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De espaldas a la vida

Socrates, el brasileño que tiraba los penaltis de tacón, en coma por culpa del alcohol

ALFREDO VARONA

No sólo fue un futbolista. También un ejemplo para su hermano Raí, que logró con Brasil el Mundial (Estados Unidos-94) que mereció él. Pero hoy eso no parece importar tanto. Sin haber cumplido los 60 años, Sócrates, el futbolista que se atrevía a lanzar los penaltis de tacón, aguanta a duras penas en un hospital de Sao Paulo. Conectado a un respirador artificial, víctima de una cirrosis aguda, nada de lo que le sucede hoy se parece a lo de ayer. Otra vez, el alcohol ha estafado a un futbolista con una extraña excepción.

Sócrates pertenece a esa estirpe de jugadores cultos que no proliferan en Brasil. Su genialidad invadía la vida y no se ataba a un campo de fútbol. La suya era (en realidad, es) una mente compleja. Hijo de un fanático de la filosofía griega, capaz de llamarle a él Sócrates y a otros dos hermanos suyos, Sófocles y Sóstenes, en su vida abundan los libros. Estudió dos carreras, Medicina y Filosofía. Quiso ser político y encontró un destino. Soñó con la igualdad para las favelas. Hizo una película y hasta escribió un libro (Desde el Monte Santo), donde reconoció que al fútbol se juega como se vive. Por eso, después de los partidos, también jugaba de espaldas. No le importaba que los periodistas le viesen con un cigarrillo o una cerveza en la mano. Algo que hoy ya no se puede hacer.

Ayer fue conectado a un respirador artificial, víctima de una cirrosis aguda

Sin ser un erudito, Sócrates perteneció a los ochenta, a una época más emocionante para los futbolistas. Fue uno de los campeones sin corona en aquel Mundial de España-82 en el que Tele Santana se atrevió a alinearle junto a Falcao, Tohinho Cerezo y Zico en un solo medio campo. Sin embargo, la derrota no reconoció tanta valentía. Los goles de Paolo Rossi en Sarriá terminaron una época que Sócrates aceptó con ironía inteligente. Su discurso sonó a desfachatez en un país que pedía cárcel para Valdir Peres (el portero) y Serginho (el ariete). '¿Perdimos? Mala suerte y peor para el fútbol'.

Pero Sócrates es así, misterioso, barbudo y contradictorio. Capaz de adorar a Cuba y a Fidel Castro e incapaz de levantarse todos los días a las ocho de la mañana. Por eso su época en Italia no pasó a su biografía. Jugó un tiempo en la Fiorentina, donde no encontró la onda. Volvió a Brasil y, 14 años después de retirarse, aceptó una oferta del Garforth inglés para jugar en 2004. Lo hizo y por unos días su nombre volvió a los telediarios del mundo. Sócrates seguía con esa barba que disfrazaba una libertad casi inverosímil. El día que se habló de la posibilidad de convertirse en seleccionador de fútbol de Cuba puso una descarada condición: 'Cobrar lo mismo que cualquier trabajador local'. Sócrates pertenecía a ese tipo de gente que no aprende a valorar el dinero. 'Debo sentirme como un cubano, recibir la misma cesta que ellos tienen allí'.

Sócrates había prometido abstinencia a su gente. Fue operado de urgencia en junio. Su hígado ya no aguantaba más. Salió adelante y despreció la mentira ante esos hinchas del Corinthians que lo adoran. 'He sido un alcohólico'. Su discurso hizo una promesa. 'He ganado una nueva vida'. Pero hoy, tras volvió a entrar en coma, su defensa se queda sin pruebas.

Formó parte de aquel Brasil campeón sin corona del Mundial-82

Volvió a unirse a esa legión de futbolistas que no supo defenderse del alcohol y que reproduce en el país el drama de Garrincha, que murió a los 49 años. De no ser por el alcohol, Garrincha (Río de Janeiro, 1933) aún podría estar vivo. Pero entre él y Sócrates había enormes diferencias. Garrincha se quejó, antes de morir, de que él no vivió la vida. 'Fue la vida la que me vivió a mí'. Garrincha tampoco sabía utilizar el micrófono. El día en el que le pidieron dos palabras, lo zanjó como un primitivo: 'Micrófono, adiós'.

Sócrates, sin embargo, es un personaje instruido. No tiene 14 hijos. Es un doctor barbudo y elegante que cierto día se equivocó. A la hora del desayuno, prefería un whisky en vez de un café. La vida hoy no se lo perdona.

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