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Susana Malcorra: "No hemos tenido una conferencia de la mujer en más de 25 años por el riesgo a retroceder en derechos"

Susana Malcorra
Susana Malcorra. Cedida por SM

Susana Malcorra (Rosario, Argentina, 1954) es una mujer que ha hecho casi de todo. Llegó a ser directora general de Telecom Argentina, fue directora ejecutiva adjunta del Programa Mundial de Alimentos de las Naciones Unidas, secretaria general adjunta de Apoyo a las Actividades sobre el Terreno de Naciones Unidas, y jefa de gabinete del entonces secretario general de Naciones Unidas, Ban Ki-moon. En 2015 se convirtió en la primera mujer en ocupar el puesto de ministra de Exteriores de Argentina, bajo el gobierno de Mauricio Macri. Hoy vive en Madrid y es decana de la Escuela de Asuntos Globales y Políticos del Instituto de Empresa y asesora a Gobiernos, ONG e instituciones en temas de política y economía globales. También forma parte como fundadora del Global Women Leaders, Voices for Change and Inclusion, formado por 54 mujeres que han sido líderes políticas en sus países o que han tenido puestos de alta responsabilidad en Gobiernos o Naciones Unidas y que trabaja por el multilateralismo desde una perspectiva de género.

En 2016 se quedó a las puertas de ser nombrada secretaria general de Naciones Unidas. La elección "la volvió a ganar por cuarta vez un hombre europeo", comenta, y afirma que "vamos a llegar a los 80 años de Naciones Unidas sin haber tenido una mujer al frente". Defensora a ultranza del multilateralismo, afirma que éste se ha debilitado en las últimas décadas y que esto está teniendo serias consecuencias para el desarrollo y para avanzar en la agenda de derechos de las mujeres. Afirma que de la crisis del coronavirus saldremos más desiguales y que "todo indica que se van a producir retrasos de entre cinco y diez años en los indicadores de desarrollo sostenibles". Por eso es partidaria de "recalibrar" los Objetivos 2030.

¿Qué debilita el espacio multilateral?

Hay todo un cuestionamiento al multilateralismo. Se vio muy fuerte en el período del presidente Trump y se lo asocia a él. Pero yo creo que esto va mucho mas allá de la situación particular de Estados Unidos y de Trump. Hay un cuestionamiento a los principios fundacionales del sistema multilateral como lo conocemos y que surgió después de la segunda guerra mundial y al calor de ciertos valores y principios que son fundamentalmente occidentales.

La realidad es que el mundo ha evolucionado y cambiado mucho. Los centros de poder se han desplazado más hacia el Este, hacia Asia, y el sistema que conocíamos hoy en día está teniendo fuertes cuestionamientos. Esto hace que la la institución se debilite y dentro de la institución en particular las Naciones Unidas. Dentro de ella, la creación de la Comisión para el Estatus Jurídico y Social de la Mujer [CSW por sus siglas en inglés] fue un hito esencial para avanzar en la agenda de género. Un hito que hizo que las cuestiones de género estuvieran en el centro a lo largo del tiempo y la que generó las cuatro conferencias sobre la mujer que existieron (la última fue la de Beijing), que significaron romper con atavismos históricos y poner en el centro de la agenda cuestiones fundamentales para los derechos de la mujer.

¿Y qué consecuencias tiene ese debilitamiento en los derechos y en especial los derechos de las mujeres?

El hecho de que haga 30 años desde que se llamó a la última conferencia de la mujer es una señal de que las cosas no se están moviendo hacia adelante. También la falta de financiamiento es otra forma de ver las consecuencias. Lo vemos también en cosas como que el Consejo de Seguridad está siendo incapaz de ponerse de acuerdo sobre las cuestiones más básicas... Un ejemplo es que no haya logrado ponerse de acuerdo en denominar a la covid como un desafío para la paz y la justicia, cuando ya lo había hecho con el Ébola en su momento.

