'Influencers' y socialización femenina: la jaula del patriarcado

Por Amanda García
Redactor de Política y Derechas.
Mi móvil dice que, de media, paso una hora y nueve minutos al día en Instagram. Un total de 69 actos reflejos diarios que me llevan como una autómata a ese universo virtual. Si pregunto a mis mejores amigas, mujeres de entre los 28 y los 30 años, sus datos son parecidos y, como yo, no tienen demasiada conciencia de cómo llegaron hasta allí. “Pero yo no le hago ni caso, tía”, nos decimos.
Hemos quedado para cenar en un restaurante que C. ha visto en la cuenta de María Pombo y, cuando brindamos, P. nos enseña la mano: “Me caso”, dice mientras nos graba y el flash nos ciega. Luego hará un vídeo con las reacciones de sus familiares a la noticia y lo subirá a su cuenta. Me pregunto si su novio también hará eso con sus colegas y me desinstalo Instagram, pero le digo que me etiquete para compartirlo cuando vuelva. Es viernes, así que calculo que para el lunes ya habré completado mi reto de desintoxicación de redes. La última vez duré menos. El domingo, L. me cuenta que el lunes empezará en un nuevo gimnasio al que van “muchas influencers” y que tiene que comprarse ropa “para ir mona”. Dice que también va a empezar a correr, que la ha motivado Verdeliss, una mujer con ocho hijos que hace unas semanas corrió siete maratones en siete días en siete continentes —inscribirse a esa prueba cuesta casi 40.000 euros y no hay pruebas antidopaje—. G., un compañero de trabajo, nos cuenta que ha conseguido “librarse” de “una baby shower” a la que le han invitado y a la que tenía que ir vestido de azul.
He vuelto a Instagram y no paro de ver a mujeres—amigas, compañeras de trabajo o influencers— compartiendo un vídeo de Marian Rojas Estapé en El Hormiguero en el que sentencia, con una voz y un tono que me hacen pensar en Rocío Monasterio, que lo único que “da sentido a la vida” es el amor —“de marido, mujer, pareja o hermanos”— y el trabajo.
Esta psiquiatra, de familia numerosa, relacionada con el Opus Dei y que alecciona sobre las vías para la felicidad, tiene 3,9 millones de seguidores en Instagram y un podcast de mucho éxito en Spotify —de hecho, el más escuchado en España en esta plataforma—. Rojas Estapé asegura que el amor entre “un hombre y un hombre se puede dar, pero no es igual que el que hay entre un hombre y una mujer”. Eso no lo dijo en televisión, claro: en prime time hay que camuflar la divulgación del pensamiento reaccionario, homófobo y ultraconservador hablando de autoayuda. En su podcast, una oda al binarismo y al esencialismo, la psiquiatra dice cosas como que: “El hombre necesita sentirse valorado en una relación, la mujer necesita sentirse querida; el hombre necesita sentirse necesario, la mujer completamente amada; el hombre, cuando está mal, se aísla y necesita su soledad, sus minutos, pensar lo que ha pasado… La mujer cuando está mal necesita hablar, hablar, hablar [...]. A veces basta con decirle al hombre: ‘déjala que hable, que hable… Da igual, tú escucha, durante siete horas si hace falta’, pero la mujer se siente comprendida”. Estos statements, repetidos como mantras, son los ejes fundamentales de sus libros de autoayuda, que han sido superventas mundiales.
El 'softpower' del conservadurismo en redes, un engranaje de ingeniería civil
Rojas Estapé, Verdeliss, María Pombo (en cuya boda sonó el himno de España), Tamara Falcó (una de las caras visibles de los Foros de las Familias) o Victoria Federica, que hace apenas unos días aseguró en una revista que le daba “mucha paz” rezar todas las noches e ir a misa, son las caras más conocidas, pero tan solo la punta del iceberg de un conservadurismo imperante que ha colonizado los espacios propios de gente como mis amigas y yo, mujeres jóvenes politizadas, feministas y, en mi caso, ateas. A pesar de eso, resulta difícil ser impermeable a las líneas de pensamiento que imponen las redes sociales, más aún cuando se disfrazan de formas espontáneas y “personas normales” cuyas vidas creadas para el consumo femenino a gran escala se convierten en un referente.
