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Los tipos de interés aceleran su escalada: desde Suiza y Japón, aún bajo cero, hasta Zimbabue, en tasas del 200%

El banco central con una política monetaria más agresiva es el de Zimbabue con unos tipos de interés del 200% para doblegar los movimientos especulativos contra su moneda en una economía con tradición de hiperinflación y cuya estrategia contrasta con un precio del dinero aún en territorio negativo en dos mercados de rentas altas como Suiza y Japón.

El logo del BCE a la entrada de su sede en Fráncfort. Daniel ROLAND / AFP
El logo del BCE a la entrada de su sede en Fráncfort. Daniel Roland / AFP

El inesperado movimiento de medio punto de encarecimiento del dinero por parte del BCE confirma que el pistoletazo de la carrera monetaria internacional lanzado en diciembre pasado por el Banco de Inglaterra (BoE) entre los bancos centrales de potencias industrializadas se ha escuchado en la práctica totalidad de las capitales del planeta. Aún con excepciones, como en Japón, a pesar de que su moneda, el yen, ha retrocedido en los cuatro primeros meses desde el estallido de la guerra de Ucrania en casi un 17% frente al dólar y acaba de superar la psicológica barrera de los 140 yenes por cada billete verde americano, en medio de mensajes cada vez más insistentes del mercado en los que se reclama al BoJ una primera maniobra alcista de los tipos de interés que acuda en defensa de la cotización de su divisa. Ni siquiera el Banco de Suiza, que encareció en medio punto a finales de junio el precio del franco de su territorio, moneda refugio en época de vacas flacas bursátiles, aunque para aproximarlo a la cota cero; es decir, sin sacar aún los tipos de territorio negativo a la espera de que la economía helvética sortee unos posibles números rojos.

En esta trayectoria de súbito encarecimiento del dinero y, por tanto, de restricciones financieras a hogares y empresas para frenar la alocada escalada de la inflación en todo el mundo y que ha cobrado especial celeridad tras el estallido del conflicto armado en Europa, el BCE acaba de dar por finalizada a su etapa de rebajas de tipos. Es el primer toque alcista en once años, cuando el hasta ahora primer ministro italiano, Mario Draghi -devorado, una vez más, por otra crisis política transalpina- dominaba las riendas de la institución monetaria del euro y el que determina que la carrera de los bancos centrales, efectivamente, tiene como misión esencial frenar la espiral inflacionista. Más que espolear unas economías en riesgo latente de recesión a pesar de escaso bagaje del ciclo de negocios post-covid.

Las maniobras de los bancos centrales declaran a la inflación como enemigo público número uno 

En este panorama, el mapa de tipos de interés en el mundo se ha distorsionado. Con naciones que han encarecido hasta límites estratosféricos el precio de su dinero. Como Zimbabue, que ha disparado su tasa hasta el 200%. Récord absoluto. Pero una maniobra impulsada desde su banco central para hacer frente a una doble amenaza. Por un lado, para contener el meteórico ascenso de los precios y, en paralelo, lejos de ser además un segundo plato, para estabilizar su moneda de los ataques especulativos y que ha llevado a su gobierno a decretar la reintroducción oficial del dólar como divisa de curso legal en el país.

Estos movimientos del mercado contra el llamado dólar RTGS (siglas en inglés de Liquidación Bruta en Tiempo Real), que se instauró en febrero de 2019 después de un carrusel de cambios monetarios que se inició en 2009 cuando el dólar de EEUU puso el epitafio a 29 años de vida del zimbabuense que, a su vez, reemplazó al rodesiano, la antigua denominación del país, adoptado en 1970, han motivado otra cirugía urgente del banco central. Acostumbrado, sin embargo, a lidiar con intensos episodios de hiperinflación, ya que el IPC del país subsahariano alcanzó el estratosférico registro del 231.000.000% en 2009 y motivó la penúltima adopción del billete verde americano, que ha duró un decenio. Porque la última acaba de ser decretada por las autoridades de Harare.

El termómetro catastrofista de Zimbabue

La de Zimbabue ha sido una gestión monetaria en estado de permanente estado de alarma, tal y como se reconoce desde la diplomacia económica española. Es un mercado que "se ha visto en la obligación de adoptar una cesta de monedas internacionales liderada por la divisa de EEUU y que ha permitido a la gente pagar en dólares, rands sudafricanos, bonos y mediante un sistema de pago por teléfono móvil (Ecocash)", a pesar de que en esa cesta de monedas se encontraba también el yuan, la moneda china apenas se llegó a utilizar, precisan las autoridades comerciales que resaltan, a la vez, la condición de Zimbabue como economía mayoritariamente importadora para explicar su fragilidad. Con cierta frecuencia -aducen- se queda sin dólares estadounidenses para hacer frente a las operaciones comerciales tanto locales como internacionales.

