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El silencio del jefe de la trama

Camps y Costa abandonan el banquillo para hacer hueco a Correa, que se negó a declarar como testigo

SERGI TARÍN

'Que pase Francisco Correa'. Sonó la voz del magistrado Juan Climent a las cinco de la tarde. Desde afuera hubo un rumor de pisadas y tras el crujido del portalón de madera se hizo un silencio de abismo. Francisco Correa entró arrastrando los pies, esposado y escoltado por dos policías nacionales. De camino al estrado, el reo paseó de un lado a otro la mirada y avanzó muy lentamente como si cruzara un bosque de estatuas. Con gesto cachazudo se sentó sobre un butacón de terciopelo rojo, frente al juez. Uno de los agentes le quitó las esposas, que se escuchó como un quejido ronco.

A sus espaldas, el público estiraba el cuello para ver la expresión de Correa. Incluso algunos se incorporaban en sus asientos y miraban con una curiosidad entre mórbida y zoológica. Todos querían contemplar a la 'bestia', al cabecilla de la trama Gürtel, a quien en su desgracia ha arrastrado hasta el banquillo a políticos que hasta ayer se movían en ambientes de cóctel y hoy comparten silla y sumario con representantes del hampa.

'Tengo derecho a acogerme a no hablar', dijo Correa al tribunal

La cara tosca y pálida de Correa llegaba hasta Francisco Camps y a Ricardo Costa de perfil: una nariz de rapaz, orejas de amplios vestíbulos y los ojos sepultados bajo las cuencas huesudas. Los dos políticos procesados por soborno abandonaron ayer la desapacible intemperie del banquillo para agazaparse tras sus abogados defensores. Desde allí siguieron la escena, con rostros advenedizos de pasantes, la presencia inquietante del 'monstruo'.

Pero no hubo relato. Correa, siguiendo, las instrucciones de su letrado, se negó a declarar, aunque únicamente estaba citado en calidad de testigo. 'Estoy imputado al parecer en dos causas, una principal en Madrid y otra aquí, una nueva, que tampoco lo sabía, tengo derecho a acogerme a no hablar', con una voz grave de muchas nicotinas.

Un argumento que corroboró acto seguido su abogado, que también es el de Pablo Crespo, la mano derecha de Correa en la Gürtel. La decisión fue consultada con todas la partes, que dieron su beneplácito. Pese a ello, la Fiscalía pidió al magistrado Climent, que se escucharan tres conversaciones entre Correa y Álvaro Pérez, el Bigotes, su lugarteniente en Valencia a través de la empresa Orange Market.

En las grabaciones, se ve la sorpresa de los jefes de la trama al ser descubiertos

Correa escuchó impasible los diálogos. El primero es del 22 de enero de 2009. Pérez llama a media noche a su superior para comunicarle que le han hecho 'un putadón giganteso con el Curita', apelativo con el que conocían de manera grotesca al hoy expresident Camps los miembros de la trama.

La inquietud de Pérez tiene que ver con José Tomás, el sastre que confeccionó los trajes que presuntamente Camps recibió como regalo, que debía ir a declarar inminentemente ante la Fiscalía Anticorrupción. 'Llevo todo el día hundido', confiesa Pérez a Correa por la posibilidad de que Tomás pueda implicarlo y así arrastrar a Orange Market, el resto de firmas de la trama y a los políticos con los que trabajaba en Valencia, como así ha sucedido. De hecho, al mes siguiente de ese diálogo, los cabecillas de la Gürtel fueron detenidos por orden del juez Baltasar Garzón.

Camps y Costa oyeron sus palabras agazapados tras sus letrados

Una preocupación que se reanuda la mañana de ese mismo 22 de enero. En una nueva conversación con Correa, su subalterno en Valencia, le advierte de que ha podido hablar con el sastre, que se trata de un asunto 'muy gordo', pero que, en principio, Correa no estaría implicado. 'Es una soplapollez' que no tendría que ir 'para adelante ni siquiera haber empezado', explica Pérez, quien a continuación realiza un precipitado análisis sobre el trato cercano con gobernantes. 'A los políticos hay que quererlos, pero tenerlos lejos. Con lo que sufres, con lo que aguantas, con lo que lloras y con la cantidad de saliva que gastas para hacer las cosas bien, luego te dan problemas y disgustos', declama con tono premonitorio el Bigotes.

En la tercera conversación que ayer se escuchó en la sala, Pérez le dice a Correa que no desea hablar con Tomás, 'y menos por teléfono'. Los diálogos no quebraron el ánimo ni el gesto distante de Correa, cuyo único movimiento, repetitivo, fue el de la pierna derecha, como si le diera al rodillo de una máquina de coser con la que tejiera las telas de un infortunio para muchos.

Tras la formulación de una decena de preguntas al vacío de la fiscal, Francisco Correa fue conminado a abandonar la sala. Lo hizo con la misma mansedumbre con la que entró. Muy cerca de la puerta lanzó una mirada de asco y nostalgia al público: tres filas ocupadas por gente bien vestida, de sinuosos perfumes, cargos públicos del PP en algún caso.

Y desapareció dejando atrás el espejo hecho añicos de la gloria y el pasado.

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