La familia y la maternidad son su gran producto en venta. Mujeres guapas y jóvenes que sermonean sobre lo mucho que siempre habían soñado ser madres y llevar a sus hijos al colegio —niños a los que exponen y usan para facturar—. Mensajes conservadores que nos traen de vuelta a la España de los años 50 y que llegan en forma de receta de carrot cake, o rutinas de skincare para estar siempre guapas. Para nuestras parejas masculinas, evidentemente.
En España, ha sido Roro, ese perfil exagerado, quien ha hecho saltar las alarmas y nos ha forzado a prestarle atención al fenómeno. Esta joven influencer de 23 años, que ha alcanzado en un año los 2,7 millones de seguidores, pone voz infantil para cumplir todas las necesidades de su pareja, Pablo, al que tan pronto le fabrica un libro desde cero como le prepara una pasta fresca hecha con sus propias manos. Él, a cambio, la cuida como a “una princesa”, como a “una reina”. Ni es espontáneo, ni es aislado; sino que se enmarca en un fenómeno global que arrancó en Estados Unidos y tiene nombre propio: las tradwives. O lo que es lo mismo: mujeres que enaltecen los roles de género tradicionales en las redes sociales y que son la representación moderna de un ideal de mujer abnegada, servicial y felizmente emparejada con un hombre.
“La paradoja de las tradwives radica, precisamente, en su proyección pública, puesto que, para reivindicar la regresión a un pasado heteropatriarcal, tienen una libertad de expresión y de movimiento que el feminismo les ha proporcionado. Si su voz se escucha como altavoz en las redes sociales es porque, antes, el feminismo consiguió que las mujeres pudieran hablar en público y cobrar por ello. Porque no debemos olvidar que, detrás de las tradwives más famosas, hay un lucrativo negocio con marcas y patrocinadores que sostienen su relato de pasteles y pañales 24/7”, explica Sònia Herrera, profesora de Estudios de Ciencias de la Información y de la Comunicación de la Universitat Oberta de Catalunya (UOC). En pocos meses, Roro ha pasado de ser una completa desconocida a hacer campañas de publicidad para marcas como Coca-Cola, McDonalds o Prime Video.
Los contenidos que consumen hombres y mujeres son distintos y están perfectamente dirigidos: para ellas, la moda y la familia; para ellos, el deporte y el humor.
Y eso no es todo: el terreno virtual no crea un imaginario colectivo reaccionario para las mujeres, sino que ahonda en una clara segregación por géneros. Los contenidos que consumen hombres y mujeres son distintos y están perfectamente dirigidos: para ellas, la moda y la familia; para ellos, el deporte y el humor. Todo este engranaje de ingeniería social lleva años en funcionamiento y es imposible no relacionarlo con el auge de las fuerzas políticas reaccionarias que hacen del “Dios, patria y familia” su eslogan.
Termina la semana y, preparando estas líneas, veo que mi prima de 16 años está entre esos casi tres millones de seguidores de Roro y que da ‘me gusta’ a sus publicaciones. Le pregunto qué le parece: “Es muy divertida”. Tiene ya conciencia feminista, ha ido a alguna manifestación del 8 de marzo y lleva en su carpeta una pegatina en la que se lee: “Ni michismi ni feminismi”, pero ve a Roro y le hace gracia, claro. Quizás no la tome como un referente, ni a ella ni a tantas otras, pero normalizará una feminidad estereotipada que la guía hacia el rol de madre de familia. Y, cuando no pueda independizarse por culpa de la especulación inmobiliaria, rezará, como hace Victoria Federica. ◼
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