El gobernador de su banco central, John Mangudya, justificó la subida de tipos del 80% al 200% que, en el fondo, desde el inicio de año, ha supuesto un alza de 14.000 puntos básicos, la de más calado de todo el planeta, en la necesidad de restaurar la demanda del consumo y la confianza en los gastos de los hogares ante la persistente nueva escalada de la inflación porque, en el caso de que no surta efecto, "se perderá irremediablemente el progreso económico de los últimos dos años". Además de apelar a la mayor subida de tipos desde los años ochenta ante unas tasas de precios en estado de ebullición que impulsan la huida de capitales y debilitan las divisas tanto de potencias industrializadas como de mercados emergentes y naciones en desarrollo, aseguró Mangudya, "dañando también las rentabilidades de los mercados de bonos".

La reacción de Zimbabue incluye el permiso oficial de poner monedas de oro en circulación para crear un sistema de valor alternativo al dólar zimbabuense

La inflación saltó un 192% en junio en Zimbabue en términos interanuales, su mayor incremento en más de un año, porque el precio de los alimentos se triplicó con creces lo que, además, llevó a una dura depreciación del dólar zimbabuense que ha perdido más de dos terceras partes de su valor respecto al dólar este año. El peor comportamiento monetario de todo África.

Desde el Ministerio de Finanzas que dirige Mthuli Ncube se promete hacer causa común con el gobernador. "El Gobierno está enfocando claramente su política económica al mantenimiento del sistema de multi-divisas basado en el uso dual del dólar americano y zimbabuense" para que se consigua "eliminar la especulación y el arbitraje" en los mercados cambiarios. Motivo por el que -afirma Ncube- "el uso del billete verde americano se prolongará durante otro periodo de 5 años". Así como el repunte de la tasa de depósito bancario hasta el 40% desde el 12,5% y el uso de monedas de oro en circulación como medida de intercambio de valor alternativa. Unidades que serán acuñadas y gestionadas desde la estatal Fidelity Gold Refineries que las venderá a los habitantes y empresas del país a través de los canales bancarios, apuntó Mangudya sin ofrecer mayores detalles, aunque la pretensión sea la de crear un precio alternativo a la moneda oficial.

Sin embargo, la reacción económica y monetaria oficial no parece contentar ni a empresas ni a expertos. OK Zimbabwe, la mayor compañía de comercio minorista del país, duda de que esta doble estrategia pueda torcer la trayectoria inflacionista y considera que la espiral de precios, la volatilidad de los tipos de cambio y el desorbitado precio del dinero contribuirán a deteriorar su cuenta de resultados. También Jee-A van der Linde, economista de Oxford Economics emite una nota en la que "pone en serias dudas la eficacia de unos tipos de interés tan altos sobre el IPC" y en la que advierte de un "deterioro gradual de las condiciones de vida y del clima empresarial a corto plazo".

Pulso entre economía e inflación

Las tensiones generadas por una fase de estanflación demasiado pasajera y que pronostica un clima tormentoso en medio de cumbres borrascosas a partir de otoño ha propiciado un cuadro de mando con múltiples variaciones entre los bancos centrales. Sometidos al dilema de hallar el punto de equilibrio entre el control de los precios y el estímulo de sus economías. Así lo concreta un reciente estudio elaborado por el World Economic Forum (WEF), la institución que gestiona las cumbres de Davos, y Visual Capitalist en el que pasan revista de forma gráfica y elocuente a la capacidad de resiliencia emprendida por las autoridades monetarias desde que el estallido del conflicto armado en Ucrania ha distorsionado completamente los precios y elevado las cotas de riesgo sistémico globales.

El WEF describe el escenario al que se enfrentan las autoridades monetarias como la de un viaje en coche en el que el conductor necesita frenar

En su diagnóstico conjunto inciden en que el precio del dinero se apresta a protagonizar un año con múltiples subidas, las mayores en décadas, que generan dudas sobre el punto de reversión de los índices de inflación, y menos incertidumbre sobre la reducción de la capacidad de compra de las familias y de los proyectos de inversión empresariales. "Es como una bola de nieve que se desliza por la ladera y coge cada vez más dimensión" sobre la que la Reserva Federal ha decidido actuar con mucha mayor celeridad y con un calibre monetario mucho más amplio que el de otras autoridades como el BCE. La infografía de Visual Capitalist resulta elocuente. Junto a la evolución de los tipos en las potencias industrializadas.

