaciones de explotación laboral. Nos preocupa acuerparlas y atenderlas".

Por eso, Laura Schettino, coordinadora del área de Igualdad de la Fundación Cepaim, coincide en que no es un fenómeno reciente y que "la migración lleva años cambiando", pero apunta a que hay "que tener cuidado con no generalizar". Las mujeres migrantes son de orígenes diferentes y tienen experiencias vitales distintas. Lo único en común es enfrentarse a un país nuevo.

Las experiencias vitales de las latinoamericanas que llegan en avión son muy diferentes a las de las temporeras marroquíes o a las de las subsaharianas a las que les espera cruzar durante meses varios países. Beatriz Suárez, experta de la Asociación Pro Derechos Humanos de Andalucía (APDHA), precisa que las vías de entrada "inicialmente son diferentes y conllevan mayor exposición a violencias", aunque después todas se enfrenten a la inseguridad de vivir sin papeles.

En el caso de las mujeres africanas, suelen ser sus maridos o sus hijos los que salen primero del país, dejándolas a ellas como cabezas de familia o con dependientes a su cargo. Aunque no sean las protagonistas del proceso, también impacta fuertemente en sus vidas, en su familia y en su intimidad: "La relación con la persona que se va es compleja. Pasan muchos años hasta que se vuelven a ver y la reagrupación no es fácil", explica Suárez sobre estas Penélopes contemporáneas con las que trabaja a diario.

Trabajos fundamentales, pero precarios

Bakea Alonso, también experta de la Fundación Cepaim, apunta a esa "trampa" del empleo a la que les condena el mercado laboral español. Por un lado, "son fácilmente empleables, pero están sometidas a una gran precariedad". Por otro, "para muchas mujeres, si lo comparan con sus países de origen, su situación es mejor. El trabajo les da cierta autonomía o gracias a la migración han podido huir de algunas situaciones de violencia".

Alonso apunta a que los procesos migratorios tienen siempre un impacto en las relaciones de género. Emigrar puede abrir un periodo de reflexión en las propias familias: "Se dan cambios en el interior de la familia migrante que trastoca los roles de género. A veces ellas trabajan y ellos no", argumenta la experta.

El informe de Cáritas y el Instituto de Migraciones apunta a que los principales países de origen de los varones no varían mucho con respecto al conjunto de la población inmigrante. Vienen de Marruecos, Rumanía, Ecuador, Colombia y Argentina. Sin embargo, en ellas "las marroquíes son las más numerosas y representan el 11%. Le siguen las rumanas, con el 9,4%; colombianas, con el 7%; ecuatorianas, con el 6,6%, y venezolanas, con el 4,4%".

La referencia de Malen a su profesión no es casual.Cuando una mujer cruza los controles del aeropuerto y se sumerge en el mercado laboral, es probable que acabe en el sector doméstico, de la limpieza o los cuidados. En entidades como la Fundación Mujeres también las ayudan a orientarse en el mercado laboral. En sus servicios de empleo, aproximadamente un 27% de mujeres son de procedencia no española. "La oferta laboral para ellas está fuertemente sesgada. Es algo general. En España, las mujeres trabajan en un sitio y los hombres en otro y esto se produce también en la población migrante", confirma su directora, Marisa Soleto, que indica que tienen estudios superiores en un porcentaje parecido al de las españolas.

También destaca otro dato propio que tiene que ver con el arraigo de las mujeres migrantes: "Ha crecido el capítulo de las nacionalizadas, mujeres de procedencia extranjera que ya son población española. En ese sentido, el arraigo es diferente. No es lo mismo alguien que tenga nacionalidad española a una recién llegada que tiene permiso de trabajo o residencia. Las alternativas son bastante diferentes", reconoce Soleto. El informe de Cáritas y del Instituto de migraciones derriba otro mito. A España no solo llegan migrantes con baja formación. De hecho, tienen unos niveles de formación similares a los de los españoles, que tienen estudios superiores en el 29% de los casos frente a los 23% de los extranjeros.

Son trabajos fundamentales para una sociedad que envejece, pero, paradójicamente, también son los más precarios. "Hay personas que tienen internalizado que tener una esclava les sale muy barato", explica Malen sobre las jornadas que se les impone a muchas de sus compañeras, que pasan todo el día cuidando ancianos y a veces solo libran el día que coincide con la visita de algún familiar.

