De la utopía digital al tecnofeudalismo: la lucha por una Internet libre
Lo que nació como un espacio libre, abierto y descentralizado ha sido colonizado por grandes corporaciones como armas de propaganda ultraderechista, pero aún quedan bastiones de resistencia.

Periodista y fundadora de Wikiesfera, un grupo feminista de editoras que fomenta el autoaprendizaje para reducir la brecha de género en Wikipedia.
Cuando una recuerda el origen de internet y observa el panorama tecnofeudal en el que estamos inmersas, resulta difícil no caer en una cierta nostalgia. Lo que en sus inicios prometía ser un espacio sin jerarquías, descentralizado, libre y colaborativo ha terminado en manos de grandes corporaciones que priorizan la rentabilidad sobre la equidad y la diversidad. La proliferación, además, en los últimos años, de los discursos de odio impulsados por el ascenso de la ultraderecha han convertido este sueño en una distopía que amenaza la convivencia.
Militares, academia y sociedad civil
Internet nació en los años 60 con ARPANET, una red distribuida creada por DARPA para resistir ataques en plena Guerra Fría. Pronto su uso pasó de lo militar a lo académico, para facilitar el intercambio de conocimientos. En los 80, el desarrollo del protocolo TCP/IP y herramientas como el correo electrónico impulsaron su expansión. Y, en 1989, la creación de la World Wide Web por Tim Berners-Lee simplificó el acceso a la información online.
Durante los 90, surgieron visiones utópicas sobre un ciberespacio libre y sin jerarquías, como la Declaración de independencia del ciberespacio de John Perry Barlow. Pero el colectivo feminista VNS Matrix, con su Manifiesto ciberfeminista para el siglo XXI, advirtió que las dinámicas de exclusión y control persistirían si no se abordaban críticamente. Su perspectiva anticipó la actual perpetuación de desigualdades y la apropiación del espacio digital por parte de grandes corporaciones.
Plataformas y centralización
Con el transcurso de los años, la falta de preparación ante las advertencias de VNS Matrix sobre el ciberespacio ha tenido consecuencias nefastas. La concentración de medios, que siempre ha existido en la realidad física (tanto empresarial como mediática), se ha replicado en internet. Hemos pasado de un lugar diverso donde proliferaban espacios muy diferentes de intercambio de ideas mediante blogs, chats e IRCs, a un espacio dominado por las grandes tecnológicas y exclusivamente comercial: pasamos de ser creadoras a meras consumidoras.
Pese a las potenciales bondades de aquel primer ciberespacio, las banderas rojas estaban desde el principio. Facebook, creada por Mark Zuckerberg en 2003, fue concebida para que los estudiantes de Harvard puntuaran el físico de sus compañeras de universidad. YouTube, fundada en 2005 por tres exempleados de PayPal, nació como un “Tinder de vídeos”. La evolución de estas dos grandes plataformas ha tenido muchos puntos comunes, como la inclusión de algoritmos diseñados para maximizar el tiempo que estamos en ellas, sin importar la veracidad o la ética de sus contenidos.
En el caso de Facebook, además, no hay que olvidar su implicación en el escándalo de Cambridge Analytica, una empresa que usó datos personales de millones de usuarios sin su consentimiento para influir en campañas políticas estadounidenses, incluida la de Donald Trump en 2016, o en Reino Unido con el Brexit en 2020.
Twitter y la fascistización
La red social de microblogging Twitter (ahora X) fue creada en 2006 por cuatro emprendedores que habían fracasado con una plataforma de podcasting y recondujeron el proyecto hacia un sistema para enviar SMS online. A diferencia de Facebook, donde una podía encontrar a las amistades del instituto, o YouTube, donde había vídeos de todo tipo, Twitter no resultaba fácil de entender. Ante la pregunta “¿Qué está pasando?” que precedía a la publicación de un tuit, solo se podían usar 140 caracteres para escribir algo. La idea de contar lo que a una le pasaba a una audiencia desconocida no parecía ser ni útil ni interesante en aquel momento.
La plataforma empezó a funcionar pero no tuvo la acogida de otras. De hecho, Twitter siempre ha tenido significativamente menos usuarios que otras redes sociales, aunque su incidencia como foro público, periodístico y político es innegable. En España, el paso de ser una red social de nicho al lugar en el que estaban todos los políticos, empresas y medios, se produjo en 2011 con dos acontecimientos trascendentes: los Premios Goya en febrero, cuando TVE tapó el sonido de las protestas contra la ley Sinde durante la retransmisión de la gala; y la acampada en la Puerta del Sol en mayo, inicio del 15M. En esas ocasiones, el periodismo tradicional o bien manipuló la realidad o no la contó, y Twitter emergió como una herramienta que permitía a cualquiera narrar en tiempo real lo que ocurría
Twitter empezó a jugar un papel central en la arena política de EE UU y de Europa, principalmente. Y, durante la siguiente década, muchos representantes políticos empezaron a hacer declaraciones en la red social en lugar de ruedas de prensa. Esto generó un cambio en la comunicación política y en la incidencia de Twitter en los medios de comunicación tradicionales. También se convirtió en un espacio de coordinación activista, un lugar público para denunciar casos de violencia policial o donde usar el ingenio y hacer humor.
