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Música ¡Horror, nos han robado el nombre de nuestro grupo!

Si crees que tu banda va a partir la pana, lo primero que deberías hacer es bautizarla en la Oficina de Patentes y Marcas. Muchas han tenido que renunciar a su denominación por no haber espabilado a tiempo, pero otras se resisten a cambiarla.

Tamara & Tamara (fotografiada por Álvaro Villarrubia para la portada de 'La Luna' de 'El Mundo')

Un consejo antes de montar una banda, incordiar a los vecinos durante los ensayos, liar a los colegas para que vayan a los conciertos, petarlo con la maqueta en las redes sociales y entrar en un estudio a grabar el esperado primer disco: registren el nombre. Si hubiese un grupo que ya lo ha inscrito en la Oficina Española de Patentes y Marcas, parte de ese trabajo no habrá servido de nada y tendrán que volver a empezar casi de cero. Aunque, puestos a tarifar, hay trucos para evitar el game over.


María del Mar Cuena Seisdedos, más conocida como Tamara, fue rebautizada artísticamente en 2004 como Ámbar cuando Tamara Macarena Valcárcel Serrano —o sea, la de los boleros— la demandó por usurparle la marca. Aunque la intérprete de No cambié había ganado en primera instancia, la otra se salió con la suya en el contraataque judicial, lo que hizo que Tamara la Mala —o la Buena, según se escuche— tirase la toalla y buscase otra denominación. Sin comprobar, claro, que Ámbar también estaba registrada, por lo que al final optó por Yurena.


Si bien Tamara-Ámbar-Yurena aseguró que había debutado en 1991 en el pub Libredon de Portugalete y que se hacía llamar así desde comienzos de los noventa, al no haberlo registrado poco pudo hacer para conservarlo. Otro caso con ciertas similitudes, pero con final feliz: Emilio José —ganador del Festival de Benidorm con Soledad— intentó que Emilio José —Ourense, país de futuro— dejase de llamarse como él. “Me sorprendió que alegase continuamente que tenía su marca registrada, cuando sabíamos que la había inscrito tras conocer la existencia de nuestro Emilio José”, explica Marc Campillo, responsable del sello Foehn.


El músico de Quins —Concello de Melón, ansiada República Tropical de Ourense— nunca llegó a ser denunciado y sigue actuando con su nombre de pila. “Todo se quedó en amenazas. Alegaba que generaba confusión, pero esa justificación no tenía sentido: el público del Sónar sabe perfectamente quién es Emilio José, aunque en Benidorm ya es otra cosa…”, añade el también director del festival Barcelona Acció Musical.

“Ojo, él no es el otro Emilio José, es el falso Emilio José, porque en realidad se llama José Emilio”, matiza el autor de Agricultura Livre, convencido de que no llegó a sentarse en el banquillo porque el cordobés no tenía las de ganar. “La polémica que se generó es otra prueba más del absurdo de la propiedad intelectual. Bueno, de la propiedad en general... Como registrar el sol o vender parcelas en la luna”, cree el exmiembro de Apeiron, quien recuerda los problemas legales de Final Fantasy o Pan Sonic.

[Emilio José le cambia el nombre a Emilio José]


La nómina internacional de grupos que han compartido nombre es ingente, aunque la palma se la lleva Masacre, incluidas las versiones con doble ese: un grupo colombiano de death metal; un combo de skate rock argentino, también conocido como Massacre Palestina; una banda de death metal radicada en Tampa (Florida); un grupo de rock experimental neoyorquino… Huelga decir que prima el rollo jevorro y que, a veces, incluye aditivos, caso de Beneath the Massacre —death core desde Montreal—o The Birthday Massacre —dark wave facturado en Quebec—.

