Este artículo se publicó hace 16 años.
Me va a costar escribir sobre Sergio Algora
Me va a costar escribir sobre Sergio Algora hoy mismo, y no porque falten cosas que decir, al uso en estos casos. Verdades como la copa de un pino grande serían. Me va a costar porque me he quedado de piedra. Inerte. Mineral. Agua. Qué mal trago.
Le recuerdo por primera vez en el Benicàssim del 96. Con El Niño Gusano. Tocaron muy bien. Era un grupo de verdad. Letras surrealistas, decían. En el mismo 'bateau ivre' en que yo perdía el rumbo, acertaba viendo en él un capitán, y ni charlamos. Un poco gallitos todos, qué juventud aquella, que ni siquiera se ha ido del todo antes que él, qué desconsiderada es la juventud.
Hará un año fuimos de copas por Málaga. Se iba difuminando, lo veía cada vez más borroso, es verdad, pero era porque Horacio nos invitaba en el Indiana. Él me veía normalmente, y dijo algo sensato sobre medicinas; palabras raras en ese hábitat que era y es el nuestro, el de los bares y las palabras raras para la juventud que los llena hasta reventar, maldita sea.
Hace exactamente 77 días (lo sé porque dejé de fumar aquella noche; hay que ir temiéndole a la de la guadaña, elige fatal), me lo crucé en la calle, en Madrid. Ambos vagabundeábamos a solas por la ronda de Valencia a mediodía. Qué situación tan rara, ahora me doy cuenta. Por eso nos sonreímos y no dijimos gran cosa. El sentido del humor no necesita las palabras cuando es puro.
Ya de noche, en el escenario, La Costa Brava y Sr. Chinarro a toda prisa, a lo nuestro. No nos despedimos.
Ni hola en Benicàssim ni adiós en la Ronda de Valencia. El próximo abrazo no podremos ni evitarlo ni contarlo.
Es increíble.
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