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Los Flechazos Álex Cooper: "Soy una figura de la resistencia sonora de este país"

Alejandro Díez, el mod que vivió en la era de Los Flechazos, graba nuevo disco con Cooper: 'Tiempo, Temperatura, Agitación'

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Álex Cooper publica el disco 'Tiempo, Temperatura, Agitación'. / FOTOS: MARY WILSON

MADRID, Actualizado:


Álex está como de quince. Alejandro Díez Garín pronto cumplirá cincuenta. Son más de treinta años en la música, durante los que ha conseguido desembarazarse de un apellido y colgarse otro. Los mods recordarán al Álex Flechazos; los beats siguen disfrutando del Álex Cooper. Nació en Alicante en 1967, aunque la referencia geográfica es circunstancial: vivió su infancia en San Sebastián, pasó su preadolescencia en Madrid y descubrió el mundo en León, de donde no se ha movido, a la espera de que la Tierra gire alrededor de su ciudad.

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Allí publicó fanzines, fundó el Purple Weekend, regentó una tienda de discos, montó una editorial de libros musicales y concibió su último álbum, que está grabando estos días en Madrid y será editado en mayo por Elefant Records: Tiempo, Temperatura, Agitación. Su verbo ilusionante es el mejor antidepresivo para una desapacible noche de invierno, cuando la nieve ya no cuaja y el espejismo yace derretido.

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A fallback.


Montar una editorial en estos tiempos huele a heroicidad. Ya no le digo especializada en música, caso de Ediciones Chelsea.

Tenía ganas de diversificarme. En realidad, quería editar un libro mío, después de autoeditar en 2010 Club 45: 90 canciones de la Era Pop para mods y jetsetters. Dos años después, tuve un accidente de moto y estuve varios meses en el dique seco: dos en la cama y uno en silla de ruedas. Me planteé que, si no podía seguir currando, tendría que hacer algo. Tener tiempo para pensar es muy malo [risas].


En Mis documentos figuran Joaquín Felipe Spada (Los Fresones Rebeldes), Pat Escoín (Los Romeos, Lula, Los Amantes), Jorge Martí (La Habitación Roja), Isa Fernández (Electrobikinis, Charades, Aries), Francisco Nixon (Australian Blonde, La Costa Brava) y otros tantos más. ¿Quién falta?

El completismo no va conmigo. Me gusta hablar de lo que la gente no suele hablar, pero no me interesa hacer obras definitivas. Curiosamente, hay una lista más grande de músicos que en un principio aceptaron y luego se echaron atrás que de artistas que se tiraron a la piscina y escribieron su libro. Mis documentos pretende reflejar un movimiento colectivo y transmitir la idea de que la música la hacemos entre todos. Todavía falta muchísima gente de la posmovida nacional, o sea, de la música alternativa de los noventa hasta hoy.

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Le preguntaba qué músico ha sido insuficientemente valorado. O, si lo prefiere, ¿quién debería ser reivindicado?

Lo difícil es encontrar a gente que haya sido valorada en su justa medida. O sea, lo complicado es que nos creamos a los artistas que tenemos. Tenía previsto publicar una trilogía de música electropop con Manolo Martínez (Astrud), Guille Milkyway (La Casa Azul) y Nacho Canut (Fangoria), pero no llegó a fructificar. Por suerte, me parece que Lapido está suficientemente valorado tras la resurrección de 091, aunque hasta entonces no había sido así. ¿Otro? Sergio Vinadé, de Tachenko, quien tampoco pudo participar en la colección. Hay mucha gente… En fin, yo tengo la editorial para divertirme.


¡Su debut con Los Romeos! Por cierto, usted trabajaba en el Ayuntamiento, ¿no?

Sí, pero después de ocho años estaba un poco harto. Entonces, pedí una excedencia para cuidar a mi hija y para dedicarme al libro con el que llevaba años soñando escribir.

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¿Qué hacía?

Tenía un empleo que parecía superguay: era técnico de la Concejalía de Fiestas. El trabajo podría ser bonito si no tuviese tantas interferencias, porque estás muy expuesto. La gente siempre critica las fiestas y eso me afectaba. Estoy acostumbrado a hacer feliz a los demás, por lo que me sentía impotente al ver que la gente no estaba contenta. ¿Conoces alguna localidad en la que los ciudadanos aplaudan al concejal de Fiestas? Es frustrante, porque hagas lo que hagas, te van a criticar. Y si lo haces bien, dirán que has gastado mucho dinero. Al final, el trabajo consistía en discutir si era mejor traer a Bisbal o a Bustamante.


Volviendo a la editorial, ¿le augura más futuro que a la otra Chelsea, o sea, a la tienda de discos y ropa que regentaba en León?