Desconocemos las cuitas legales de las citadas bandas gore, aunque los casos que señala Emilio José se refieren a enfrentamientos con empresas. El compositor canadiense Owen Pallett tuvo que dejar de llamarse Final Fantasy en 2009 después de publicar cinco epés para no meterse en berenjenales jurídicos. De poco le valió presentarse como un fan declarado del videojuego, al que quería homenajear: con las multinacionales no se juega. Antes, Mika Vainio y Ilpo Väisänen se habían dado a conocer como Panasonic, hasta que las amenazas de la compañía japonesa los convirtieron en Pan Sonic. En venganza, publicaron un álbum en 1999 titulado A, como la vocal que debieron suprimir.

Emilio José vs. Emilio José

Emilio José vs. Emilio José. 

También ha habido personas físicas que forzaron a las bandas a cambiar de nombre. Aquí sucedió con el trío Garzón, que provocó la reacción del entonces juez de la Audiencia Nacional, ofendido por tamaña “intromisión en su imagen”, según el burofax que recibió la banda de Pepo Márquez, Roberto Herreros y Eugenia Malela Durán. La amenaza surtió efecto y la respuesta del grupo fue genial: a partir del verano de 2006 se llamarían Grande-Marlaska, como el otro superjuez.

“Nos han contado que escuchó las canciones y que dijo que estaban bien, pero que no era su estilo”, aseguró en una entrevista Herreros, cuya banda sólo pretendía homenajear la “modestia” de Baltasar Garzón y, de paso, a los británicos McCarthy, que habían hecho lo propio con el senador estadounidense que desencadenó la caza de brujas contra todo sospechoso de ser comunista.


Sin embargo, lo más habitual es que las denuncias procedan de otras bandas, aunque algunas ya hemos visto que se quedan en amenazas o, incluso, en arreglos económicos. La banda angelina de metal alternativo Audioslave, formada por miembros de Soundgarden y Rage Against the Machine, pagó 30.000 dólares a un grupo de Liverpool por seguir usando el nombre. Los británicos, que confesaron sentirse halagados por compartir denominación con el grupo norteamericano, decidió rebautizarse en 2006 como The Most Terrifying Thing, una decisión terrorífica con la que, evidentemente, salieron perdiendo. La prensa especializada lo consideró desde el nombre más estúpido del año hasta uno de los más absurdos de la historia del rock.

Ojo, porque el cambio también puede ser beneficioso. The Chemical Brothers eran The Dust Brothers hasta que se dieron cuenta de que en Los Ángeles tenían unos sosias, responsables de la producción del disco Paul's Boutique —de los Beasty Boys— y del Odelay —de Beck—. Cuando en 1995 giraron por Estados Unidos y el abogado de los hermanos polvorientos quiso pleitear, Tom Rowlands y Ed Simons se inspiraron en su canción Chemical Beats para reinventarse. Dada la afición de la chavalada de los noventa por el botiquín, entendemos que el cambio, si no apropiado, sí fue en consonancia con lo que rulaba por las pistas y aparcamientos de los extrarradios de Occidente.

En cuanto a Pink Floyd, antes de rendir tributo a los bluesmen Pink Anderson y Floyd Council, fueron Sigma 6,8, T-Set, Megadeaths, The Screaming Abdabs, The Architectural Abdabs, The Abdabs y Tea Set, una elección esta última tan británica como falta de gracia. Cuando coincidieron en un concierto en Northolt con otra banda homónima, Syd Barrett escogió The Pink Floyd Sound, cuyo sonido y artículo se fueron perdiendo con el paso de los años.

Los enfrentamientos entre los miembros del grupo londinense darían para otro reportaje, porque no sólo el nombre estuvo en disputa, sino también toda la imaginería pinkfloydiana, desde el muro hasta el cerdo volador. Porque la marca puede ser un vocablo, mas también un gráfico, un envase tridimensional o un sonido representado gráficamente —por ejemplo, los californianos !!!, que supuestamente suenan a algo así como chk chk chk, si bien unos lo pronuncian chik, chik, chik y otros, chuk, chuk, chuk; sobran los comentarios—.

