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Todos los caminos conducen a Miralda

Primera gran retrospectiva del artista sin rumbo definido

PEIO H. RIAÑO

Una vez Miralda quiso casar a Nueva York con Barcelona. En 1986 llevó a cabo la ceremonia de compromiso en el centro de convenciones de la ciudad estadounidense, donde se expuso el vestido gigante de más de 20 metros de altura, que ahora recibe al espectador en una silla lo suficientemente grande como para recoger semejante prenda, en el Palacio de Velázquez del Retiro madrileño. El próximo jueves, organizada por el Museo Reina Sofía en el palacio cerrado por reformas desde 2005, se inaugurará la primera retrospectiva dedicada a la memoria del ingente trabajo de un artista tan reconocido en el extranjero, como olvidado en España.

Podría decirse que a Antoni Miralda (Tarrasa, Barcelona, 1942) le ha llegado el turno con esta revisión sin hilos, que enseña su trayectoria desde los sesenta hasta la actualidad. Han pasado 50 años y es hora de que haga público su pasado. Descubriremos que Miralda no es un artista solitario, que es capaz de hacer firmar a los alcaldes de Barcelona y Nueva York para autorizar ese mastodóntico matrimonio. A lo largo de seis años implicó en el proyecto a miles de manos que se entregaron a los preparativos del gran casamiento: medios de comunicación que llamaron a redactar cartas de amor (más de 2.500) a los novios, escuelas de alta costura de aquí y de allá confeccionaban el vestido y el traje, en Tarrasa hacían la combinación y las medias, el collar es un regalo de la ciudad de Sète, el anillo es un obsequio de la ciudad de Birmingham Miralda mueve montañas.

'El arte trata de la honestidad. Lo que menos me interesa es ser artista'

Precisamente su empecinamiento es una de las constantes que se averiguan en todos estos trabajos expuestos. De lo íntimo a lo público, de lo doméstico a lo monumental, el plan de todos estos años de Miralda ha sido escapar de las etiquetas. 'Siempre he estado muy pendiente de otros sitios y países, y sobre todo, nunca he querido que me encasillaran. Para alguien que es propenso a que lo encasillen es muy complicado: que si los soldaditos, que si la comida', y como tampoco ha sido amigo de dar explicaciones de sus obras, el tópico siempre le ha rondado cerca. Sin embargo, reconoce que ha logrado escapar: 'Por descontado que estoy en el sistema del arte, pero no estoy tan comido por él como otros'.

Estos días está levantando los planes que traía para el espectacular espacio de 1.600 metros cuadrados del Palacio de Velázquez. 'Vértigo no tengo, lo que me duele es la cabeza', bromea ante la tarea de lograr que la sala no se coma las instalaciones, los montajes fotográficos, las proyecciones de películas, las esculturas y monumentos, los objetos y dibujos preparatorios.

Odiar las clasificaciones hace difícil definir su obra. 'Nunca he tenido definiciones. El arte trata de la honestidad. Lo que menos me interesa es ser artista, lo que más es compartir momentos y darle fuerte porque si no esto no se pone en marcha nunca', dice apurando para continuar con el montaje. No ha comido y apenas ha dormido. Acaba de revisar las cartelas y todavía le queda por delante más de la mitad de las obras.

Desde el objeto a las grandes fiestas ceremoniales, desde lo local a lo universal, Miralda se ha encontrado en esta revisión de sí mismo con cosas que no esperaba. 'Hombre, encuentras lazos de unión entre obras, como el antiformalismo. Pero sorprende encontrar una pieza de finales de los setenta que coincide con todas mis obsesiones actuales. Eso o bien se debe al mismo interés o bien a la falta de originalidad y de imaginación. Pero no me importa repetirme, lo único que me interesa es conectar con la gente, con el entorno, formar parte de la historia de ellos y que los mensajes que vas dejando caer funcionen', cuenta.

Esta acumulación de momentos, vivencias y experiencias tenía un objetivo: 'Dar información, porque nunca había sido dada. Ese es el interés de este tipo de exposiciones', de esta manera se presenta un trabajo de observación sobre el terreno, que varía y se multiplica sin rumbo definido.

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