Todo esto muestra que hay un enorme debilitamiento. El CSW [la Comisión de la Condición Jurídica y Social de la Mujer, por sus siglas en inglés, que se ha reunido a hace unos días] era un sitio donde se ponía presión a los gobiernos para avanzar en la agenda [feminista]. La presión horizontal entre países hacía que los gobiernos avanzaran en esa agenda. Y hoy eso no está ocurriendo. Se ha frenado y hay pasos hacia atrás significativos. Estamos viendo cómo el Gobierno de Turquía tomaba la decisión de irse de la Convención de Estambul, habiendo sido este país quién hospedó esa enorme e importante conferencia.

Me parece que es un momento de fuerzas importante que empujan en contra del multilateralismo y atentan contra los avances que se lograron en tema de género y apuntan al retroceso en muchos casos.

Desde hace unos años se habla de los retrocesos que imponen  los grupos religiosos y ultras en la Comisión del Estatuto de la Mujer de NNUU ¿En qué se materializan? ¿Que consecuencias están teniendo?

En primer lugar, creo que hay que reconocer que la Comisión produjo muchos avances en los derechos de las mujeres. Estos avances generaron una coalición extraña en la que grupos conservadores de religiones totalmente distintas unieron sus fuerzas en los momentos clave y hemos visto con profunda tristeza que si se abría la agenda que se definió en Pekín, había una alta posibilidad de que surgiera de eso una agenda menos avanzada, de menor ambición y proyección o incluso que se retrocediera en derechos.

Y yo creo que ésta es una de las razones por las cuales no ha habido una nueva conferencia sobre la mujer en más de un cuarto de siglo, por el temor a retroceder en la agenda. Por el temor a que, como dicen en España, qué podría salir de allí si se abre ese melón. Estos grupos trabajan de forma muy concertada y coordinada y definitivamente son contrarios al avance de las negociaciones, en especial hacia las cuestiones de los derechos sexuales y reproductivos, un tema que generó muchísima tensión, y a partir de allí fue muy difícil producir avances significativos. En realidad se estaba en una situación de defender lo adquirido antes de que se produjera un retroceso.

Su nombre sonó como Secretaria General de Naciones Unidas en la última elección. La ONU, a pesar de ser la organización que marca a los gobiernos la agenda en la defensa de la Igualdad, no ha tenido una mujer al frente hasta hoy. ¿Cómo se explica?

Yo fui candidata a Secretaria General. En 2016 hubo 13 candidaturas a la Secretaría General, siete de las cuales éramos mujeres y seis hombres. Es decir que hubo una mayoría de candidatas mujeres, muchas de las cuales habían ocupado puestos de primeras ministras o posiciones importantes en ministerios de sus países o en Naciones Unidas. No se podía argumentar carencia de capacidades. Es evidente que todo lo que se dijo en ese momento, que después de 70 años era el momento de que hubiera una mujer, no era serio. Yo terminé siendo la segunda, por detrás de Antonio [Guterres]. 

Pero se decidió una vez más elegir por cuarta vez una doble combinación: un hombre y además europeo, que visto desde mi parte del mundo es otra señal. Los Estados miembro, a pesar de lo que dijeron, no estaban dispuestos y se echaron atrás. Creo que porque encontraban incómodo encontrase con una Secretaria General. Es un tema serio porque el Secretario General está preparando su reelección y es harto improbable que no sea reelegido, por lo que vamos a llegar a los 80 años de Naciones Unidas sin haber tenido una mujer al frente. Le deseo a quien sea que venga que tenga más éxito.

¿Qué diferencia marcaría una Secretaria General?

