Este artículo se publicó hace 2 años.
Contamina más fabricar medicinas que coches
La industria farmacéutica no solo deja una enorme huella de carbono. Además, muchos fármacos son tóxicos para el medioambiente una vez excretados.
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Eli Lilly, Pfizer, Merck o AstraZeneca son algunas de las compañías más contaminantes del mundo, según un estudio reciente de la Universidad de McMaster (Canadá) que se propuso averiguar cúal era la huella de carbono de los principales fabricantes de medicamentos del mundo. "Sorprendentemente, nuestro análisis revela que la intensidad de las emisiones de la industria farmacéutica es significativamente mayor que la de la automoción", escriben los autores.
Y es que el impacto medioambiental de los fármacos está años luz de ser curativo. No solo porque la mayoría de las medicinas que encontramos en la farmacia son producidas mediante técnicas de bioingeniería energéticamente costosas y poco sostenibles en cuanto a subproductos de desecho. El siguiente escollo aparece después de que los hayamos consumido y excretado con la orina.
Viaje por los desagües
"Las depuradoras de las plantas de tratamiento no pueden filtrar todos estos compuestos químicos que pasan al agua (con el pis). Allí tienen efectos tóxicos en el entorno y en los seres acuáticos", apunta la bioquímica Neele Puhlmann, investigadora de la Universidad de Lüneburg (Alemania) y miembro del programa Premier de la UE para la evaluación del riesgo de fármacos en el medioambiente.
"Por ejemplo, las bacterias patógenas que hay en plantas de tratamiento están haciéndose resistentes a los antibióticos que se encuentran en el agua. Esta resistencia antimicrobiana es uno de los problemas acuciantes a los que se enfrenta la salud humana, según la OMS", contaba esta experta en una mesa redonda durante la pasada Semana de la Ciencia de Berlín, donde Público participó como invitado. Otro caso cada vez más demostrado es la feminización y disfunción reproductiva en los peces causada por los estrógenos de consumo humano que llegan al mar.
Amoxicilina, ibuprofeno, estrógenos anticonceptivos, benzodiacepinas (diazepam), bezadibrato (para el colesterol), carbanbezapina (antiepiléptico)... Son algunos de los contaminantes emergentes –que llaman así no porque sean nuevos, sino porque todavía no se ha regulado o prohibido su uso– que preocupan a los científicos. Todo esto que va por el váter llega al medioambiente. Los efectos que causa en ríos, mares y aguas subterráneas todavía tienen que ser estudiados en mayor profundidad, aunque los resultados que vamos teniendo por el momento resultan, cuando menos, preocupantes.
Fármacos asesinos de diatomeas
"La tecnología que permita filtrar esas moléculas dañinas en las plantas depuradoras todavía está en pañales", admite el químico Sebastian Härtner, que trabaja en el departamento de bioingeniería inteligente de Merck. La solución, mientras tanto, podría estar en el punto de partida, en la fabricación de fármacos que sean biodegradables una vez que salen de nuestro cuerpo y aterrizan en la naturaleza.
Precisamente, uno de los proyectos en los que trabaja Puhlmann es la creación de antibióticos biodegradables como alternativa a las sulfonamidas actuales (la clase más antigua de antibióticos que todavía se usa). Estas sulfonamidas están presentes en la superficie de las aguas europeas (mareas y lagos) en concentraciones medias y altas, según apunta un estudio francés publicado en Frontiers in Microbiology el año pasado. Entre sus consecuencias, además de crear resistencia antimicrobiana, están que son letales para las diatomeas (algas microscópicas esenciales en la cadena alimentaria acuática, que además actúan como "pulmones" del mar).
La pescadilla que se muerde la cola
¿Cómo sería, entonces, la molécula sostenible perfecta? "Debe ser lo bastante estable en el cuerpo para llegar a su diana de tratamiento pero, una vez excretado, ser degradado rápidamente por la luz, la diferencia de ph, etc.", propone Puhlmann. Pero es un objetivo poco realista, en opinión de Aled Edwards director ejecutivo del Consorcio de Genómica Estructural (centrado en la biotecnología farmacéutica), otro de los expertos en la mesa redonda.
La escapatoria, entonces, podría estar en romper el círculo vicioso y "crear un entorno más sano, donde enfermemos menos y necesitemos menos medicinas", apunta por su parte la química Vania Zuin, investigadora de la Universidad de Leuphana (Alemania) y la Universidad de York (Reino Unido). Para lograrlo, esta experta propone, además de diseñar compuestos que no sean tóxicos para los ecosistemas, "que no contaminen en su origen, en la fase de fabricación; esto es lo importante". Y es que la definición de química sostenible es, antes que nada, una cuestión de ética.
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