La curva de la producción goleadora de Raúl dibuja un valle desde la temporada 2002-03 hasta la actual. Su trazo descendente coincide con la temporada en la que Ronaldo aterrizó en el Bernabéu. La línea ascendente tiene el punto de partida en la campaña 06-07, la de la marcha de Ronaldo al Milan. En esas cinco temporadas de convivencia, los registros goleadores de Raúl en Liga bajaron de 14 hasta 7. Con esas cifras, todavía no habría superado la marca de Di Stéfano como máximo goleador de la historia del club. La marcha de Ronaldo le resituó en el área y en la senda de los récords.

Nunca mezclaron bien el capitán y la estrella brasileña. Ni en el campo, ni fuera de él. Ronaldo desplazó a Raúl del ombligo del madridismo. Y del área. Unas veces le echó a una banda y otras le tenía a su servicio para abrirle espacios. Raúl corría y Ronaldo sesteaba a la espera de un pase para demostrar que todavía era el rey del gol. Raúl calló y asumió su rol de gregario. Ese fue su mayor error. Tenía galones suficientes para haberse plantado. Prefirió el silencio, porque discutir a Ronaldo podría ser interpretado como un ataque de celos.

El brasileño llegó del Mundial 2002 como campeón. Había superado dos graves lesiones de rodilla con respectivas intervenciones quirúrgicas. Pocos jugadores habían sido capaces de reencumbrarse con esas cicatrices en el tendón rotuliano.

Enganchó a la afición y a la prensa con la temible pegada que aún conservaba y ese aire bohemio que realza la figura de los genios. Se entrenaba poco, tenía una dieta de veinteañero recién independizado y vivía la noche. Se daba por hecho que ya no arrancaba 'como una manada de bisontes', como dijo Valdano, pero su puntería y su frialdad le bastaban.

La explosión de Ronaldo encogió la figura de Raúl, sobre todo a partir de su segunda campaña en la casa blanca. Raúl se quedó mustio y sin sus referentes en el vestuario. Florentino Pérez se cargó paulatinamente a Del Bosque, a Redondo y a Hierro, sus capitanes y padrinos, y más tarde forzó la marcha de Morientes, su mejor amigo, con el fichaje de Owen.

Ronaldo era el ojito derecho de Florentino. Mientras, Raúl se sintió aborrecido. No dudó en anunciar una posible espantada: 'Si el club cree que estorbo, me voy'. No creía en la galactización del vestuario, ni después le hizo gracia la brasileñización del equipo. Ese malvivir era paralelo a sus pobres números. Luxemburgo, médicos, dietistas y jugadores brasileños formaron un poderoso clan que se acabó derrumbando. La primera grieta fueron las declaraciones de Ronaldo en la previa del partido de ida de los octavos de final del Arsenal. 'No me siento a gusto en el Bernabéu'.

A la hinchada madridista ya no le hacían gracia sus michelines. El fútbol del equipo era un embudo. Todo eran pases en profundidad con destino a Ronaldo, que alcanzaba pocos porque su forma física no era la de un profesional. Tras aquella rajada a destiempo de El Fenómeno, Raúl pegó un puñetazo en la mesa por primera vez en mucho tiempo. Le sacó los colores: 'Se equivocó en el día. Sus sensaciones no juzgo si son correctas o no, porque son suyas. Pero enturbió la magia del partido de Champions pensando más en él mismo que en el equipo'.

En 2006, Capello tuvo claro que el sobrepeso de Ronaldo y su dolce vita no tenían sitio en su fútbol esforzado. Le despidió en diciembre y dejó que Raúl coqueteara algo más por el área.

El Madrid remontó nueve puntos al Barça y ganó la Liga. Al año siguiente, Schuster le devolvió por completo a su hábitat (18 goles). Regresó allí siendo un jugador más concreto de lo que ya era. Desde 2004 hasta hoy, Raúl sólo ha logrado un tanto en jugada individual. Y 29 de los 36 que ha logrado desde la marcha de Ronaldo han sido a un toque. Interviene menos en el juego, pero sigue ganando partidos.