"Una cosa es que un número uno esté comprometido con la agenda de género y otra cosa es tener a una número uno"

Una visión más amplia de los problemas. Guterres ha hecho un compromiso de paridad y está comprometido con ella, no lo niego. Pero una cosa es que un número uno esté comprometido con la agenda de género y otra cosa es tener a una número uno. Son cosas distintas. Hace unos días se ha estado debatiendo en el marco de la CSW el papel de las mujeres en el mundo y hay datos muy interesantes. Sólo el 25% de los parlamentarios del mundos son mujeres y solo tres países en el mundo tienen el 50% o más de mujeres en los parlamentos. Esto muestra desde la política parlamentaria lo lejos que estamos de alcanzar al igualdad. Menos del 1% de las parlamentarias tienen menos de 30 años, así que la representación de mujeres jóvenes es muy baja. En los temas de paz y seguridad sólo el 13% de los negociadores son mujeres, sólo el 6% son mediadoras y otro 6% son signatarias de acuerdos.

Estas cifras son impresionantes, sobre todo cuando son las mujeres las que se llevan el peor peso en todos los procesos de conflicto y en la salida de éstos. Sólo el 7,4% de las compañías de Fortune están lideradas por mujeres. Esto no es sólo un problema de gobiernos, sino también del sector privado. Y sólo 22 países de los 193 que forman parte de Naciones Unidas están liderados por mujeres. Los números son apabullantes. El hecho de que Naciones Unidas tuviera una mujer liderándola, establecería un estándar que empuja la agenda por su propio peso.

A usted le ha tocado liderar la lucha contra diversas crisis durante su etapa en Naciones Unidas, entre ellas la del Ébola, que también era una crisis sanitaria. ¿Cómo vamos a salir de ésta crisis?

Creo que el retroceso va a ser grande. Cuando se miran indicadores objetivos como son los de la Agenda 2030 [los Objetivos de Desarrollo Sostenibles], todo indica que se van a producir retrasos de entre cinco y diez años en los indicadores de desarrollo sostenibles. Es un impacto muy serio y que está siendo particularmente duro con las mujeres. Empezando por lo económico, porque las mujeres en términos generales trabajan más en sectores informales que los hombres y que fueron los más afectados. Además las mujeres en muchos casos dejaron de trabajar para encargarse de los cuidados de la familia o si retuvieron el empleo tuvieron la doble tarea de encargarse del trabajo y las tareas del cuidado, que eran muchísimo más amplias dada la situación que impuso la pandemia.

La mujer, en lo económico, se ha visto más impactada en todos los aspectos. Cuando lidera empresas, lo hace en empresas micro, pequeñas o medianas, que son las que en el mundo se han visto más afectadas. Después está todo el tema social: el aumento exponencial durante el confinamiento de la violencia de género. Una violencia que los números muestran que ha aumentado, pero que socialmente hay una convicción de que los números son falsos porque ha habido una falta de declaración, de denuncia, porque al estar confinadas se complica aún más la presentación de denuncias.

Es fundamental que los paquetes de estímulo y las ayudas que se están generando incluyan una lente de género, porque, si no, es probable que terminen reforzando el papel del hombre. Entonces las mujeres no sólo van a estar impactadas por la crisis en sí misma, sino por las que goteen del hecho de que las ayudas se distribuyan de forma muy desigual.

También vemos una disparidad entre países. Hay algunos que están en condiciones de producir paquetes de estímulo que son realmente musculares y pueden hacer una diferencia. Europa y Estados Unidos son casos claros. Hay lugares en los que esto no es posible. Mi región es una zona en donde la capacidad fiscal es muchísimo menor. Esto va a acentuar lo que ya ocurría entre lo países más desarrollados y los menos desarrollados, agravados ahora por el problema de acceso a la vacuna, que estamos manejando de la pero manera posible.

¿Hay que revisar los Objetivos de Desarrollo Sostenibles?

Una de las cosas que hay que pensar es si los tenemos que redefinir o recalibrar. Estos objetivos partían de una realidad del año 2015, de la cual hemos ido hacia atrás, hemos retrocedido. El riesgo de no ajustar esos objetivos es que se conviertan en metas tan inalcanzables que se deje de lado la agenda y la transformación que podría generar.

Usted ha sido ministra de Exteriores y Culto del Gobierno de Macri, que era un ejemplo del neoliberalismo en América Latina y denunciado por desarrollar políticas contrarias a los intereses de las mujeres. ¿Cómo llegó a allí?

