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Nadie implica a Isabel II en el debate político

La reina siempre lleva la iniciativa cuando quiere estar informada

IÑIGO SÁENZ DE UGARTE

Se suele decir que los británicos organizan su vida política y sus instituciones con un gran pragmatismo. Su democracia, más antigua que las continentales, ni siquiera tiene una Constitución propiamente dicha. Sin embargo, hay una máxima que se respeta con celo: nadie implica a la monarquía en el debate político. La reina Isabel II está por encima de todo porque no interviene en ninguna cuestión política.

Eso no impide que esté informada. Además de su comunicación con el Gobierno, puede recibir en audiencia privada al gobernador del Banco de Inglaterra, Mervyn King, para que le ponga al día de la situación económica. Pero siempre es ella la que lleva la iniciativa, como cuando visitó la London School of Economics (LSE) en noviembre de 2008, poco después de que se desencadenara la crisis.

Varios profesores la recibieron en una de las visitas que hace a centros universitarios. Y precisamente cuando conversaba con el profesor español Luis Garicano, la reina hizo la pregunta que todo el mundo se estaba haciendo: '¿Cómo es posible que nadie pudiera prever esto?' Isabel II parecía perpleja, más que enfadada. Los economistas de la LSE le dieron una respuesta pero, al tratarse de la reina, pensaron que la ocasión merecía una comunicación algo más elaborada. El estatus del cliente' exigía una explicación por escrito. Se organizó un seminario de un día en la Academia Británica en el que participaron personalidades de la Administración y del sector financiero.

Preguntó a la London Scholl of Economics por qué

Las conclusiones se resumieron en una carta de tres folios firmada por Tim Besley, profesor del LSE y miembro del Comité Monetario del banco central, y el historiador Peter Hennessy. Los autores no podían negar la evidencia. Todo se originó cuando los supuestos 'magos financieros' se convencieron a sí mismos y a los políticos de que habían encontrado formas de extender el riesgo a lo largo de los mercados hasta convertirlo en asumible o casi irrelevante, una combinación perfecta de 'ilusiones y arrogancia'.

La carta terminaba diciendo: 'En resumen, Su Majestad, el fracaso en predecir el momento, alcance y gravedad de la crisis, aunque tuvo muchas causas, fue principalmente un fracaso de imaginación colectiva de muchas personas brillantes, tanto en este país como fuera de él, para comprender los riesgos del sistema (financiero) en su conjunto'.

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