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Vivir con dolor crónico, más allá del sufrimiento físico

Tres personas que sufren esta aflicción explican los aspectos más difíciles de su día a día: "No se vive, se sobrevive".

Gemma Bonada
Gemma Bonada, de 49 años, lleva más de 20 sufriendo dolor crónico. CEDIDA

"Hace unos años empecé a tener dolores musculares, profundos y generalizados, que iban de la cabeza a los pies. Desde ese día, soy otra". Alicia Campos tiene 56 años y ya hace siete que sufre dolor crónico, que le acompaña día y noche sin dar tregua.

"El dolor pasa a formar parte de ti, de tu normalidad". Un dolor intenso, cambiante y personal que afecta gravemente a su salud física y mental. “Hay días que es como si tuviera una cerilla dentro que me quema la piel, cualquier mínimo roce de la ropa con la piel me duele", confiesa Alicia.

"La calidad de vida es miserable. Tengo el cuerpo de una persona de 80 años. La mayoría de días me paso la mañana en la cama porque soy incapaz de levantarme". Cualquier actividad física es un reto, y el más mínimo sobreesfuerzo puede acarrear un día entero sin hacer nada para recuperarse. "Si quiero ir al barrio de al lado, para ir andando tengo que utilizar un andador, como una abuela. Y para volver tengo que coger un taxi, porque no me quedan fuerzas", explica.

"Sentir ese dolor un día tras otro, un año tras otro, provoca mucho sufrimiento. No se vive, se sobrevive", explica Gemma Bonada. Tiene 49 años y sufre dolores crónicos desde los 29. "El dolor acaba provocando un sentimiento de desesperación, miedo y ansiedad. Y de desesperanza, porque no hay salida ni final; te acompaña hasta la muerte", dice Gemma.

"El dolor es mi amigo, va conmigo a todas partes. Y hay que aprender a convivir con él mental y emocionalmente", dice Gregori Lisbona, de 63 años. El dolor decide por él, si un día podrá salir a dar una vuelta o tendrá que pasarse horas en la cama incapaz de moverse. "Tienes que asumir que ya no eres quien eras y que ya no puedes hacer lo que hacías", admite.

Quedar aislado de la sociedad

Sin embargo, el dolor crónico no se limita al sufrimiento físico. Se extiende a todos los ámbitos de la vida y a menudo también acompañado de prejuicios, estigmas y mucha soledad. Una de las mayores lamentaciones de los tres entrevistados es la falta de comprensión y empatía de la sociedad. "Al principio, mucha gente te dice que eres un exagerado, que lo único que te pasa es que no quieres trabajar. Hasta que no te ven en muletas o que no puedes levantarte de la cama no se lo llegan a creer", lamenta Gregori.

A menudo también se pone en entredicho el mismo dolor que sufren. "Me han tachado de hipocondríaca, histérica y perezosa", corrobora Gemma. "La gente, si un día te ve mínimamente bien, cree que te gusta hacerte la víctima, o que exageras", explica Alicia . "Y cuanto más joven, más incomprensión porque el dolor se asocia a la edad, a ir cojo o a no poder sentarse. Pero el dolor no tiene nada que ver con el físico ni la edad, concluye Gemma.

Esta incomprensión suele derivarse en exclusión. "Pierdes amistades porque la gente se cansa, y al final terminas ausentándote de la propia sociedad, porque no puedes salir de casa", dice Alicia. "Acabas sufriendo en silencio porque llega un momento en el que acabas siendo pesado. Callas y lloras en silencio, y te sientes muy solo", añade Gemma. Y, para ella, esa soledad es lo peor. "El dolor es insoportable, pero lo que más duele es sentirte sola, abandonada".

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