Este artículo se publicó hace 4 años.
Lara Moreno: "Asomarse al problema de la vivienda es como enfrentar un abismo"
La escritora aborda en 'Deshabitar' el problema de la vivienda en nuestro país. Lo hace a través de un recorrido vital por los doce lugares en los que ha vivido. Un viaje de ida que nos habla de cómo la vivienda dejó de ser un derecho para convertirse en un lujo.
Madrid-Actualizado a
Haga la cuenta. Piense por un momento cuántos alquileres de cuántos pisos o habitaciones conforman su particular expediente inmobiliario. Piense en aquel cuchitril que le dio la bienvenida a la metrópoli, o en el palomar que habitó durante años cuya techumbre inclinada hacía imposible mear de pie. Por no hablar de aquella covacha sin luz en la que tuvo a bien amar y ser amado. O eso creía usted, porque él o ella marchó y vuelta a empezar. Piense en todos esos lugares que habitó y deshabitó al son de la ciudad y sus vicisitudes. Quién sabe quién habitará esos lugares ahora. Lo que es muy probable es que estarán pagando un 50% más de alquiler que hace cinco años.
La escritora y poeta Lara Moreno ha querido evocar ese peregrinaje urbano que todos, en mayor o menor grado, hemos tenido que asumir en algún momento. Lo hace en Deshabitar (Destino), un breve ensayo que pasa revista a los doce lugares en los que la autora vació su maleta, lamió sus heridas y urdió cada noche una nueva ofensiva (en vano; la ciudad siempre gana). Una biografía inmobiliaria que nos habla de cómo la crisis de la vivienda en nuestro país zarandea millones de vidas, atadas sin remisión a una mensualidad y unos gastos fijos que a duras penas pueden hacer frente.
"Nos olvidamos que somos privilegiados y también de que estamos vendidos completamente"
"Durante mucho tiempo entendí el hecho de vivir de alquiler como una elección, me creía a salvo del monstruo de la vivienda, la precariedad era parte del trato, iba en el lote", confiesa la autora. Pero algo cambió, lo que empezó como un juego, con unas reglas difusas y unas obligaciones asumibles, devino −crisis financiera mediante− en una suerte de hostigamiento. "Llega un momento en el que empiezo a notar ese monstruo muy adosado a mi experiencia, como si en lugar de ir corriendo a su lado como solía hacer, tratara de que no se me echara encima".
Una huida hacia adelante hecha de miedo y ansiedad, siempre al filo de la insolvencia, tejiendo redes para sobrevivir y cumplir el sueño de vivir donde uno quiere vivir. Un sueño que, por cierto, la autora prefiere matizar: "Hablo y escribo desde un privilegio, esto ha de quedar claro, para mucha gente una casa no es un sueño, sino una necesidad, cuando no tienes nada que ofrecer ya no hablamos de sueños sino de hambre, al final resulta que no somos todos iguales ante la ley como tampoco lo somos ante ese mecanismo de poder que nos dice dónde podemos vivir y dónde no".
Lara no elude ese privilegio en el texto, al contrario, lo evidencia situando al lector ante la certeza de que en esta jungla nadie es inocente. "Estamos por debajo de una maquinaria neoliberal que lo puede todo, nos pisan y pisamos constantemente, se nos olvida que somos unos privilegiados y también que estamos vendidos completamente". Es esta una de las conclusiones posibles del libro; cómo los desmanes turbocapitalistas en materia de vivienda terminan por generar hordas de correcaminos de un barrio a otro, en estado de provisionalidad permanente, con la presión inmobiliaria pisándonos los talones e incapaces de reconocernos en el otro. Unos entran y otros se marchan. El corte es limpio y el mercado la ley. Entretanto la ciudad se ensancha y deshumaniza.
"Una casa propia te lleva a un lugar de refugio y de calma"
Y en plena huida, mientras hacemos cábalas para cuadrar esa ecuación imposible de mensualidades abusivas, salarios de risa y distancias metropolitanas, miramos atrás y vemos nada o muy poco. Apenas indicios, legislaciones fallidas, artículos que decoran nuestra Constitución y sombríos fondos de inversión como Blackstone, primer propietario de vivienda en España. "Asomarse al problema de la vivienda es como enfrentar un abismo; el monstruo está muy bien disfrazado, apenas lo ves pero está ahí, sin darnos cuenta estamos conectados con trabajadores de la otra parte del mundo, nuestra suerte depende de la de ellos".
Añadan ahora al intento de evasión una cantaleta muy especial. Esa que desde el tardofranquismo nos viene diciendo, con prosodia cuñada, que alquilar es tirar el dinero y que ser propietario es asegurarte un porvenir. Un porvenir que, según se mire, es también una rendición, un plegar las armas ante el desquicie de los mercados inmobiliarios. Surge así la posibilidad de una isla, aún pequeña y a reformar, desde donde mirar el mundo. "Supongo que es algo cultural, una casa propia te lleva a un lugar de refugio y de calma que yo no conocía y que no esperaba tener, pero no podemos obviar que se trata de un privilegio, el privilegio de que alguien te preste un montón de dinero para que tu vida sea más fácil".
Y así llega el final. O casi. La escritora asume la rendición pero sólo por un instante: "Te compras una casa no una tumba, o por lo menos eso espero", dice entre risas. Chueca, San Bernardo, Huertas, Zarzalejo, Valdemorillo, Plaza de la Paja… Las escalas que hizo Lara son quizá lo de menos, cada lector tendrá sus huellas en la ciudad, lo importante es no olvidar que la vivienda debe ser un derecho y no un lujo. Deshabitar (Destino) traslada a través de lo personal un problema colectivo, un problema que condiciona profundamente nuestras vidas y nos convierte en esclavos de un techo.
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