La tienda iba bien. La dejé porque saqué la oposición y no podía compatibilizar ambos trabajos. La cerramos un año después de grabar Fonorama (2000).

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Hubiese hecho un anti Purple Weekend.

No, no, no... Me gustaba otra música, además de la música de los sesenta. Las bandas más garajeras y miméticas de aquel sonido —es decir, las reinterpretaciones— no me interesan mucho.


Comprar un disco a los seis años es un gesto demasiado precoz…

El 48 Crash, de Suzi Quatro. En mi casa, toda la vida se escuchó música en la radio. A principios de los setenta, las emisoras emitían rock and roll: AC/DC, Status Quo, bandas de glam como Slade o The Sweet… Yo era muy fan de Suzi Quatro, porque la había visto en la tele y me encantó. En unas vacaciones, cogí a mi madre de la mano y le dije: “Yo quiero este disco”. Ella vio en la foto de portada a una tía con un mono de cuero abierto hasta el ombligo y debió de pensar: “No hay nada que hacer, este va por el mal camino”.

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Con lo elegantes que eran los mods…

Bueno, vestíamos de manera bastante estridente. Aunque me soportaron, no me apoyaron en mi carrera musical, si bien acabaron entendiendo que, cuando me iba a las cuatro y volvía a las once, no había estado de juerga, sino en el local de ensayo. Comprendieron que me lo tomaba como un trabajo y que me esforzaba por tocar lo mejor posible.


¿No tuvo que ver en la elección su filiación inglesa?

Para nada. De hecho, yo tengo formación francesa, porque hasta los diez años estudié en un colegio francés y, además, mi madre imparte esa asignatura. Cuando entré en la universidad, todos los profesores eran estructuralistas, de ahí la manera de organizar mi cabeza. Yo paso por británico, pero, en realidad, soy francés. Eso sí, podría haber estudiado Filología Hispánica, porque me gustaba mucho la literatura y la lingüística. Sin embargo, cuando llegó el momento de elegir, después de las comunes, tiré por Filología Inglesa porque pensé que podría tener más salidas laborales.

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Aunque ustedes, pioneros del modernismo, pensaron que se podía viajar al centro de la Tierra desde León. ¿Cuáles fueron las referencias? ¿Dónde lo aprendieron todo?

Yo no tenía hermano mayor. Pero cuando llegué a León, con catorce años, me encontré con una ciudad de tradición musical. Yo nací en Alicante, si bien a los tres meses mi familia se trasladó a San Sebastián, de donde era mi madre. Cuando tenía doce años, nos fuimos a Madrid y, dos después, nos instalamos en León. La vida de los funcionarios en España ha sido así. Mi padre, que había nacido en Valladolid, trabajó en Novelda, Pasajes de San Pedro, Rentería —en la época superdura—, San Sebastián, Alcobendas y, finalmente, en León.


Y se encontró con bandas como Los Cardiacos.

Fueron los padres musicales de mi generación. Había conciertos, programas radiofónicos y, sobre todo, pintas por la calle, que era lo que molaba de los ochenta. Tribus que, en ciudades pequeñas, se juntaban en el mismo sitio: los mods, los rockers, los modernos, los siniestros, los punkis, hasta los skins… También había mucho pop, porque en León gustaban mucho Elvis Costello, Nacha Pop, Los Pistones y todo eso.

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Álex Cooper publica el disco 'Tiempo, Temperatura, Agitación' /. MARY WILSON


¿Entonces ya había escena mod?

No, había alguno suelto. No te voy a decir que nos la inventamos nosotros, pero… Como dice un amigo: “Tú quisiste ser mod, porque si llegas a ser fan de los mariachis, ahora en León llevaríamos todos un sombrero mexicano”. Y tiene razón, porque soy muy proselitista. A veces me lo pregunto, pues siempre me ha llamado la atención: “¿Qué motivos tendría un chaval de dieciséis años para quedar deslumbrado con el universo modernista y para abrazarlo con tal fervor que, en plan testigo de Jehová, a partir de entonces su única misión sea convertir a todo el mundo a su alrededor?”. Lo lógico sería haber tirado por algo que conociera de antes, como ser hincha de la Real Sociedad.

Álex Cooper publica el disco 'Tiempo, Temperatura, Agitación' /. MARY WILSON


¿Cómo llegas ahí? ¿Cuál fue el banderín de enganche?

Sobre todo, por la música. Parece obvio, pero hay gente que se convirtió porque iba al fútbol y en la grada había mods, si bien antes no tenían ni un disco. Hay muchos así, y no lo critico. Me gustaba el pop y la nueva ola, y estaba enganchado a programas de televisión como Musical express y Aplauso, de los que iba pillando cosas. La escena mod de los ochenta fue popular y muy grande en unas cuantas ciudades: sobre todo en Madrid, aunque también en Vitoria, en Valencia, en León y, claro, en Barcelona, de donde salieron las bandas.

