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Las claves para frenar los contagios de VIH en África y combatir la extensión de la enfermedad

La experiencia con la variante ómicron de la covid-19 que surgió en Sudáfrica y se extendió por el resto del mundo evidencia la necesidad de controlar los contagios por VIH en el continente africano para lograr su erradicación.

Una investigadora en un laboratorio.
Una investigadora en un laboratorio. PIXABAY

Unos 38 millones de personas padecen VIH. El 70% vive en África, lo que demuestra que no habrá solución contra la pandemia si no se le pone remedio en este continente. El gran desafío es hacer frente a la doble realidad del gran número de personas que siguen muriendo por culpa del sida y la gran cantidad de nuevos infectados. En 2016, numerosos países acordaron una estrategia mundial para acabar con el sida de aquí a 2030. El investigador Salim Abdool Karim, director del Centro para el Programa de Investigación sobre el SIDA en Sudáfrica, explica en este artículo cómo combatir la enfermedad.

¿Qué estamos haciendo mal?

No es que estemos cometiendo un error, pero siempre es posible hacerlo mejor de lo que lo estamos haciendo ahora. La mayoría de las nuevas infecciones proceden de dos grupos diferentes. El primero son las poblaciones clave. El mayor número de nuevas infecciones se registra entre los hombres que practican sexo con otros hombres. En especial, en hombres jóvenes, a menudo de raza negra. Estas infecciones se producen sobre todo en Europa del Este y en Rusia.

La segunda prioridad es el gran número de nuevas infecciones en mujeres jóvenes en África. Si no nos ocupamos de estos dos grupos, no resolveremos el problema. No obstante, atender a estos dos grupos no es fácil. Los desafíos que se plantean en gran parte de Europa del Este y Rusia están relacionados tanto con su marginación y discriminación como con los servicios prestados a las poblaciones clave.

Lo cierto es que en África no hemos sido capaces de contener el número de mujeres jóvenes infectadas en la medida que esperábamos. El problema radica en la forma en que la sociedad ha apoyado o afianzado las relaciones sexuales con diferencias de edad, donde las adolescentes mantienen relaciones sexuales con hombres entre ocho y diez años mayores que ellas.

Asimismo, los medios que tenemos para frenar la tasa de nuevas infecciones en mujeres jóvenes no están bien adaptados a la necesidad. No es viable que una mujer joven que ni piensa en el VIH ni es consciente de su riesgo tome regularmente una pastilla todos los días, ni siquiera que se ponga una inyección. Por tanto, tenemos que desarrollar nuevas tecnologías.

Para reducir la disparidad de edad entre hombres y mujeres se necesita una combinación de enfoques nuevos en nuestra sociedad. Además, necesitamos nuevas tecnologías para proteger a las mujeres jóvenes. Y, en tercer lugar, tenemos que conseguir que más hombres jóvenes y más varones de entre 20 y 30 años acudan a los servicios sanitarios para que se hagan las pruebas y sigan el tratamiento correspondiente antes de infectar a chicas jóvenes.

¿Cómo podemos mejorar esta situación?

Tenemos que pensar en tres cosas.

Lo primero es que debemos ser conscientes de que cada uno de nosotros es mutuamente interdependiente, es decir, el riesgo que corre cada persona afecta al que corren los demás. De ahí que se necesiten soluciones en las que todos trabajemos por un objetivo común. Lo vimos muy claramente con la COVID-19.

La variante ómicron se detectó por primera vez en Sudáfrica, en noviembre de 2021. En una semana, esta variante se había detectado en 16 países. Al cabo de dos semanas, la variante ómicron había sido detectada en numerosos países de todos los continentes. Esto demuestra que todos estamos interconectados y dependemos unos de otros. Tenemos una responsabilidad compartida para hacer frente al problema.

No podemos adoptar la mentalidad de que es problema de otros. En muchos aspectos, la respuesta al VIH ha tenido en cuenta nuestra interdependencia. Por ejemplo, los países ricos aportan recursos al Fondo Mundial de Lucha contra el Sida, la Tuberculosis y la Malaria para que los países pobres se beneficien. Es una responsabilidad compartida. Estos países no están diciendo: "Es un problema de África, no nos importa". No, están diciendo: "Entendemos que si no controlamos el VIH en África afectará a todo el mundo".

En segundo lugar, tenemos que movilizar los recursos necesarios para que, como mínimo, el tratamiento alcance los resultados fijados en nuestros objetivos. Es decir, tenemos que conseguir que el 95% de las personas conozcan su estado serológico, que el 95% de las infectadas reciban tratamiento, y, finalmente, que el 95% de ellas alcancen la supresión viral. Este es el objetivo mundial para 2025. Tenemos que ayudarnos mutuamente para alcanzar ese objetivo.

Tenemos que mejorar la labor de prevención. Este es el tercer punto. El tratamiento no va a bastar por sí solo para permitirnos alcanzar el objetivo de 2030. Tenemos que mejorar la prevención. Eso significa que vamos a tener que seguir esforzándonos en la circuncisión y la promoción del preservativo, y mejorar la profilaxis de preexposición. 

¿Cuáles serán los próximos pasos?

Tenemos que aprovechar el impulso de la pandemia de COVID-19. La introducción de nuevas tecnologías tales como el ARNm es un buen ejemplo. Se trata de una tecnología que podemos aprovechar para mejorar la investigación de vacunas contra la tuberculosis y la malaria, y en particular contra el VIH. Todavía no tenemos una vacuna contra el VIH, pero actualmente se están elaborando nuevas candidatas con ARNm.

Por lo menos, podemos mejorar las vacunas existentes contra la tuberculosis y la malaria con una nueva herramienta como es la tecnología del ARNm. También se trata de una de las plataformas más importantes para las vacunas contra el VIH en fase de desarrollo.

Este artículo ha sido publicado originalmente en The Conversation.

The Conversation

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