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Mo Farah, un campeón en el averno

A los 33 años, cada día gana con más facilidad. Un caso único en la historia que hoy empieza a buscar otro oro más, el de 5.000 metros. "Llevo mi cuerpo al infierno", dice.

El británico Mo Farah celebrando su triunfo en los 5.000 metros. /REUTERS

A los 33 años, parece imposible que esto pueda pasar. Pero pasa. Cada campeonato, desde el Europeo de Barcelona 2010, Mo Farah descubre más facilidad para vencer en los 5.000 y 10.000 metros. Se ha llegado a un punto en el que keniatas y etíopes están obsesionados con él, con este hombre llamado Mo Farah, ciudadano británico con su propia estatua en el Museo Madame Tussauds de Londres. Una prueba íntegra de su biografía, de todas las emociones recogidas en una pista de atletismo.

Hace ocho años, en los Juegos de Pekin, cuando tenía 25, ni se imaginaba esto. Farah ni siquiera fue capaz de clasificarse para la final e, incluso, un atleta nuestro, Jesús España quedó por delante suyo. Pero Mo Farah no era entonces más que uno de tantos nacionalizados del atletismo europeo con una biografía difícil.

A los nueve años, llegó a Londres para escapar de la guerra de Somalia sin tener ni idea de inglés. Hoy, no sólo es un ganador. También es un ejemplo para los inmigrantes, que lo vislumbran como un hombre inalcanzable y un atleta invencible. Ni aún cayéndose en la pista como en la final de 10.000 del sábado hubo manera de derrotarlo. Siempre hubo clases en el atletismo pero nunca hasta este extremo.

La fotografía de Mo Farah en el podio se repite casi hasta el abuso y la única distancia que ha sido capaz de detener sus deseos es el maratón

La crónica en el fondo ya no es novedosa. La fotografía de Mo Farah en el podio se repite casi hasta el abuso y la única distancia que ha sido capaz de detener sus deseos es el maratón. En las demás, hasta en el 1.500, con 3'28"81, ejerce una soberania que no es de este mundo. Farah representa como nadie el poder británico de los ochenta, el que Coe, Cram y Steve Ovett defendieron mejor que nadie. La diferencia es que Farah les ha superado a todos, incluso, a Sebastian Coe que es una de las leyes no escritas de Inglaterra. Se dice y no se cree, pero hay que creerlo. La historia siempre tiene la boca abierta.

Mo Farah es un personaje, una excepción. Un orgullo para un país destinado por tradición a ganar en el deporte. El nombre de Farah, en realidad, es una prueba de las grandes transformaciones que puede originar el deporte. Uno puede pasar de no tener para comprar un helado a tener en su agenda el teléfono del primer ministro. "El atletismo ha dado forma a mi vida", explica Farah, a los 33 años, en teoría, en tiempo de descuento con esa edad para un atleta, cuatro después de arrasar en los Juegos de Londres. Pero nada de eso. Al contrario. Farah sigue mejorando.

De las lágrimas de Pekín al rodillo en Londres y Río

"Estoy llevando mi cuerpo hasta el infierno", justifica él, cansado de atajar esas preguntas morbosas acerca del dopaje y que, a su juicio, no hacen ningún bien al atletismo. "Hay que respetar tanto a los que ganan como a los que pierden", añade Mo Farah con esa seguridad que, en realidad, lo distingue siempre, con esa sonrisa bravucona y con esa personalidad suya, la misma que le permite confesar que hay semanas que realiza 180 kilómetros, a 3'40" de media, como ironizar con su futuro de presunto delantero del Arsenal. Era lo que soñaba en la infancia.

El personaje está a la altura de sus triunfos, incontestable. Hoy en Río de Janeiro y ayer en Londres, nada que ver con las lágrimas de los Juegos de Pekin 2008. Fue entonces cuando decidió que había que cambiar o que un atleta como él, que había rebasado las marcas del gran Steve Cram, no podía ser una anécdota en unos Juegos.

Ocho años después, se ha demostrado que llevaba razón, quizá demasiada razón. Ni siquiera necesita ir al límite para bajar de 27 minutos en 10.000. Son cosas tan increíbles que hasta dan pánico de contar a todos menos a Farah, que siempre le pide más a la vida. Un maestro de esa cosa llamada ambición.

No se sabe, por lo tanto, donde está su límite, escondido entre las montañas de Oregon, en EEUU, bajo la dictadura de su entrenador, el mítico Alberto Salazar, el hombre que ha dado forma a este robot, Mo Farah, que es algo más que un atleta. Podría ser, si lo desease, un personaje de la aristocracia londinense. Pero él dice que se conforma con jugar en el Arsenal, su equipo de la niñez. Así que no hay debate. Al menos, por ahora.

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