We Are Balboa y Balboa. FOTOS: BLANCA DEL AMO / ANDREW WEISS

We Are Balboa y Balboa. FOTOS: BLANCA DEL AMO / ANDREW WEISS

Balboa remite a Rocky. Así se llamaba una banda de hardcore de Philadelphia que contactó con los españoles Balboa para que dejasen de usar el apellido del afamado boxeador. “Sus abogados [los de Stallone, no: los de la banda de hardcore] nos mandaron una carta en la que decían que no podíamos usar el nombre, por lo que nos vimos obligados a cambiarlo”, explica Lúa Ríos, vocalista de la banda. “Quizás nos descubrieron a través de MySpace, aunque probablemente se enterarían de nuestra existencia cuando tocamos en Canadá y en Estados Unidos”, añade la cantante. La banda tiró por la vía de en medio, un recurso utilizado por muchos otros grupos: registraron la denominación (We Are) Balboa, aunque públicamente prescindieron de los paréntesis.


“Standard cambió de nombre justo después de nosotros. Cuando lo hicieron, pensé: Estos han pillado la onda”, afirma el guitarrista Carlos del Amo. Igual que ellos, renombraron la banda We Are Standard, aunque ahora han recurrido al acrónimo WAS. Curiosamente, los de Getxo comparten discográfica —Mushroom Pillow— con Siloé. El proyecto del músico vallisoletano comparte nombre con el grupo del folclore evangélico Siloé de Altamira (Tamaulipas, México), con un grupo de reggae de San Juan de Puerto Rico, con un combo de cumbia cristiana de la provincia argentina de Bahía Blanca, con una banda de gospel rock de Realeza (Paraná, Brasil) y con un hombre orquesta italiano que actúa en bodas, bautizos y comuniones, tanto en solitario como en formato dúo, trío y banda. Como Dios, Siloé está en todas partes.


“No queríamos cambiar el nombre de Balboa porque ya teníamos cierta trayectoria, por lo que decidimos simplemente añadirle el We Are”, recuerda Lúa Ríos, ahora embarcada en Gold Lake. “Balboa fue un nombre que nos marcó, porque todo el mundo tenía en mente al boxeador cuando lo escuchaba. Para este nuevo proyecto pensamos en un nombre sin significado aparente, algo neutro que no recordase a nada… Eso sí, por si las moscas, lo hemos registrado a nivel mundial”, comenta Carlos del Amo, quien ha localizado alguna banda de igual nombre.

Pueden tocar en paz. “No se nos ha pasado por la cabeza denunciar un proyecto autoeditado o amateur: que sigan con su rollo. Estamos tranquilos porque, además de estar registrado, tampoco he visto ningún grupo que tenga un sello discográfico detrás o alguna referencia que nos inquiete”, asegura el guitarrista. Larga vida a Gold Lake, un grupo “más etéreo y luminoso que el anterior”, como su propio nombre indica. “A nuestra música le pasa como a los perros con sus dueños, que se terminan pareciéndose a ellos”, concluye la solista entre risas.

Por cierto, en Nueva York hay una banda de rock llamada The Balboans y en Akron (Ohio), otra de surf que responde por The Balboas. Si hubiese algún inconveniente, podrían convertirse en We Are The Balboas o, simplemente, añadirle un número. Fue la solución de Blink 182, o sea, las 182 veces que Al Pacino dice la palabra “joder” en la película Scarface (El precio del poder).


Lo suyo, pues, es buscar un nombre original, porque se pueden imaginar que hay tropecientos Zoo. El último, Zoo Posse —en público, los raperos valencianos son Zoo a secas—. Antes, la banda psicodélica de rock de Los Ángeles The Zoo —cuyo álbum de debut se reeditó tres veces por otras tantas compañías, la última en 2007—, el pop japonés de Zoo —autor del éxito Choo Choo TRAIN, que volvería a sonar en 2003 bajo el paraguas de Exile, porque el oportunista y antiguo miembro que la recuperó no podía hacerlo bajo el nombre original de la banda: sí, volvió a ser un éxito—. También sufrió variaciones, nada original: la banda israelí de rock setentero Electric Zoo y la alemana de hard rock Human Zoo. Algo que también ha ocurrido con Panda (hay Pandas desde México hasta Australia, y se nos está acabando la tinta...): que si Panda Bear, que si The White Panda, que si Panda Coast, que si Panda Riot, etcétera.

