Este artículo se publicó hace 2 años.
Armas sin control y falta de perspectiva de paz: por qué es preocupante la tendencia militarista de Europa
Con el rumbo hacia una postura beligerante, la Unión se arriesga a sacrificar su ADN, que históricamente aducía que no hay una solución militar a los conflictos.
María G. Zornoza
Bruselas-Actualizado a
"Los europeos hemos construido la Unión como un jardín a la francesa, ordenadito, bonito, cuidado. Pero el resto del mundo es una jungla", aseguraba Josep Borrell, jefe de la diplomacia europea, poco después de la invasión de Rusia a Ucrania. La traducción no es otra que el regreso de la contienda al Viejo Continente ha supuesto un cambio de paradigma en la cultura pacifista del proyecto europeo. A raíz de la guerra, la UE, basada en el soft power y en la diplomacia, está evolucionando hacia el hard power y el lenguaje del poder con una retórica más agresiva y un gasto en partidas de seguridad y defensa sin precedentes.
La UE ha atravesado sus propias líneas rojas financiando armas a un país de guerra. La OTAN se ha expandido al norte, ha fortalecido su presencia en el este y por primera vez también mira al flanco sur. Los presupuestos nacionales en materia de seguridad y defensa entre los miembros de la Alianza Atlántica no cejan de engordar. Superados los cuatro meses de guerra en Ucrania, las consecuencias sobre la arquitectura de seguridad europea no pueden ser más tangibles. Y también las evidencias: Europa está encaminada en un proceso de militarización y control de fronteras imparable.
La guerra en Ucrania se está proyectando como un conflicto de desgaste a largo plazo
Como muchos temían al inicio de la contienda, la guerra en Ucrania se está proyectando como un conflicto de desgaste a largo plazo. El propio presidente Vladimir Putin ha asegurado recientemente que su "operación especial" ni siquiera "ha comenzado en serio". Ante el tsunami de destrucción, la pérdida de vidas humanas, el recrudecimiento en el Donbás o el hastío de la retórica bélica por buena parte de la sociedad que se enfrenta a una inflación récord son muchos los que se preguntan dónde están las perspectivas o planes hacia la paz.
Carrera armamentística
"Sin una inversión a largo plazo en la construcción de la paz, el enfoque de defensa de la UE solo conducirá a una carrera armamentista más agresiva. Esto exacerba las tensiones geopolíticas y pone en peligro los principios y valores fundamentales de la UE, especialmente la paz a largo plazo, la justicia social y la protección civil", afirman Lucía Montanaro, directora de Saferworld Europe, y la asesora en procesos de paz Louisa Waugh en un artículo publicado en el portal EUObserver.
El presupuesto europeo destinado a seguridad y defensa ha aumentado un 123% en los presupuestos actuales –que van desde 2021 a 2027- en comparativa con el marco precedente. Las partidas destinadas a invertir en empresas armamentísticas lo han hecho un 1256%, según un informe reciente de la ONG StateWatch. España anunció en la cumbre de la OTAN celebrada la semana pasada que multiplicará su gasto militar en los próximos siete años.
Con la tendencia hacia una postura beligerante, la Unión sacrifica por el camino su ADN de proyecto no militar que históricamente ha aducido que no hay una solución militar a los conflictos. El propio Borrell ha evidenciado este cambio de rumbo en numerosas ocasiones al asegurar que la victoria en Ucrania saldrá del campo de batalla.
La Unión Europea no es una potencia militar. Nació de las cenizas y los enfrentamientos encarnizados de las dos guerras mundiales libradas en su suelo. Por ello, incluso los tratados europeos prohíben destinar presupuesto comunitario a la financiación de armas. Un obstáculo que se ha sorteado con el Instrumento Europeo para la Paz, una herramienta paralela al Marco Financiero Plurianual que en cuatro meses ha destinado 2.000 millones de euros al envío de material bélico a Ucrania.
Inquietud social
Todo ello se produce en un contexto de crisis socioeconómica punzante, donde la inflación alcanza cifras récord en la mayoría de países de la Eurozona. Y de fatiga bélica. Los españoles ya encaran el verano más caro de las últimas décadas. En las sociedades europeas comienzan a emerger el debate sobre el gasto que acarrean las sanciones a Rusia y la guerra en marcha. En la capital comunitaria nunca han escondido que el castigo a Putin serían a coste cero, pero la factura está siendo muy elevada. Los precios de los alimentos, el diésel o la electricidad están suponiendo para muchos ciudadanos una asfixia. Y lo peor puede estar por llegar en el arranque del invierno y ante un plausible y temido corte de gas y petróleo ruso.
En el bloque comunitario las sensibilidades nacionales están divididas dependiendo de la proximidad geográfica con Rusia
En el bloque comunitario las sensibilidades nacionales están divididas dependiendo de la proximidad geográfica con Rusia. Los polacos y ciudadanos de los países bálticos abogan por mantener el apoyo a Kiev porque su prioridad es que se haga justifica; mientras el resto antepone la idea de que se consuma un acuerdo de paz lo antes posible. Pero hay una variable común a lo largo y ancho de los Veintisiete: la preocupación del impacto de la guerra en el coste de vida, según revelaba una reciente encuesta del European Council of Foreign Affairs. El engordamiento de las partidas militares deja, además, en este contexto volatilizado menos oxígeno para fondos que ayuden a paliar las consecuencias económicas y energéticas de una guerra que se anticipa larga.
Errores del pasado
"Europa se enfrenta a un examen: más que contribuir a la proliferación de armamento y sus consecuentes desastres económicos y de seguridad, debemos centrarnos en un enfoque valiente que priorice los valores fundacionales de la UE sobre construcción de la paz en materia exterior", prosiguen en su análisis Montanaro y Waugh.
El bloque comunitario está sometido a un doble dilema. Por un lado, su argumento pasa por enviar armamento –cada vez más letal y moderno- a los de Zelensky para que puedan defenderse de Rusia, su agresor, y llegar así lo más fortalecidos posibles a una eventual mesa de negociación.
No obstante, el riesgo a largo plazo pasa por que todas esas armas sin nombre acaben en las manos equivocadas, como ocurrió con los envíos internacionales en Siria, Afganistán, Libia o Iraq dando lugar a Estados fallidos con un resurgimiento de conflictos inter-étnicos y de auge de grupos terroristas. Y por fomentar el mercado negro de este material hacia países a las puertas de la UE como los Balcanes. Según Small Arms Survey, entre 2013 y 2015 se perdió el rastro de 300.000 armas de tipo ligero en el Donbás. Desde entonces solo se han recuperado unas 4.000, ya que la mayoría se creen en manos del mercado negro.
Poner en el centro de la diana el músculo militar amenaza con descuidar el enfoque humanitario. La UE es el mayor donante de ayuda humanitaria del mundo, pero corre el riesgo de redirigir esos esfuerzos hacia una presencia militar que busca a su vez contrarrestar el fortalecimiento de actores como China o Rusia en regiones como el Sahel, donde los europeos se juegan mucho en términos de seguridad o migratorios y donde Francia, que ha liderado la misión internacional, acaba de retirarse tras un choque directo con Mali.
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