Todo esto se produjo al mismo tiempo que se iba polarizando la opinión política. Con el inicio de la pandemia por covid-19 en 2020, la proliferación de bots de derechas en España se disparó, así como la aparición de cuentas anónimas con mensajes racistas, machistas, homófobos y tránsfobos. La nueva ola feminista y hechos importantes de los últimos años, como la aprobación de la Ley de Libertad Sexual en 2022 (“solo sí es sí”) o la Ley de los derechos de las personas LGTBI en 2023 (“ley trans”), fueron el blanco de miles de ataques. Muchas mujeres acabaron dejando Twitter por los insultos y amenazas que recibían diariamente.
Es en este contexto cuando Elon Musk decide comprar la red social y convertirla en X. Nada más adquirirla en 2022, además de eliminar políticas clave contra la desinformación y favorecer mediante algoritmos discursos de odio, se aceleró el proceso de fascistización. Desde entonces, los cambios de Musk en la plataforma no han cesado y el deterioro es evidente. El multimillonario, con intereses vinculados al Partido Republicano, no dudó en usar su poder en la red social para facilitar su triunfo. De hecho, la cuenta de Donald Trump, que en 2021 había sido suspendida por “incitación a la violencia”, fue restaurada por Musk la misma semana en la que Trump anunció su candidatura.
La defensa de una internet libre no es solo un desafío tecnológico, sino una lucha política por la preservación del conocimiento y los derechos digitales.
A finales de 2024, tras dos años del reinado de Musk en X, millones de cuentas habían abandonado la plataforma. Y en enero de 2025, con la llegada de Trump por segunda vez a la Casa Blanca, el éxodo fue masivo. No todo el mundo se ha ido y, desde algunos sectores de izquierdas, se defiende la posición de quedarse para combatir los discursos de odio. Una parte de esta migración digital se ha producido hacia Bluesky (creada en 2019 por uno de los fundadores de Twitter), con la intención de recuperar parte de la experiencia vivida en Twitter y alejarse así del entorno tóxico en el que la red de Musk se ha convertido.
Recuperar el sueño inicial
Las ideas de VNS Matrix resuenan hoy con más fuerza que nunca. Su llamada a ser “el virus del patriarcado” supone una invitación a desmontar las estructuras digitales que perpetúan la desigualdad. La inclusión de principios de diversidad y equidad no es solo una cuestión de justicia social, sino una estrategia fundamental para garantizar una internet sostenible y donde quepamos todas. Proyectos tecnológicos que priorizan la equidad, como la inteligencia artificial con perspectiva de género y plataformas que limitan el impacto del odio en redes, muestran que es posible diseñar un entorno digital más justo.
Sin embargo, la resistencia de las grandes corporaciones a estas iniciativas demuestra que el cambio no ocurrirá sin una presión social organizada. Aparte de resistir desde lo individual a los permanentes estímulos que llegan en forma de vídeos virales, titulares de clickbait o hilos con insultos, resulta imprescindible una respuesta desde lo colectivo. No solo de aquellos espacios particulares que resistan los órdagos del capital, sino mediante el reclamo de políticas que garanticen la defensa de los derechos humanos en el ciberespacio, igual que históricamente se ha hecho, con mayor y menor éxito, en el mundo físico. Esa es la lucha que habrá que afrontar en los próximos años y que afectará a las siguientes generaciones. ◼
‘Wokepedia’
En diciembre de 2024 Musk atacó directamente a Wikipedia y la calificó de ‘Wokepedia’, un término que juega con la palabra ‘woke’, originada en el inglés estadounidense afroamericano para referirse a la conciencia sobre cuestiones sociales y raciales. Además, alentó a sus seguidores a dejar de donar a la Fundación Wikimedia con el objetivo de socavar instituciones que promueven la neutralidad y la inclusión.
Wikipedia, construida por voluntariado y basada en el desarrollo colaborativo, sigue apostando por el acceso universal al conocimiento, pese a afrontar retos estructurales como la falta de representación de mujeres y minorías, o sesgos en la construcción del contenido.
Por su parte, Internet Archive resguarda la memoria digital y garantiza el acceso a libros, películas y registros históricos que podrían ser censurados o borrados de otras plataformas. En un contexto en el que miles de medios online desaparecen y donde los gobiernos y corporaciones buscan controlar la información, su papel resulta vital para preservar el conocimiento.
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