Hinds (antes, Deers) y The Dears.

Hinds (antes, Deers) y The Dears.


Menos común que el panda, el dinosaurio, aunque la banda estadounidense de noise rock Dinosaur tuvo que añadirle el Jr. cuando un grupo de psicodelia amenazó con denunciarlos. Pese a que tampoco son frecuentes los ciervos, las madrileñas Hinds debieron dejar atrás el nombre Deers cuando un conjunto canadiense alegó que sonaba igual que el suyo, The Dears. Simplemente, cambiaron el género, pues hinds significa ciervas. Para zanjar la terminología zoológica, un regalo para un dúo novicio de indie o tonti pop que todavía esté pensándose el nombre: Chu-Lin. Mola, ¿no?


Mientras algunas bandas conviven con el mismo nombre sin aparentemente hacerse sangre —sin ir más lejos, la argentina, o noruega, o española... Airbag—, los coruñeses Zënzar se olvidaron de Mördor cuando se enteraron de que ya había unos santanderinos Mordor aficionados al trash metal. Su bajista, Jose, explicaba en una entrevista al webzine Subterráneo que el nombre, en su día, no era tan reconocible: “Siempre nos gustaron los libros de El Señor de los Anillos. Ahora casi todo el mundo sabe qué es Mordor, pero hasta que esta historia se llevó al cine tuvimos que explicar una y mil veces qué significaba”.

Zënzar, nacidos en Cerceda en 1987 y rebautizados en 1993, siguen engrasando su rock de combate después de tres maquetas, seis discos de estudio, un DVD en directo y un disco de homenaje que le brindaron sus colegas y ahijados musicales: Vai polos padriños. Los santanderinos tuvieron una vida más corta y lo dejaron en 1997, aunque regresaron en 2006. Habría que preguntarles si conocen a la banda de melodic death metal —ganas de liarla, la verdad— de Cienfuegos (Cuba) llamada Mordor, cuyos miembros adoptaron los nombres de la obra de Tolkien. El cantante, por ejemplo, se hace llamar Dairon Saruman: ¡superad eso!

[Zënzar, el rock del arado]


Otro día hablamos de los combos que cambiaron de nombre por orgullo (Sven Erik Kristiansen —éste se hace llamar Maniac— asegura que la formación noruega de black metal Mayhem pasó a ser The True Mayhem porque “había dos bandas que se hacían llamar Mayhem, una en Nueva York y otra sabe dios dónde, y sentimos que ninguna de ellas se merecía tal nombre”) o de las que lo hicieron porque sus miembros tarifaron entre ellos. Mis favoritos son Los Panchos, aunque sus desventuras dan para un libro (precisamente, MR editó una biografía escrita desde las tripas de los reyes del bolero, aunque Diego Manrique se la resume en el artículo El lado oscuro de Los Panchos).

Valga como ejemplo más breve y menos enrevesado Rhapsody, que tuvieron la ingeniosa idea de llamarse como la compañía luego absorbida por Napster. Una vez reconvertidos en Rhapsody of Fire, sus líderes brindaron por el nuevo nombre y aseguraron que “el poder de la llama arderá como nunca”, hasta que dejó de brillar y el guitarrista tiró por un lado bajo el nombre de Luca Turilli's Rhapsody y el teclista Alex Staropoli, por otro, quedándose con la marca pero compartiendo el logo. No sé si he comentado antes que, pese a sus avatares, siguen haciendo power metal sinfónico —los caminos del heavy son inescrutables—.

En fin, que si alguien tiene pensado montar una banda, después de discurrir el nombre conviene comprobar si está registrado. Durante el proceso —pillado, pillado, pillado…—, no hay que claudicar ni tampoco terminar escogiendo uno alegremente, porque habrá tiempo para arrepentirse. Por ejemplo, el grupo neoyorquino de rock Dive, se vio obligado a buscar otro cuando vio que existía una banda belga de electro industrial llamada así —luego se lo copiaron unos suecos— y optó por DIIV, que ni yo mismo sé si está bien escrito: ¿números romanos?, ¿acaso los palitos son dos íes mayúsculas?, ¿o son dos eles?, ¿cómo se pronuncia?

