Este artículo se publicó hace 14 años.
La conjura del 'risotto'
Tras la tregua tácita pactada hasta la huelga general, los vicepresidentes forzaron a Díaz Ferrán a adelantar las elecciones
Vicente Clavero
Un imperceptible suspiro de alivio siguió al anuncio que, poco después de las tres de la tarde del pasado lunes 4 de octubre, hizo Gerardo Díaz Ferrán ante sus vicepresidentes, a los que ese día había convocado a un almuerzo en la sede de la CEOE. Después de un año infernal, en el que su emporio se había derrumbado como un castillo de naipes, Díaz Ferrán tiraba la toalla y decidía convocar elecciones con dos años y medio de antelación sobre la fecha prevista.
Antes de escuchar lo que tanto anhelaban, los demás comensales tuvieron que digerir una larga salmodia de su presidente, que no reparó en detalles a la hora de recordarles el trabajo realizado en la CEOE desde que tomó el relevo de José María Cuevas en junio de 2007. También fue prolijo cuando describió sus cuitas empresariales, que vinculó con la ruptura del Diálogo Social, escenificada durante una tensa cena en la Moncloa con José Luis Rodríguez Zapatero, Cándido Méndez e Ignacio Fernández Toxo en julio de 2009.
Los vicepresidentes ultimaron su estrategia en un hotel cercano a la sede de la patronal
Sólo después de apuntarse el mérito de las mejoras organizativas y de presentarse veladamente como una víctima del resentimiento del jefe del Gobierno por aquel infausto episodio, Díaz Ferrán descubrió su propósito de ir a unas elecciones anticipadas. Muy pocos de los asistentes a la comida sabían a ciencia cierta que eso iba a suceder, porque el presidente ocultó su decisión hasta el último momento, aunque todos confiaban en que de allí saliera una fórmula para poner fin al galopante deterioro de la imagen de la CEOE.
Ese deseo se lo habían trasladado a Díaz Ferrán durante las últimas semanas prácticamente todos los vicepresidentes, incluso aquellos con los que mantiene una más estrecha amistad, como su concuñado Arturo Fernández, que lo sucedió al frente de la madrileña CEIM. En conversaciones telefónicas o cara a cara, le intentaron convencer de que su encastillamiento era malo para él y para la CEOE, sobre todo a la vista de los procesos judiciales que, a resultas de la controvertida gestión de sus empresas, todavía tiene por delante.
Ninguno de ellos, sin embargo, sacó de esos contactos la impresión de que Díaz Ferrán estuviera dispuesto a recapacitar; antes al contrario, insistía una y otra vez en que sólo el voto de quienes lo habían elegido por abrumadora mayoría en febrero de 2009 podía apearle del cargo. Era exactamente lo mismo que le había dicho a Simón Pedro Barceló, presidente del Instituto de Empresa Familiar, cuando el pasado mayo fue a verlo a su despacho para invitarle a presentar la dimisión. En aquel entonces, Díaz Ferrán no se tomó demasiado en serio la sugerencia, quizás porque procedía de un hombre con el que, en tanto que operadores ambos del sector turístico, tenía una antigua relación de competencia. Más difícil de explicar era, en cambio, que hubiese hecho oídos sordos también a la petición que poco después le formuló, con el mismo propósito, la poderosa Confemetal, primera organización que sacó el asunto dentro de los órganos de gobierno.
Díaz Ferrán ocultó hasta el último momento su decisión de ceder a la presión
Por eso, los vicepresidentes no las tenían todas consigo cuando convinieron darle un ultimátum a Díaz Ferrán aprovechando el almuerzo informal al que los había convocado el 4 de octubre para analizar la puesta en marcha de la reforma laboral y la huelga general celebrada en España sólo cinco días antes. Nada más recibir la invitación, en un movimiento espontáneo, comenzaron a intercambiar impresiones entre ellos, convencidos de que, una vez pasada la huelga, que había servido como referencia para una especie de tregua tácita en el seno de la organización, nada justificaba ya una nueva demora del inevitable momento en que deberían pedirle a Díaz Ferrán que se fuera.
Los últimos contactos tuvieron lugar el mismo lunes a lo largo de la mañana en la cafetería del hotel Los Galgos, muy próximo a la sede de la CEOE en Madrid y en el que, por tanto, suelen alojarse con frecuencia los dirigentes empresariales de paso por Madrid. Por allí pasaron prácticamente todos los vicepresidentes, excepción hecha de algunos cuya ausencia estaba más que justificada, como Pilar González de Frutos (Unespa), de viaje en el extranjero, y Pedro Rivero (Unesa), cuya esposa acababa de fallecer.
La idea más extendida era exigir a Díaz Ferrán que optara por el procedimiento que quisiera, pero que terminase de una vez por todas con aquella insostenible situación. Entre tazas de café y botellas de agua mineral, los vicepresidentes fueron buscando respuesta a una pregunta delicada: quién le ponía el cascabel al gato. Mientras, en su despacho, Díaz Ferrán no dejaba de reflexionar sobre lo que a sus espaldas se estaba tramando.
En la comida todo fueron buenas palabras; sólo hubo un momento de tensión con Banegas
Los fielesFue Arturo Fernández, uno de sus fieles, el primero que le avisó de lo que ocurría. Y poco antes de la hora fijada para la comida, Jesús María Terciado y Joan Gaspart, responsables de la Cepyme y del consejo de turismo de la CEOE, respectivamente, solicitaron verle con urgencia. Dada su buena relación con Díaz Ferrán, habían sido comisionados para trasladarle la opinión de los vicepresidentes, que el interesado escuchó impasible. No se trataba de ninguna sorpresa porque los medios de comunicación ya habían anticipado la sublevación en ciernes.
Díaz Ferrán, al comprobar su azoramiento, les pidió que estuvieran tranquilos, que a esas alturas sabía perfectamente lo que tenía que hacer. Después de despedirlos en la puerta del despacho, hizo llamar a Francisco Ochoa, su director de comunicación, y juntos redactaron la escueta nota que, a una señal suya, debía distribuir posteriormente entre los periodistas que ya se arremolinaban a la entrada de la CEOE. Luego se dirigió a la sala en la que habitualmente se reúne con sus vicepresidentes, donde los más madrugadores tomaban el aperitivo.
Nadie supo interpretar entonces los comentarios que, entre veras y bromas, fue haciendo Díaz Ferrán mientras aguardaban al resto de los comensales. Cuando el último llegó, tomaron asiento todos en medio de una expectación a duras penas contenida. Unos camareros empezaron a rellenar las copas, otros repartieron los platos con risotto (un arroz cocinado a la manera italiana), hasta que Díaz Ferrán reclamó la atención de sus invitados. Sobre la reforma laboral y la jornada de huelga apenas habló, porque todos sabían para lo que en realidad estaban allí. Casi una hora mantuvo el suspense antes de anunciar la convocatoria de elecciones. Luego, más relajados ya, tomaron la palabra uno por uno los vicepresidentes para agradecer a Díaz Ferrán los servicios prestados. Sólo hubo un momento de tensión con ocasión de la intervención del vicepresidente Jesús Banegas. Nada extraño, teniendo en cuenta que el representante del sector de telecomunicaciones había sido en las últimas semanas uno dºe los más activos en enseñarle al presidente la puerta de salida.
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