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El caso Padilla, la autoinculpación que dividió a los intelectuales sobre Cuba

Un documental realizado por Pavel Giroud saca a la luz la filmación oculta durante medio siglo con el 'mea culpa' y las delaciones del poeta Heberto Padilla tras ser acusado de contrarrevolucionario.

El escritor cubano Heberto Padilla, en una imagen tomada en 1981
El escritor cubano Heberto Padilla, en una imagen tomada en 1981. Wikimedia Commons

"Yo he difamado, he injuriado constantemente la revolución, con cubanos y con extranjeros. Yo he llegado sumamente lejos en mis errores y en mis actividades contrarrevolucionarias". La noche del 27 de abril de 1971 el poeta Heberto Padilla se dirigía así a la flor y nata de la intelligentsia cubana en la sede habanera de la Unión de Escritores y Artistas de Cuba (Uneac).

Había estado detenido 37 días en los calabozos de la Seguridad del Estado y su caso había suscitado la reacción de un nutrido grupo de intelectuales en todo el mundo. Juan Goytisolo, Jean-Paul Sartre, Simone de Beauvoir, Margarite Duras, Mario Vargas Llosa, Susan Sontag y Carlos Fuentes, entre otros, le hicieron llegar una carta a Fidel Castro pidiendo la liberación del poeta.

La autoinculpación, teñida de pasajes paródicos que recordaban a los juicios de los años 30 en Moscú, con arrepentimiento y delaciones incluidas, provocó una nueva protesta y abrió una brecha entre quienes rompieron su romance con Cuba y aquellos que se mantuvieron fieles a la joven revolución, como Gabriel García Márquez, Julio Cortázar, Mario Benedetti o Eduardo Galeano.

La filmación de aquella esperpéntica inmolación ha permanecido oculta durante medio siglo. Solo se conocían unas transcripciones editadas con las palabras de Padilla. Ahora, el documental El caso Padilla, estrenado recientemente en el Festival de Cine de San Sebastián, revive aquel episodio con las imágenes de la confesión del poeta y algunos testimonios de la época.

El cineasta cubano Pavel Giroud (El acompañante, La edad de la peseta) tuvo acceso a una copia de la cinta original y se propuso transformar ese material en un vibrante documental.

"Fue la primera vez que la intelectualidad internacional fascinada con la revolución la cuestionó", cuenta Giroud. Asentado desde hace unos años en Madrid, el director de cine cree que el caso Padilla fue ejemplarizante: "Estuvo muy bien manipulado por Fidel para sus propios intereses. A partir de ese momento, volvió mansos a la gran mayoría de unos intelectuales cubanos que daban al mundo una muy buena imagen de lo que ocurría en la isla. En ese sentido, la gran virtud de la revolución cubana fue el marketing que tuvo".

Padilla había ganado en 1968 el premio de poesía de la Uneac con su obra Fuera del juego. Para entonces, el poeta ya había tenido algunos roces con los jefes culturales del régimen por sus elogios a Guillermo Cabrera Infante y por sus relaciones con intelectuales y periodistas extranjeros. Empezaba a sentirse cómodo en su papel de enfant terrible de la revolución.

El galardón no estuvo exento de polémica. Los responsables de la Uneac presionaron a varios miembros del jurado, entre ellos al eximio escritor José Lezama Lima, para que no votaran por la obra de Padilla. El poeta Manuel Díaz Martínez (premiado el año anterior) fue expulsado de un jurado que, contra viento y marea, se aferró a criterios estrictamente literarios.

Padilla se alzó finalmente con el premio pero su obra y la de Antón Arrufat -que había ganado en la modalidad de teatro con Los siete contra Tebas- fueron catalogadas como reaccionarias. "Nuestra convicción revolucionaria nos permite señalar que esa poesía y ese teatro sirven a nuestros enemigos, y sus autores son los artistas que ellos necesitan para alimentar su caballo de Troya a la hora en que el imperialismo se decida a poner en práctica su política de agresión bélica frontal contra Cuba", se leía en el prólogo de la Uneac.

En opinión de Julio Cortázar, esa advertencia promovía la búsqueda de intenciones ocultas en el poemario de Padilla, cuya lectura "dejaba de ser espontánea". En un artículo publicado en 1969 en la revista francesa Le Nouvelle Observateur, el autor de Rayuela defendía entonces a un Padilla que, a su juicio, no era "ni mártir ni traidor". Ese ha sido el lema elegido por Pavel Giroud para promocionar su película.

Para el cineasta cubano, Padilla fue, ante todo, "un gran poeta". "Él estaba intentando salvar su pellejo. Lo obligaron a hacer algo y no tuvo la suficiente valentía para negarse. Creo que es evidente que no se creía ni media palabra de lo que estaba diciendo y estuvo tres horas mintiendo, sudando, casi agonizando. Lo que ignoraba era que ese día murió en vida; nunca más volvió a ser el mismo", explica Giroud.