La cadena de cuidados y el impacto personal

En este viaje, ellas se convierten en el sustento familiar. Es una extensión de su rol de cuidadoras. Por cumplir ese mandato de protección a su familia son capaces de cruzar un océano. Lucy Polo, presidenta y cofundadora de la Asociación Por Ti Mujer de València, habla de dos procesos que recaen en las pioneras: el "duelo migratorio" que inician los primeros meses en el nuevo país tras dejar atrás amigos y familia, y el inicio de la "cadena de cuidados". "Estas mujeres dejan a sus hijos al cuidado de las abuelas y de las tías. A cambio, ellas son las que emigran, trabajan y mandan dinero. Dejan de cuidar a sus hijos para irse a otro país a cuidar a los hijos de otras mujeres", explica la psicóloga colombiana.

Las migraciones son procesos largos y complejos. Algunos pueden durar dos décadas. Muchas mujeres ya no vuelven. Muchas dejaron a sus hijos pequeños y cuando pudieron traerlos con ellas se encontraron con jóvenes muy distintos a los niños que dejaron: "Ha criado a tu hijo su abuela o su tía. Lo dejaste con cinco años y vuelve un adolescente al que no conoces. Allí podía vivir mejor con el dinero que le mandabas, pero en España él se encuentra otra realidad", ejemplifica Polo con algunas de las situaciones que llegan a su asociación.

En su experiencia, ha visto casos donde esta tensión se traduce en violencia familiar. Las mujeres hacen balance de lo que han ganado y lo que han perdido en el proceso. En la primera balanza, estabilidad económica, autonomía y nuevos niños a los que cuidan "y adoran" en España, siendo a veces parte de su familia. En el lado negativo, haberse dejado "los mejores años de sus vidas" cuidando de otros.

¿Un camino de vuelta?

Otras mujeres echan raíces aquí, se emparejan y sus hijos nacen ya en España. La directora de Por Ti Mujer también habla de pérdidas irrecuperables cuando vienen a cuidar a los mayores de otros: "Hay mujeres que pierden a su padre o su madre y no pueden ir a su país a enterrarlos porque no pueden entrar después sin papeles".

Según el análisis de Cáritas y del Instituto de las Migraciones, las mujeres deciden "permanecer y continuar con sus procesos de arraigo en España" y descartan "en mayor medida" la opción del retorno. En su análisis apuntan a dos motivos centrales. El primero, la mejor "resistencia" de las mujeres migrantes en el mercado de trabajo durante los años de recesión y desempleo, aunque precarizadas hasta el extremo. El segundo, las "cotas de autonomía e independencia personal y económica" que han alcanzado en España y que "no quieren poner en riesgo retornando a sus comunidades de origen".

En su día a día, Polo y Malen ven muchos más motivos. A algunas de ellas, la migración les sirvió para dejar atrás "alguna relación de violencia". Otras veces han creado su propia familia en España y sus hijos han crecido aquí. Polo conoce experiencias de compañeras que lo intentaron y no lograron adaptarse tras muchos años fuera. Dejaron de encajar en ese marco: "A veces es como ese jarrón que se ha dividido en muchos cuadritos", dibuja.

Muchas veces los problemas estructurales que las hicieron migrar no han desaparecido en su países de origen, donde sigue habiendo una situación económica de violencia o de inseguridad. Muchas mujeres han estado ahorrando durante más de una década, han logrado comprar una casa en su país, pero cuando pueden volver llegan las dudas: "Cuándo vuelvas, ¿de qué vas a trabajar allí?".

Otras se lo plantean al llegar la jubilación. Tras años de esfuerzo, han comprado su casa, han logrado dar estabilidad a su familia y piensan, por fin, en volver, pero los lustros de esfuerzos físicos pasan factura. "Tras 20 años trabajando, muchas están enfermas. Han cuidado a personas mayores, pero ellas no se han tratado problemas de columnas o con otras enfermedades propias de la edad. Llegan enfermas al país de retorno con 65 o 70 años", concluye Lucy Polo sobre el último trayecto del viaje.

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