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Los nuevos dramaturgos toman por fin los escenarios oficiales

Paula Corroto

La actual generación de dramaturgos españoles por fin llega a los grandes escenarios, tras dos décadas pateándose las salas alternativas de nuestro país, renovando a los clásicos y montando algunos de los textos contemporáneos más innovadores de los últimos años.
Las salas de solemnidad institucional, como el Centro Dramático Nacional (CDN), la Compañía Nacional de Teatro Clásico (CNTC) o el Teatro Nacional de Catalunya (TNC), se abren a sus pies. Empieza así otra etapa, quizá una nueva edad de oro en el teatro español. ¿Quién compone este nuevo grupo de dramaturgos y directores de escena? Los nombres propios son numerosos. Ahí está Juan Mayorga, que llevará en abril al CDN su texto La paz perpetua; Luïsa Cunillé, que pondrá en escena en junio Après moi le deluge, dirigida por Carlota Subirots, también en el CDN; la inclasificable Angélica Liddell, que tras arrasar en la escena alternativa con obras como Y como se pudrió: Blancanieves o Mi relación con la comida, también ha sido arropada por la casa de Gerardo Vera. Y se puede continuar: Rodrigo García, el desterrado de España y aplaudido en el extranjero; Eduardo Vasco, actual director de la CNTC (con un pasado en la Sala Cuarta Pared), al igual que la escritora y directora Ana Zamora, una de las mejores conocedoras del teatro renacentista, o Laila Ripoll, quien precisamente acaba de estrenar en el madrileño teatro Pavón el clásico de Rojas Zorrilla, Del rey abajo, ninguno, dentro de la temporada actual de la Compañía Nacional de Teatro Clásico.  "Somos una generación que hasta ahora no hemos podido acceder a estos espacios. Me alegra que se esté recuperando a mucha gente, puesto que también pienso que nosotros hemos hecho un poco de tapón con respecto a las generaciones posteriores. No les hemos dejado apenas hueco en las salas alternativas y nosotros tenemos ya 40 años. El problema es que hasta ahora todo ha estado muy anquilosado, con unos patrones viejos", explica la propia Laila Ripoll, con respecto a las vicisitudes de esta renovación generacional.  Sin embargo, esto es un cambio que se veía venir. "Desde luego, nosotros hemos tenido una formación excelente. Yo, por ejemplo, le debo mucho a los talleres que se hicieron en los años 80. Gente como Fermín Cabal a mí me ha enseñado mucho. También a la compañía de teatro clásico en tiempos de Marsillach, ya que fue la que me motivó a formar una compañía de clásicos como Micomicon en 1991", reconoce Ripoll. A ello hay que sumarle también las posibilidades que ha tenido esta generación para viajar y para nutrirse de otros dramaturgos. "En los años 70, nadie se iba un fin de semana a ver una obra a Londres, París o Nueva York; ahora, si quieres, te sacas un billete en una compañía de bajo coste y te vas a ver teatro por el mundo. El aprendizaje que nos ha dado esta oportunidad es increíble", añade.
 La trangresión de lo viejo
 Pero ¿en qué radica este cambio generacional? ¿Es un mero cambio de caras? Para Laila Ripoll, es evidente que no. "Hay muchísima calidad. Esto es quizá lo que nos diferencia de generaciones anteriores. De todas formas, es que la generación anterior tuvo más problemas que nosotros, ya que no podemos olvidar lo que significó el franquismo. A los textos clásicos, se les dio una pátina moralista y no se les representó nada bien", admite.
Lo reviejo puede ser muy transgresor. Ésta es una frase que casa bien con esta generación de dramaturgos y directores de escena. Pertenece a Yolanda Pallín, pero muchos la han tomado como propia. Y, de hecho, Laila Ripoll la ha querido llevar hasta sus últimas consecuencias con la versión que ha realizado de Del rey abajo, ninguno. "El siglo XVII fue tremendamente libertario. Por ejemplo, ir al teatro no era lo mismo que ahora. Los corrales de comedias eran un gallinero. La gente gritaba, insultaba, aplaudía. Eso de estar todos callados y aplaudir al final es una cosa de la moralidad del siglo XVIII y XIX. Ni siquiera el espacio es el mismo. El teatro a la italiana no tiene nada que ver con un corral de comedias".
Una versión muy barroca
 De ahí que en su versión, Ripoll haya buscado esa esencia dándole musicalidad con representación de entremeses y loas. Mucha música y mucho baile. "La rigidez y seriedad del teatro clásico es cosa de antes; una cosa que además los cuarenta años de dictadura se encargaron de potenciar", reconoce.  ¿Significa eso que ha actualizado el guión de Rojas Zorrilla? "No, si quiero hacer algo contemporáneo, busco historias en el metro. Esto es un texto clásico ambientado en el Toledo de la Edad Media. Y he querido respetar esta gran historia que muestra las diferencias entre la Corte y el campesinado. De todas formas, hay obras que sí se pueden prestar a una actualización. Yo, por ejemplo, lo hice con La dama boba, de Lope de Vega. Pero aquí, además, no se puede relacionar con la actualidad. Aquello era una monarquía absoluta. Ahora estamos en una monarquía parlamentaria. Y el público es del siglo XXI. No, esto es una obra muy barroca y hemos querido mantener su esencia barroca, incluyendo todo lo que el barroco tuvo de transgresor".
Ahondar en la actualidad con nuevas miradas, dar la vuelta a los clásicos, recuperar a autores poco representados como el propio Rojas Zorrilla, Ruiz de Alarcón o Agustín Moreto... "Parece que con Lope, Tirso y Calderón, teníamos bastante", apunta Laila Ripoll. Esto es parte de lo que propone esta nueva generación que si ve un fallo en la escena teatral, es la poca conexión que existe entre las comunidades autónomas para girar. "Nos estamos volviendo excesivamente provincianos, y el teatro es universal", añade.

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