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El festival de Río rinde un homenaje a "El padrino" y a la historia del cine

EFE

La misma noche en que el mundo del cine lloraba la muerte de Paul Newman, unas 800 personas en Río de Janeiro le daban un homenaje a la época de oro del séptimo arte, al asistir en pantalla gigante a la versión original de "El Padrino", de Francis Ford Coppola.

Fue esa una rarísima ocasión de encontrar un clásico a la moda antigua en la pantalla gigante del Palacio, una las últimas grandes salas de proyección que quedan en una metrópoli como Río de Janeiro y en el mundo.

La posibilidad de ver la figura de Marlon Brando en la pantalla de una de las últimas catedrales del cine era "una oferta que no se podía rechazar".

Por eso espectadores de todas las edades llenaron juntos el Palacio para ver "El Padrino", muchos por enésima vez.

Pero casi todos por primera vez, en una versión original restaurada, que según la distribuidora Paramount y la organización del Festival de Río, que va hasta el nueve de octubre, pertenece al acervo del mismísimo Coppola y no puede ser cortada sino presentada de manera continua.

Esta copia, de la que para muchos es "la mejor película de todos los tiempos", tenía hasta esos saltos de blanco entre rollo y rollo a cada 20 minutos, que eran un sacrificio común en los cines de las ciudades pequeñas, donde a medianos del siglo XX había que arreglárselas con un solo proyector.

En la época del celuloide las películas eran distribuidas en varias latas y ese salto era casi imperceptible en la medida en que hábiles proyectistas, como aquél Salvatore, interpretado por Jacques Perrin en "Cinema Paradiso" (1988, de Giuseppe Tornatore), se dedicaban a cambiar a tiempo el nuevo rollo y alternar el proyector.

Pero esos días se han ido, aplastados por la tecnología digital, la prisa y la segmentación de mercados.

Por eso el cine Palacio, que queda en una calle del antiguo barrio de Cinelandia, en el centro de Río, es también una obra en extinción, con su fachada de estilo morisco, diseñado por el arquitecto español Adolfo Morales en los años 20 del siglo XX.

El Palacio será convertido en una sala de convenciones del vecino hotel Embassador, que queda doblando la esquina.

Ese destino de mucho menos garbo ha sido compartido en todas las grandes ciudades del mundo por varias salas, tantas "Roxi", "Paladio" y "Metro", que estaban a la altura de la época dorada del cinematógrafo.

La algarabía de esos templos, su silencio, sus luces y sombras, sus butacas que cobijaron tantos suspiros, tantos rumores de medias de seda acariciadas, y tantas ilusiones de vivir otras vidas, han sido usurpadas por iglesias evangélicas, tiendas por departamentos, salas de conferencia, o simplemente han sido demolidas.

Paul Newman no estaba en la noche del sábado en ese réquiem del Palacio. Algunos recordaron que Coppola pensó en él para que fuera "El Padrino", antes de encontrar al mismísimo vito Corleone en la piel de Marlon Brando.

Pero en otras proyecciones a lo largo de medio siglo sus ojos azules, prestados a sus personajes, recorrieron centenares de veces también las butacas del Palacio.

Hoy esa mirada debe haber quedado flotando también en los pocos cines de antes que quedan por ahí en algunos países.

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