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Álex Cooper publica el disco 'Tiempo, Temperatura, Agitación' /. MARY WILSON


Brighton 64, Telegrama, Los Negativos...

Y otros menos conocidos, como Kamenbert o los Sprays. Y, dentro del pop, también estaban Los Elegantes. Mientras, la estética de la nueva ola de Madrid era una mezcla del punk y del yeyé —pasado por el filtro mod—. Si te fijas en las primeras fotos de Alaska y los Pegamoides, ellas llevan diademas y minifaldas de cuadros, por no hablar de sus peinados. Pues bien, nuestra primera referencia es esa estética de la movida madrileña. Y, en paralelo, The Jam salían en Aplauso; La calle del ritmo, de Los Elegantes, sonaba en la radio sin parar; el ska de The Specials y Madness; el ballet de mods contra rockers en el programa de José María Íñigo, con motivo del estreno de Quadrophenia en España, etcétera.


El mod estaba en todos los lados, aunque a mí me llegó a través de la música: Elvis Costello, Any Trouble, The Romantics… Todo lo que le gustaba a los mods de aquella época, que no eran los sesenta, sino el power pop y la nueva ola. Con todo eso, empiezas a fabricarte tu imaginería. Y ya en 1984, con diecisiete años, viajo para estudiar inglés durante un mes a Chichester, en el sur de Inglaterra. Ese es otro de los caminos por los que llega la escena mod a España: a través de chavales de clase media que van en verano a Irlanda y a Inglaterra.

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Las listas de éxitos en el Reino Unido siempre han hecho sonrojar a las españolas.

Bueno, forma parte de su cultura y no forma parte de la nuestra.


¿Qué falla?

La cultura. No hay cultura musical, ni respeto por la música popular. Quienes tienen capacidad de decidir no se plantean lo siguiente: “Yo no puedo programar esto porque es una basura, aunque dé dinero. Lo que tengo que hacer es programar música que guste a la gente, pero que sea buena”.

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Los Flechazos comenzaron con buen pie en 1988 con Viviendo en la era pop. ¿Cantar en español, pese al influjo anglosajón, fue un acierto para llegar a más público?

La clave del éxito fue que éramos muy buenos, porque entonces había muchos grupos cantando en español. Los Flechazos queríamos cambiar el mundo. Nacimos para dinamitar la industria musical, por eso fuimos un grupo fracasado al cien por cien. Vuelvo a mi formación francesa estructuralista: el primer principio de Foucault era poner en duda desde el comienzo todo lo que te planteen como dogma. En ese sentido, yo puse en duda que un grupo necesitase evolucionar desde el punto de vista sonoro e intelectual. Y con dieciséis años me planteé que haría la misma música toda mi vida, sin que dejase de resultar interesante desde una perspectiva creativa. Queríamos quebrar las leyes a las que estaba sujeta la música, porque hay que pensar que en aquel tiempo no estaba bien visto ser mod toda la vida. De hecho, nuestros grupos españoles favoritos, cuando accedían a un público mayoritario, abandonaban un poco la escena underground. Nosotros nacimos para ser el grupo del que los chavales pudieran sentirse orgullosos. Y para eso había que cantar en español, porque te tenía que entender todo cristo.


¿Cómo se pasa del himno adolescente a la canción, digamos, compuesta por un adulto?

He tenido que luchar contra mi forma de ser. Las canciones de Los Flechazos eran un instrumento para conseguir objetivos. En los inicios de Cooper, tras decidir que abandonaba la música, no te diría que las componía como terapia, pero sí como forma de expresión personal. Nunca pensé que usaría las canciones para explicar cosas, ni que descartaría algunas porque me recordaban a mí mismo diez años antes. En ese momento, no era capaz de combinar la madurez de la edad adulta con la fascinación por el pop teenager, hasta que Elena Iglesias [teclista de Los Flechazos, organizadora del Purple Weekend, copropietaria de la tienda Chelsea y expareja del entrevistado] me dijo: “Tú tienes una capacidad de la que carecen muchos músicos: componer canciones a los treinta y tantos años con la misma frescura que a los dieciséis”. Y me di cuenta de que no podía renunciar a eso. Sin nostalgia. Me diferencio de la mayoría de la gente en la manera de entender la evolución. Yo soy coleccionista y funciono por acumulación: canciones, viajes, palabras y, claro, discos.

Diego Manrique tampoco lo dice, pero luego tiene que alquilar un sótano para almacenarlos…


Usted es abierto, pero parece tímido.

Soy muy accesible, aunque tímido, sí.


¿Qué implicaba mantener vivo a un grupo como Los Flechazos? ¿Sacrificios? ¿Sinsabores? ¿Se sentía encorsetado?