Mejor no pensar en lo que pueden deparar las búsquedas en internet, aunque el mallorquín Luis Alberto Segura podría contar un par de cosas al respecto. La primera, que el Ayuntamiento de Los Ángeles nunca lo ha denunciado —bien—. La segunda, que se lo puso bastante difícil a su SEO cuando bautizó el proyecto con las iniciales de su nombre compuesto —mal o, visto de otra manera, con dos bemoles—: L.A. O sea, que si alguien lo encuentra en Google, ¡premio!

Por cierto, se nos olvidó hablar de Ella Baila Sola, una pena... En resumen: años después de su disolución, Marta se buscó otra compañera y, para no complicarse la vida, llamó al nuevo dúo E.B.S. La cosa no funcionó y, al poco, volvió flanqueada por una doble de Marilia bajo el nombre de, efectivamente, Ella Baila Sola. Que sepamos, todavía no ha habido juicio, pero huele a chamusquina.

Prueba de agudeza visual indómita

Averiguar en cinco segundos, que diría Forges, cuál es la banda viguesa de punk rock Indómitos y cuál el grupo charanguero uruguayo Los Indómitos, autor del disco De lo bueno, lo mejor, que incluye el gran éxito No quiero verte más la cara triste.

Unos Indómitos llevan el artículo delante y otros.

Unos Indómitos llevan el artículo delante y otros, no. 

Breve guía para registrar el nombre de una banda


"El registro de los derechos de Propiedad Industrial no es obligatorio pero sí recomendable, ya que el nacimiento del derecho exclusivo sobre los mismos nace del registro válidamente efectuado [esta guía está hecha a partir de extractos literales de la normativa de la Oficina Española de Patentes y Marcas].

Antes de presentar una solicitud es conveniente realizar una búsqueda [la aplicación está caída, pero el enlace del localizador de marcas es éste] para comprobar que la creación que quiere registrarse no está ya protegida. Las búsquedas se pueden realizar utilizando las bases de datos de acceso gratuito que ofrece la OEPM.

Los plazos medios hasta la concesión son de entre 8 y 15 meses.

Una marca nacional cuesta entre 123 y 145 euros. Las renovaciones son cada 10 años y el importe asciende a unos 170 euros. Los precios tienen un 15% de descuento si la solicitud se realiza vía electrónica.

Los nombres de grupos pueden mantenerse indefinidamente mediante la oportuna renovación.

El derecho a obtener la protección corresponde al que haya presentado la solicitud primero, siempre y cuando esta solicitud se conceda posteriormente. 

Cuando hay varios solicitantes es imprescindible que firmen todos [incluido el o la batería]. No vale con una sola firma, salvo que los demás autoricen a uno de ellos a actuar como su representante.

Para proteger una marca en el extranjero, se puede hacer directamente país por país, presentando las correspondientes solicitudes en cada uno de los países en los que se quiere registrar la marca; mediante una marca de la Unión Europea; o mediante una marca internacional, que exige tener una solicitud/marca española ya registrada o una comunitaria.

Si se quiere oponer a la concesión de una solicitud de marca dispone de dos meses, desde la fecha de publicación de la solicitud en el Boletín Oficial de la Propiedad Industrial (BOPI), para presentar el escrito de oposición. Para ello deberá cumplimentar un formulario y abonar la tasa correspondiente.

El plazo para presentar oposiciones a una solicitud de registro de marca es de dos meses contados desde la fecha de publicación de dicha solicitud en el BOPI.

Los derechos sobre una solicitud, o una marca o nombre comercial son transmisibles por todos los medios reconocidos por el derecho [pueden venderse]. Para que tengan efecto frente a terceros, los actos de transmisión deben ser inscritos en la OEPM".

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