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El cuerpo de Bruce: ¡Amén!

Springsteen inició ayer su gira española más multitudinariria

JESÚS MIGUEL MARCOS

Decía Dylan que casi desde el inicio de su carrera, cuando entraba en una habitación llena de gente se hacía un silencio. Algo parecido ocurrió el sábado en el Kursaal, justo antes del inicio del concierto de Tom Waits. El rumor de que Bruce Springsteen, que había llegado a la ciudad esa tarde, estaba en el camerino con su amigo Tom, provocó nerviosismo en la sala y un continuo contorneo de cabezas en busca de la estrella de New Jersey. La posibilidad de una colaboración entre ambos era un suculento manjar que finalmente nadie pudo degustar.

Pero ayer llegó su turno. El estadio de Anoeta recibió por vez primera a Bruce Springsteen y su E Street Band. Gracias a la estrategia anti-reventa de la promotora, que ha puesto a la venta todas las entradas a última hora, el domingo todavía quedaban localidades para el concierto (igual que para el de Madrid, el jueves en el Bernabéu y los dos de Barcelona, sábado y domingo, en el Camp Nou). 

Trescientas mil personas volvieron a vivir el ritual que es un concierto de Bruce. Porque Springsteen es Bruce para sus entregados fans, una especie de padre adoptivo que viene a verles de vez en cuando (mucho últimamente, desde 2005 ha visitado España en cinco ocasiones). ¿En qué consiste el ritual? A los ya tradicionales “¡Bruce!, ¡Bruce!” y el “oé, oé, oé” que tanta gracia le hace al jefe, está la liturgia del “Oh-oh-oh” en Badlands, el Padre Nuestro de The Promised Land lanzando el puño al cielo, el Credo entonado por el público en las primeras estrofas de Thunder Road (“Show a little faith…”) y la Eucaristía final, con el mar de brazos epilépticos en la parada de Born to Run.

Es muy posible que a alguien curtido en conciertos de Springsteen todas estas cosas ya le den un poco de pereza. No así al neófito, que sentirá que se ha colado en una especie de ceremonia privada y comprobará que no existe en el mundo de la música una vinculación entre artista y público tan profunda como esta. Es algo que va mucho, pero que mucho más allá de la música.

Decir “lo mismo de siempre” con Bruce –perdón, Springsteen–, no es moco de pavo, ojo. Pero además esta gira tiene sus valores añadidos. Es, sin lugar a dudas, el tour más imprevisible de toda su carrera. Un ejemplo: en el segundo concierto, en Oslo, introdujo 17 canciones distintas que la noche anterior. Cada día estrena alguna canción que todavía no ha tocado en esta gira y, a medida que avanza ésta, los recitales se van haciendo más largos. En Dublín, donde arrancó su gira europea, tocó 26 temas; en el del pasado día 11 de julio en Helsinki, fueron 31. Tan inesperados son sus repertorios que en este último concierto cantó Santa Claus Is Coming to Town, un villancico.

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