El WEF describe el escenario al que se enfrentan las autoridades monetarias como la de un viaje en coche en el que el conductor necesita frenar -aplicar tipos al alza- para evitar un obstáculo en medio de la carretera. Pero, en este desplazamiento, hay bancos centrales con los frenos más sobrecalentados que otros, explican, para hacer frente a una espiral de precios que ha disparado las tasas de inflación desde el pasado otoño, aunque se ha intensificado de manera muy aguda a raíz de la invasión rusa de Ucrania. Con efectos colaterales perniciosos en las cadenas de valor, la demanda de materias primas de todo tipo; pero en especial energética y alimenticias y unos colapsos logísticos de los flujos de bienes, servicios y capitales.

Estos esfuerzos por combatir la inflación ya se han trasladado a los tipos interbancarios y a los depósitos de las entidades financieras que han encarecido hipotecas y condiciones prestamistas consumidores y empresas y que han deteriorado súbitamente "la favorable climatología que se había instalado sobre el consumo desde el comienzo del ciclo de negocios post-covid". Ahora, será más arriesgado financiar la compra de una vivienda o un coche -admite el WEG- y mucho más complejo disponer de liquidez inicial para amortiguar cualquier montante crediticio. Y, de igual manera, será más costoso llenar una cesta de la compra sobre la que las compañías habrán repercutido ya el valor adicional de sus costes productivos y operativos.

Entre las economías de rentas altas las hojas de ruta hacia el encarecimiento del dinero tampoco están siendo demasiado sincronizadas. Por no decir que siguen velocidades distintas en rumbos divergentes en función de las cotas de inflación que se ven obligados a reducir por debajo del 2%, el límite que, por norma general, rige en sus mandatos estatutarios como contraprestación a su asunción de la soberanía monetaria que les entregaron en su momento los Estados.

La Fed, por ejemplo, ha sido la más agresiva con una subida de tres cuartos de punto, la última, desconocida desde 1994 y que dejó en junio los tipos en el 1,5%. Jerome Powell, presidente de la Reserva Federal, adujo que la inflación es la prioridad monetaria de los próximos meses y que resulta imperiosa la acción del organismo regulador por hacer retroceder un IPC en los niveles más elevados de los últimos cuatro decenios. La senda de incrementos iniciada en enero podría prolongarse hasta mediados de 2023, aduce el mercado.

En el otro lado, el BCE, ha retrasado siete meses respecto a la Fed el primer gesto alcista de los últimos casi once años, pese a tener la inflación de la zona del euro por encima del 8%, un hecho excepcional, que lleva varios meses de registros desorbitados y que precipitará nuevas subidas en septiembre y diciembre, según su nueva política de rigor informativo que está avanzando no pocas decisiones de inversión y gasto, aunque sin lograr estabilizar las disrupciones del mercado.

La tensión, pues, no es si los bancos centrales incrementarán el precio del dinero sino, más bien, cuánto y hasta cuándo mantendrán esta política restrictiva para frenar la inflación. Porque hay partidarios del estilo Paul Volcker, presidente de la Fed en los ochenta, que llegó a elevar tipos hasta el 20% durante el último gran episodio inflacionista de EEUU y precipitó a su economía a la recesión para rebajar el IPC de sus dobles dígitos. En cambio, quienes apelan a la moderación admiten que un aumento sosegado del precio del dinero complicaría anticipar o comprobar el momento en el que las tasas de inflación tocan techo y si la primera bajada de los precios será un punto de regresión continuado que les devuelva en el medio plazo a su estadio de control por debajo del 2%. Como reconoce el propio Jerome Powell, presidente de la Fed: "siempre hay un riesgo de ir demasiado lejos o de no hacer lo suficiente, aunque por encima de todo está el temor a no cumplir con el juramento de tener los precios bajo control".

Los bancos centrales son las únicas instituciones capaces de influir con su gestión monetaria en la consecución de una demanda equilibrada. Algo determinante porque esta espiral inflacionista está motivada por las distorsiones en las cadenas de valor asociadas, desde el otoño pasado, a unos precios energéticos desbordados por los cortes de suministro del gas ruso, a la guerra de Ucrania, a la revalorización fulminante de las materias primas y a los cuellos de botella tanto comerciales como logísticos que todavía atenazan a los flujos de bienes y servicios y que han colisionado con las inversiones directas en el exterior a cuyas huidas de ciertos mercados han contribuido las sanciones económicas occidentales a Rusia y las respuestas del Kremlin desde su escudo financiero forjado con la colaboración de China.

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