Este artículo se publicó hace 2 años.
Almudena Grandes se echa al monte
Su novela póstuma y distópica, 'Todo va a mejorar', denuncia a los salvadores de la patria con vocación de dictadores y homenajea a los maquis, encarnados en una nueva resistencia popular contra un régimen alienante.
Madrid-Actualizado a
Almudena Grandes esbozó en la primera página del cuaderno la silueta de tres montes. España estaba confinada y ella imprimía a cada paso el andamiaje de su nueva novela, Todo va a mejorar (Tusquets). El paseo era un pasillo. Su cabeza, un laboratorio de ideas donde el Gran Capitán da un golpe de timón hacia un régimen totalitario. Un admirable mundo nuevo —título en portugués de la distopía de Huxley— de cerebros esclavos pero con libertad ilimitada para elegir, como reza uno de los eslóganes del Movimiento Ciudadano ¡Soluciones Ya! (MCSY).
No hace falta retrotraerse a 1984 para dar con otro Gran Capitán, porque Juan Francisco Martínez Sarmiento, el empresario sin escrúpulos nacido de la nada que protagoniza el libro, ya fue Berlusconi en Italia como aquí pudo ser un frankenstein de Mario Conde y Jesús Gil. Él también sabe sacar tajada de una crisis, en este caso sanitaria, para fundar el MCSY, de modo que Almudena Grandes tenía los mimbres para su distopía en la cestería de la realidad. Ella sitúa la acción dentro de un par de décadas, aunque su tiempo es presente. Todo sucede ahora. La involución —y la alienación— era esto.
Ese y otro cuaderno fueron la hoja de ruta para la concepción del Estado como empresa, de la misma manera que Berlusconi hizo de una agencia publicitaria un partido y de él mismo, un producto para el consumo de masas. La escritora capta los perversos y sutiles tics de la sociedad contemporánea para advertir de los peligros de una deriva dictatorial y ultracapitalista. Si en los Episodios de una guerra interminable analizaba el pasado para conocer nuestro tiempo, ahora "analiza el presente para imaginar el futuro e imagina el futuro para comprender el presente".
Son palabras de Luis García Montero, quien presentó este jueves Todo va a mejorar en la Biblioteca Nacional, donde recordó que la escritora siempre ha querido "hacer de la historia el terreno de la vida cotidiana". Es decir, no narra lo acontecido en abstracto, sino que habla de la vida de la gente en esta cronología caprichosa que, en el caso de la novela, nos arroja a un régimen donde gobiernan las empresas y no las personas. Algo que tampoco extraña hoy, si bien la pluma hiperbólica de Almudena Grandes carga las tintas en lo que podría llegar a suceder si alguien no echa el freno a tiempo.
Ese alguien tiene nombre y apellidos. La estudiante Elisa, por ejemplo, un guiño a la hija de la escritora. O la profesora Mónica, quien bautiza el movimiento de resistencia contra el nuevo régimen: El Monte, un homenaje a los maquis que lucharon contra el franquismo. "Pero también era un sitio, ¿no?", pregunta en la novela la profesora Queti. "La gente hablaba del monte porque los guerrilleros estaban allí escondidos, pero nosotros no estamos en ninguna montaña, sino en el centro de Madrid, así que…". A lo que Elisa responde: "Nos hemos echado al monte, aunque estemos aquí mismo. Eso significa que el monte no es un lugar, que puede estar en cualquier parte".
Frente al todo va a mejorar y a la libertad ilimitada para elegir, que no es otra cosa que la soma del consumismo narcótico y salvaje o la apariencia de pluralidad de un arsenal de medios que transmiten un único mensaje, la neoguerrilla plantea que nada va a mejorar porque todo es mentira. Y, entonces, aquellos tres picos de la cordillera que Almudena Grandes había perfilado en su cuaderno de notas se plasman en los muros, como pinturas de guerra, y se cuelan en los anuncios publicitarios que escupen las pantallas de los centros comerciales: El monte no es un lugar. El monte está en todas partes.
La escritora madrileña, quien ya le había dedicado al maquis El lector de Julio Verne, aparcó Mariano en el Bidasoa, la última entrega de los Episodios de una guerra interminable, cuando llegó la pandemia. "Ella decidió responder con la literatura" a "los desamparos de la vida", como ya había hecho con Los besos en el pan tras la crisis de 2008, explicó García Montero. Nos quedamos sin la historia de los topos del franquismo, pero a cambio nos ha brindado otro episodio escrito, en este caso, desde el futuro.
Almudena Grandes pone en solfa una "sociedad narcisista y hedonista" que nos conduce al barranco del totalitarismo de "quienes hacen negocios sin escrúpulos", "convierten el país en un mercado", "entienden la libertad sin un marco social de convivencia" y minan la credibilidad de la política, la justicia y los medios, síntomas de una deriva totalitaria y populista que la autora percibió durante la pandemia, según el director del Instituto Cervantes y pareja de la escritora fallecida el pasado noviembre.
Almudena Grandes: vitalismo y esperanza
Sin embargo, en la novela hay esperanza, como también la había en una vitalista Almudena Grandes, consciente de la necesidad de no hincar la rodilla ni de desfallecer en la búsqueda de una alternativa. Ahí está la resistencia popular, esos maquis del siglo XXI que transitan por el libro con la intención de socavar un consejo de ministros convertido en un consejo de administración, cuyos hilos maneja el Gran Capitán. "El heroísmo está representado por una gente que puede ser una asociación de vecinos", afirmó García Montero. "El todo va a mejorar de los canallas se convierte en la ilusión de El Monte".
El poeta granadino no le puso nombre al Gran Capitán, aunque lo calificó como "el modelo de empresario que sonríe, pero que quiere tener las manos libres". Sobre su mano derecha en el partido, Megan García Silvestre, planea la sombra de los asesores áulicos de presidentes y presidentas, rojos y azules, que han protagonizado la política española de los últimos años.
También hay un homenaje al pueblo saharaui, victorioso en una guerra que propicia que una célula de guerrilleros se haga fuerte en Marruecos, así como a los policías y militares que permanecieron leales a la República, reencarnados en los agentes rebeldes del Estado nuevo. Porque, como dice García Montero, haciendo suya la frase del poeta Ángel González: "Es importante aprender a perder para no darse por vencido".
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