Público
Público

El votante bifronte: dilemas electorales

FERMÍN BOUZA

En estos duros días que corren, cosas como la economía, en general, la crisis, la decisión de voto y la política, nos muestran a ciudadanos reflexivos, enfadados y bifrontes en lucha consigo mismos, como dicen que están los que tienen su cerebro dividido por alguna espada mental no muy sana y a los que llamamos, erróneamente, esquizofrénicos. También algún dios, como Jano, tiene doble rostro y anuncia comienzos y finales con esa doble cara que simboliza el principio y el fin de las cosas, el antes y el después o, en nuestro caso y a nuestros efectos, la economía y la política como dos referencias de dos tipos de voto o de conducta electoral: el voto económico y el voto político.

Los temas económicos son casi siempre la primera preocupación en la agenda mediática y en la agenda pública (según los datos del CIS). Más del 80% de las personas que contestan sobre sus inquietudes, lo hacen estableciendo la primacía temática de alguna cuestión económica (el paro es la más citada, pero no la única). Tras la economía figuran los temas políticos, que son ahora, en general, asuntos de crítica a los políticos y de desafección generalizada pensada para los malos días que corren.

Depende de que los votantes se sitúen en una perspectiva más política que económica, o viceversa, para que voten a un partido o a otro. Por eso es tan importante observar cómo evolucionan esos dobles rostros ciudadanos.

El votante tiene una doble cara de la que no es muy dueño o muy consciente, y puede votar atendiendo a los temas prioritarios de la agenda pública, como la economía en todas sus variantes (más abstractas o más concretas: del sistema económico al paro, digamos) o bien votar pensando en la política, tanto en su versión despojada de crítica a la misma política y a los políticos -la más abstracta y probable ahora-, como en temas concretos y anexos a la política cotidiana de fondo en su versión más ideológica y comprometida: las leyes cívicas diversas que la derecha tumbaría en buena parte si alcanza el poder, y que la izquierda ampliaría para desesperación de la gente más conservadora (que no son todos los votantes de la derecha; no deben de pasar de dos o tres millones).

Y dado que todo problema económico tiende a ser atribuido al Gobierno, el interés de la oposición es conseguir o incrementar el voto económico y acusar de los problemas al Ejecutivo. La estrategia de tal partido del Gobierno, al contrario, consiste en evitarlo y situar la decisión de voto en un ámbito político.

El PSOE, con la inestimable ayuda del PP, ha conseguido así reducir el impacto electoral de la crisis, sea este cual sea el 22-M. Hace tiempo que en el fondo estadístico y complejo de las encuestas se nota un leve desanclaje de la intención de voto con respecto al marco económico de voto (la economía como tema principal de decisión electoral). Y a esto se suma la tendencia irreprimible del PP a politizar las campañas y las precampañas (caso Bildu, caso TVE, debates xenófobos, etc.). Rajoy lo ha intentado, pero, ¿quién calla a Aznar o a Mayor Oreja en ese partido?

¿Cómo votarán ahora los votantes bifrontes? El mundo municipal, y el autonómico en mucha menor media, se distancia de los modelos básicos de conducta electoral en unas elecciones generales: se vota en cercanía y por cuestiones locales, pero no siempre. Esta campaña ha estado cruzada de mensajes generalistas económicos y políticos. Si finalmente se reduce de forma sensible el impacto de la crisis sobre el voto, ello debe imputarse, sobre todo, a dos causas. Primera, el desanclaje lento del voto de su fondo económico (por razones en las que no entro ahora). Y segunda, la politización de la campaña por parte del PP, y la respuesta del PSOE en esa línea de priorizar el voto político -en el que los socialistas casi siempre llevan ventaja -sobre el económico, en el que un Gobierno que está capeando la crisis casi siempre se encuentra en grave desventaja.

Estos dilemas ya deben de estar jugando un papel relevante en la evolución de la intención de voto en esas elecciones locales, pero su presencia como dilemas será mayor y decisiva en las elecciones generales, en las que la oposición economía/política pudiera cambiar en algún aspecto sustantivo: podemos imaginar que la economía deje de ser un arma letal contra el Gobierno -si comienzan a haber mejores datos, por ejemplo- o que la política gire en algún sentido poco propicio al mismo Gobierno en temas imaginables.

El votante bifronte tendrá que evaluar, aún sin saberlo mucho en el nivel de la conciencia, si le conviene ser más político que económico, o viceversa. Convertido en estratega de su propio voto, el votante bifronte podría, o no, torcer los pronósticos nacidos de las encuestas sobre el 22-M: a veces nos sorprende. Él es nosotros mismos.

¿Te ha resultado interesante esta noticia?

Más noticias