Nuestra crisis de los cuarenta estuvo muy ensombrecida por la que habíamos tenido a los treinta: “Llevas once años tocando, ¿qué vas a hacer con tu vida? Hay que buscar una solución a esto, porque también quiero hacer otras cosas”.


¿Cuánta gente reuniría Cooper en Toledo?

¿Hoy en día? Pues seguiríamos en las cien personas [risas].


La ropa podría ser la misma, pero ¿cómo le ha cambiado la cabeza?

Afortunadamente, me sigue valiendo toda la ropa [risas]. De hecho, en la gira de 2016, me ponía las camisas de Los Flechazos en plan guiño. La cabeza me ha cambiado mucho y ahora estoy muy centrado. ¿Sabes lo que me ha influido mucho? Reencontrarme, durante los conciertos de Popcorner. 30 años viviendo en la era pop, con el Álex de veinte años y sus sueños de juventud. Me doy cuenta de que he tenido muchísima suerte y de que no puedo quejarme de nada. Sin embargo, no tengo la vida que soñaba para mí. Vale, nadie la ha tenido, pero yo, desde luego, soñaba con algo distinto.


Una vez en Cooper, decidió sacar solo singles y epés. Lo que parecía un suicidio comercial, hoy es norma: no importan tanto los discos, como las canciones sueltas, que se escuchan por aquí y por allá.

Y, a pesar de eso, la industria musical no ha modificado sus comportamientos y te sigue exigiendo que entregues un elepé. Y si no lo haces así, no te hacen ni caso.


Disculpe que tire de cuestionario, aunque tufe a lugar común. Le han catalogado como el Paul Weller español [el enunciado y la pregunta final, con voz engolada]. O, si lo prefiere, como el heredero patrio de bandas como The Jam o The Kinks. ¿Cómo le gusta verse?

Tengo una sensibilidad muy distinta a Paul Weller, pero entiendo perfectamente la comparación, porque —para el oído no entrenado— los mods somos como los chinos: todos iguales [risas]. Yo me veo como un resistente, como un personaje de la cultura subterránea, como una figura de la resistencia sonora de este país, como un cabezota empeñado en que las cosas también se pueden hacer a mi manera.


Cooper es un coche y el apellido de Jimmy, el personaje de Quadrophenia, de The Who. Usted también ha comentado que le llamaban Garín Cooper… Demasiado peliculero, ¿no?

Pero es verdad. Me lo decía un compañero de clase que se llamaba Carlos: “¿Qué pasa, Garín Cooper?”.


¿Prefiere conocerlos o mantenerse alejado de los artistas a los que admira?

En el plano personal, siempre me mantengo alejado. Si coincide, bien, aunque no lo busco.


¿Y a ustedes nunca se les pasó por la cabeza irse a Madrid?

Nosotros decidimos que queríamos formar parte de algo. Primero fue la escena mod, y después nuestra ciudad. Nuestro plan de cambiar el mundo pasaba por León. Para mí hubiera sido más fácil vivir en Madrid con mis pantalones de cuadros y mi pelo beatle, pero quería ser yo mismo en mi ciudad. Hoy en día, lo que más ilusión me hace es que la gente sienta la escena mod como algo propio de León. Porque son tan nuestras Dos cosas tiene Boñar y Los titos de Corbillo, como Salid de noche, de Los Cardiacos, o Viviendo en la era pop, de Los Flechazos. Están al mismo nivel: es música popular leonesa.

Y luego se encuentra a gente como Talbo Mods, quien desde Japón hace versiones de sus canciones.


Se ha echado la noche encima y no le he preguntado por el nuevo disco que está grabando: Tiempo, Temperatura, Agitación.

Terminaremos de grabarlo este mes y lo editará Elefant Records a finales de mayo. Soy especialista en pasar el negativo a positivo, de ahí el título, que alude a los tres parámetros que se tienen en cuenta en el revelado. Surgió cuando leía el libro Volverás a la Antártida, de Paco Gómez, el autor de Los Modlin, un tío muy interesante al frente de la editorial Fracaso Books. En realidad, el revelado es como hacer un disco: una vez grabado, tienes que trasladarlo a un formato para poder compartirlo con la gente. Sobre los parámetros que te decía: el tiempo de la exposición, la temperatura del líquido y la agitación de la cubeta, que también tiene sus particularidades. Como especialista en viejas técnicas musicales y en instrumentos vintage, me resultaba curioso el proceso fotográfico antiguo.


¿Y cómo quedará la foto?

En el disco se verá claramente que hay un antes y un después de la gira de 2016. Es un Cooper más… no sé si animoso es la palabra. ¿Más optimista? ¿Con mucha más energía? Y, en el aspecto sonoro, hay muchos instrumentos, además de las guitarras de siempre.

@solucionsalina

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