El buen momento de la animación en España, que ha llevado a la producción de proyectos tan diversos como 30 años de oscuridad a ser nominada al Goya como mejor documental, o a Chico y Rita (Fernando Trueba y Javier Mariscal, 2010) al Oscar como mejor película de animación, se explica por factores estructurales.

El avance en la aplicación de técnicas digitales ha permitido la democratización de un proceso tan costoso como el de la animación. Paralelamente, el sector también ha sufrido un proceso de aceptación intelectual por parte de los medios. Que 30 años de oscuridad pueda ganar el Goya al mejor documental es, en buena medida, consecuencia de que el cómic Maus: relato de un superviviente, de Art Spiegelman, obtuviera el Premio Pulitzer en 1992, lo que hizo que la novela gráfica pasara a considerarse un medio tan válido como cualquier otro para plasmar conflictos políticos.

El 'Pulitzer a Maus' abrió el camino para la novela gráfica política

La dibujante y directora francoiraní Marjane Strapi tomó buena nota de ello cuando público (y después animó con imágenes), su vida y posterior exilio del país de los ayatolás con Persépolis; el israelíAri Folman, como Manuel H. Martín, pasó directamente al cine con Vals con Bashir (2008), relato de la matanza en los campos de refugiados libaneses de Sabra y Shatila, en un sobrecogedor trabajo con el que 30 años de oscuridad guarda evidentes concomitancias estéticas.

Sin negar el indudable componente político de Chicoy Rita, su éxito tiene más que ver con la personalidad de Mariscal y el valor globalizador de la música cubana para cierta parte de la intelligentsia, desde que Ry Cooder la redescubriera para el mundo anglosajón en Buenavista Social Club (1997). La globalización es, justamente, el gran peligro de la animación actual: permite que una producción española como Planet 51 (Blanco, Abad, Martínez, 2009), se haga un hueco en el mercado estadounidense o que Ferreras adapte Arrugas, de Paco Roca (favorita este domingo al Goya a la mejor animación) en Galicia pero, también, que el 90% de la animación consumida diariamente por adultos y menores (de Los Simpson a Bob Esponja) se realice en el sureste asiático por unos sueldos míseros. Detrás de nuestras sonrisas más inocentemente auténticas, a menudo se esconden lágrimas.