El entonces candidato [Mauricio] Macri me llamó para incorporarme como canciller y quedó claro que en algunas cuestiones no íbamos a estar de acuerdo, pero en lo que tenia que ver con la proyección internacional de la Argentina yo podía ser un aporte y por eso me sumé. Definitivamente en la cuestión de género teníamos diferencias. Yo creía que para que la Argentina tuviera un Gobierno del siglo XXI, la agenda de género tenia que ser central y parte de la agenda diaria. Él decía que tenia un gabinete de lujo y yo le replicaba que eso no era así, porque no era paritario. Hemos tenido diferencias públicas y aireadas por la prensa. Es fundamental que los gobiernos adopten una actitud provocativa con la igualdad. La sociedad civil y el activismo es muy importante pero nada reemplaza la acción del Gobierno que se traduzca en políticas públicas que lleven la agenda al sitio en que debe estar.

El aborto en Argentina es legal desde haca unos meses. Hemos visto grandes manifestaciones de esa sociedad civil que usted menciona. ¿Cree que esta ley abrirá espacios en otros países de América Latina que tienen normas muy restrictivas?

La ley fue un logro impresionante. Yo estuve de parte de las que activamente defendían que la ley se promulgara. Pero la sociedad estaba muy dividida. No podemos decir que esto representaba una visión absolutamente mayoritaria de la sociedad. Me atrevería a decir que la sociedad estaba partida en medio, como en muchas otras cosas en nuestro país. Esto cortaba también a los partidos políticos. No era que había un partido a favor y otro en contra. Dentro de ellos había visiones muy distintas. En el partido más liberal y dentro del peronismo había a gente a favor y en contra. Y de hecho se llegó a aprobar porque algunos que habían votado en contra se abstuvieron y algunos que se habían abstenido votaron a favor. Hubo pequeños movimientos que llevaron a que esto pasara.

Es un tema candente y complejo que tuvo un resultado positivo. Describo esta dificultad porque es la que nos encontramos en toda la región y en países en los que las fuerzas más conservadoras tienen un peso mayor aún del que tenían en la Argentina. Me parece que establece un hito, un estándar que ayuda a generar una corriente y una presión positiva. No se cuán rápido va a pasar pero ojalá que sea pronto porque en la región hay países que tienen leyes aún mucho más retrógradas que las que tenía la Argentina. Hay que reconocer que este tipo de leyes, no solo en la región sino en el mundo, escasean. No son el estándar.

¿Ser ministra de Exteriores y de Culto no parece una contradicción?

Hay una explicación. En nuestra Constitución la Iglesia católica tiene un papel central y una vinculación muy fuerte reconocida constitucionalmente. Tal es así que hasta la última reforma constitucional del 94, el presidente argentino debía ser católico. Ese requisito no existe más. La relación con el Vaticano y el Estado, por ejemplo, era muy especial y fue por eso que en su momento se agregó Culto al título. Como canciller no sólo era responsable de la relación con el Vaticano, sino con todos los cultos en Argentina. Explicado hacia fuera suena como un anacronismo por que surge de un resabio de un reconocimiento especial hacia la Iglesia católica y el Vaticano en la Constitución.

Hablando de contradicciones, hay diversas fórmulas para jurar el cargo en mi país. La más extendida es jurar sobre la Biblia. Yo juré mi cargo sobre la Constitución y eso generó un debate interno sobre cómo la ministra de culto no juraba sobre la Biblia. Pero yo creí que mi deber era hacia los ciudadanos y la Constitución, por eso lo hice de esa manera.

¿Es usted es creyente?

Fui formada en el catolicismo, pero no lo practico para nada. Tengo ciertos valores que vienen de esa formación, pero hoy no soy para nada practicante ni tampoco me vinculo con la religión a nivel de creencias. Si creo en ciertos valores que me inculcaron, pero hasta ahí no más.

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