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Paolo Virzì desenmascara la riqueza que no nace del trabajo

El cineasta hace la crónica negra de la sociedad de la codicia con un relato de especuladores millonarios, de avariciosos y de advenedizos en 'El capital humano', gran triunfadora de los premios de la Academia de Cine de Italia. La película mezcla crónica social, thriller y denuncia política

Escena de la cinta italiana 'El capital humano'.

BEGOÑA PIÑA

MADRID.- Una pandilla de delincuentes financieros llevó a medio mundo a la ruina, saqueó las reservas de muchos Estados, desplumó a los ambiciosos más ingenuos y provocó la que ya se conoce como la crisis de 2008. Aquellos criminales, ávidos especuladores, fueron los únicos que no se empobrecieron. Todos los demás salimos perdiendo. Miseria, paro, desesperanza y una deplorable confusión ética invadieron el planeta. Todo ello estaba en forma de thriller en Human Capital, la novela que el americano Stephen Amidon publicó unos años antes de la debacle. Ahora, el cineasta italiano Paolo Virzí se ha llevado la historia de Connecticut a la región de Lombardía y al cine y ha hecho diana. Multitud de premios reconocen su nueva película, que, mucho mejor síntoma, ha provocado la ira de la Liga Norte y de los habitantes del conocido como ‘reducto Berlusconi’.

El capital humano “cuenta la historia de cómo el dinero, la angustia por multiplicarlo, la ansiedad por perderlo, determina las relaciones, los destinos y los valores de las personas a las que toca. El ansia por el dinero determina la moral”, dijo el director en unas declaraciones concedidas en Italia. Allí, la Academia de Cine ha recompensado este trabajo nada menos que con siete Premios David di Donatello: Mejor Película, Guion, Actriz (Valeria Bruni Tedeschi), Actriz de Reparto (Valeria Godino), Actor de Reparto (Fabrizio Gifuni), Montaje y Sonido. A ellos se une el Premio del Público conquistado en el Festival de Cine Europeo de Sevilla y el que se llevó Valeria Bruni en Tribeca. Los actores Fabrizio Bentivoglio, Fabrizio Gifuni, Matilde Gioli y Valeria Golina la acompañan en el reparto.

Especuladores, advenedizos y farsantes

Historia de ricos especuladores y de advenedizos y farsantes, la película comienza en la víspera de Navidad cuando un todoterreno embiste a un ciclista y le saca violentamente de la carretera. El suceso hace que se crucen los destinos de dos familias, la del millonario Giovanni Bernaschi y la de Dino Ossola, un avaricioso agente inmobiliario de clase media. Virzì cuenta el mismo episodio desde el punto de vista de los distintos personajes y con ello consigue rematar esta crónica negra de la sociedad de la codicia.

“Todos los personajes son monstruos e ignoran que lo son. La cinta cuenta muchas cosas de la Italia actual, sin intención de moralina. Es una comedia humana”, asegura el director, que comienza su película con la agresión al ciclista, hecho que no le importa demasiado, pero que le sirve para aclarar la catadura moral de sus personajes. Millonarios sin escrúpulos, creadores de fondos agresivos que ofrecen altísimos intereses anuales; individuos de clase media que quieren sumarse a la elite de los que se enriquecen sin pegar palo; jóvenes incapaces de pensar por ellos mismos, acosados por la expectativas de sus padres; padres que aprovechan las relaciones de sus hijos para hacer dinero…

“Emblema de nuestra época”

Así, lo que comienza como drama social y se va despejando como crónica política, se va transformando en thriller y en cine de denuncia. Una combinación que le viene bien a este relato, que Paolo Virzí describe como “una historia que parece un emblema de nuestra época, incluso en Italia: una riqueza que no nace del trabajo, sino de lo más implacable de la especulación financiera; las esperanzas frustradas de ascender en la escala social; la ansiedad que provoca el dinero; una generación de jóvenes obligados a pagar un precio elevado por la felicidad, por las ambiciones esporádicas de sus padres o de sus propias frustraciones”.

“En esta película —añade el director— son multitud los temas que se evocan: la avidez, la competitividad, la ambición, la riqueza, la especulación, el papel marginal de la cultura, los conflictos sociales y generacionales, los niños agobiados por las presiones de las expectativas de unos adultos egocéntricos e irresponsables”.

Violenta tormenta política

La exhibición de estas miserias, la decisión de llevar la acción a la región de Lombardía y unas declaraciones que hizo Paolo Virzí a La Repubblica desataron una violenta tormenta en el Norte del país. El cineasta dijo entonces que le interesaba mostrar a un "representante de esa criminalidad financiera que, como ocurrió en la crisis de 2008, puede llegar a destruir la economía de naciones enteras o por lo menos a despojar a los ingenuos de todos sus bienes". Parece que muchos habitantes de la provincia de Brianza y de las ciudades de Varese y Como, localizaciones donde se rodó el filme, se sintieron aludidos.

El director, lejos de apagar el fuego, empleó el sarcasmo en sus supuestas disculpas y avivó aún más la llama. “Rodamos en Brianza –explicó- no solo porque está cerca de Milán, donde cada día en la Bolsa se crean y destruyen patrimonios, sino porque además tiene un paisaje helado, hostil y amenazador”. Sus palabras indignaron a tal extremo a la Liga Norte, que llegó a pedir al Ministerio de Cultura que exigiera la devolución del crédito de 700.000 euros que concede a buena parte de las producciones italianas.

“El grado de repugnancia adecuado”

Mucho más directa fue la respuesta de los habitantes de Varese, donde algunos de sus vecinos les insultaban desde sus coches mientras rodaban la película. Virzí, poco después, se despachó a gusto: “Era justo lo que buscábamos –confirmó-. Estas señoras con abrigos de pieles nos miraban con el grado de repugnancia adecuado: ¡era un casting natural! Un cineasta no busca lugares amenos; yo busco problemas y desastres bien reales”.

Tan reales como el estado en ruinas en que se encontraba el Teatro Politeama de Como, la ciudad con el PIB más alto de Italia. Que el cine hiciera publicidad de su desprecio por la cultura ofendió mucho a sus habitantes, que arremetieron contra el director y contra su película. Probablemente su reacción era la de la vergüenza, porque, como el propio cineasta italiano afirmó, “la clausura de un teatro es una de las señales más claras de depresión y amenaza en una nación. Yo nací en Livorno, una ciudad que estaba llena de fábricas y obreros que iban al cine. Ahora, todas las salas han cerrado”.

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