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Del 15-M al 20-N me negarás tres veces

Si los indignados del 15-M expresan la conciencia herida por una estafa financiera y vital de largo alcance que muchos de ellos ni imaginaban, las encuestas sobre las elecciones generales del 20-N expresan a su vez la conciencia evasiva y evanescente de quienes creen que las cosas se arreglan dando un portazo, que en términos electorales se llama abstención.

Si los indignados del 15-M son o parecen, en principio, gente de orden -tan de orden que ni siquiera se metieron mucho, y a veces ni poco, con el Partido Popular, pero le dieron unos empujones (físicos) a la izquierda central y a la izquierda catalana que nos pusieron un poco colorados a todos los que los miramos con buenos ojos-, si los indignados son o parecen así, los abstencionistas del 20-N son o parecen, también en principio, gente de desorden. Se les considera clásicos de la izquierda que vuelven al monte tras renegar de las medidas excepcionales de Zapatero en mayo de 2010, medidas que la izquierda tuvo que tomar en diversas situaciones históricas, empezando por aquella izquierda del ya lejano y legendario país de los soviets. La izquierda en el poder también tiene que hacer política, obviamente.

Es bastante inútil recordar a estos abstencionistas que lo que hacen daría el poder y la mayoría absoluta a la derecha de este país, que no es manca históricamente. Ya lo hicieron en 2000, porque hay un puritanismo político que se expresa a través de esa izquierda abstencionista y que vuelve cíclicamente, como las crisis. En mi tierra, Galicia, dieron el poder al Partido Popular por encima del bipartito tras creer y difundir las patrañas de campaña del mismo Partido Popular. Patrañas, claro, que resultaron falsas o calumniosas.

Con amigos así, dice el dicho, ¿para qué queremos enemigos? ¿Son recuperables? Una mayoría de ellos, que van renovándose de generación en generación, sólo espera que alguien les explique correctamente qué pasó en el mes de mayo de 2010, cuando el Partido Popular, tan patriota, decidió dejar tirado al Gobierno, solo ante el peligro de una Europa muy seria y con el ceño muy fruncido. Nos salvamos de milagro. Entonces, probablemente, no había la menor capacidad de movimiento fuera del estricto cumplimiento de alguna exigencia más o menos explícita. Hoy es un poco distinto: se podrían modificar las estrategias económicas en función de los resultados reales o previsibles, y Europa evaluaría una opción alternativa a la canónica que hoy domina. Y eso cambia las cosas para Rubalcaba.

La izquierda debería indicarles a los indignados el camino del voto Los del 15-M, en la medida en que no se podrían clasificar, ni ellos lo desean así, como gente de izquierda, tampoco tendrían ese puritanismo, al que podemos llamar el de la estricta exigencia del paraíso, que los abstencionistas históricos mantienen como norma de evaluación política. Los indignados son jóvenes (no todos ya) sin trabajo, en buena parte, o con trabajos precarios e insuficientes, que buscan un orden social satisfactorio y un mundo mejor en general, dicho así con esa bonhomía de la misma expresión, que tanto vale para un obispo como para un anarquista. En esa dosis de realismo que tienen estos indignados, que les ha llevado a actuar con cierta eficacia, se esconde también algún sentido político que trasciende los aspectos más neurotizantes de los abstencionistas del paraíso perdido.

Los indignados pueden equivocarse de vez en cuando, los abstencionistas históricos muestran un cuadro crónico de desafección política que contiene un cierto espíritu virginal y casi nunca mancillado por la realidad más real. Esto es más difícil de activar hacia el voto, que siempre es una forma de pecado como convivencia buscada con la maldad humana.

Dos trabajos distintos tiene la izquierda en vísperas de la campaña electoral oficial: indicarles a los indignados el camino del voto como el camino hacia la democracia posible a día de hoy, siempre mejorable, por supuesto; y en el caso del PSOE, indicarles a los abstencionistas el carácter netamente socialdemócrata del programa de Rubalcaba, al tiempo que se les entrega un muñeco con aspecto de Zapatero y unas agujas para que jueguen. No le importará mucho al aún presidente, después de todo lo que ha tenido que soportar de tanto cristiano viejo en trance de tocar poder y acercándose a la Moncloa en la alfombra voladora de la crisis.

En manos de indignados y abstencionistas virginales podría estar una posible solución a los excesos que nos esperan de ir las cosas como previsiblemente parece que van a ir. Si dejan tirada a la izquierda, no tendrán fuerza para condicionarla en su quizá breve ciclo de oposición a un Gobierno conservador que va a ir a por todas, también a por indignados y abstencionistas. 'Aquí no se salva ni dios', que decía Blas de Otero: 'Lo asesinaron', concluía.

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