'Mea culpa' y delaciones

El 20 de marzo de 1971 Padilla y su mujer, la poeta Belkis Cuza Malé, son detenidos por la Seguridad del Estado. Ella sería liberada dos días más tarde. El autor de Fuera del juego se quedaría 37 días en los calabozos de Villa Marista, cuartel general de la policía política. Cinco semanas en las que el hombre desafiante se transforma en un arrepentido que agradece a sus carceleros la oportunidad de reafirmarse como un revolucionario.

El 27 de abril Padilla se inmolará ante medio centenar de intelectuales citados por la Seguridad del Estado en la sede de la Uneac. Entona un vergonzoso mea culpa y denuncia las conductas "contrarrevolucionarias" de varios de sus colegas: César López, Pablo Armando Fernández, Manuel Díaz Martínez, Norberto Fuentes... Y Lezama Lima, ausente en la mascarada. De la quema no se salva ni la propia esposa de Padilla. "Y si estos compañeros no llegaron al grado de deterioro moral al que yo llegué, eso no los exime de ningún modo de ninguna culpa", les reprocha Padilla a unos asistentes que le escuchan con los rostros descompuestos.

"Una cosa es leer la autocrítica de Padilla ahora y otra bien distinta es haberla oído allí aquella noche. Ese momento lo he registrado como uno de los peores de mi vida", escribió años más tarde Díaz Martínez en un texto titulado Intrahistoria abreviada del caso Padilla. "Adentro, la atmósfera era densísima. La gente apenas hablaba y los saludos se reducían a un leve apretón de manos o un movimiento de cabeza y una sonrisa de circunstancia, como en los velorios", describe el poeta.

Reinaldo Arenas también estuvo presente en aquella asfixiante velada, como recuerda en su libro-testimonio Antes que anochezca: "La noche en que Padilla hizo su confesión fue una noche siniestramente inolvidable. Aquel hombre vital, que había escrito hermosos poemas, se arrepentía de todo lo que había hecho, de toda su obra anterior, renegando de sí mismo, autotildándose de cobarde, miserable y traidor".

La primera reacción de Giroud al ver la larga confesión del poeta fue enfrentarse a la historia desde la ficción: "Me planteé hacerlo con un actor, pero me alegro mucho de haber descartado esa opción. Es tan dramático lo que uno ve que la gente que ignora lo que fue el caso Padilla me ha preguntado si el que aparece en la película es un actor. Y yo he jugado con el recurso documental como si se tratara efectivamente de un actor".

Al ver las imágenes de la autocrítica, la percepción de lo que ocurrió en la Uneac cambia completamente, asegura Giroud: "Al leer las transcripciones editadas, uno imagina a un hombre completamente arrepentido de todo lo que había escrito. Pero, como suele decirse, una imagen vale más que mil palabras".

A la mayoría de los intelectuales que habían firmado la primera carta pidiendo la liberación de Padilla el arrepentimiento del poeta les pareció una nueva prueba de la deriva autoritaria de la revolución. La respuesta de Fidel Castro a ese reclamo había sido furibunda. Se refirió a ellos como "ratas intelectuales".

En esa misiva figuraba la firma de García Márquez pese a que éste no había dado su consentimiento. Su amigo, Plinio Apuleyo Mendoza lo había dado por hecho y así se lo transmitió a Goytisolo y al resto de intelectuales de la revista Libre, editada en París, que habían promovido la protesta.

Rupturas y adhesiones

Tras la autoinculpación del 27 de abril, el grupo vuelve a la carga con una nueva carta dirigida a Castro el 20 de mayo en la que expresan su consternación por un acto que "recuerda los momentos más sórdidos de la época del estalinismo".

Firman la carta unos sesenta intelectuales: Goytisolo, Vargas Llosa, Pier Paolo Pasolini, Margarite Duras, Jorge Semprún, Hans Magnus Enzensberger, Jaime Gil de Biedma, Alberto Moravia, Carlos Monsiváis... Pero se desmarcan de ellos otros muchos escritores y artistas que no comparten esas críticas en un momento, se justifican, en que Cuba sufre el bloqueo y las amenazas de Estados Unidos.

Un "tropiezo" en el ámbito cultural no puede provocar una ruptura con una revolución que es un ejemplo para América Latina, argumentan. Cortázar -firmante de la primera carta-, Benedetti, Galeano, García Márquez, Alejo Carpentier, Rodolfo Walsh, Gonzalo Rojas y otros intelectuales latinoamericanos se alinean con Fidel. Algunos de ellos acusan a Padilla de haber armado su monólogo al estilo de los procesos de Moscú como si se tratara de una confesión forzada con el único objetivo de dañar a Cuba.

"Creo que los intelectuales críticos tuvieron la luz larga al advertir qué es lo que le venía a Cuba. Lo supieron ver. Muchos de los que apoyaron a Castro tuvieron en Cuba un hogar donde eran mimados y gozaban de privilegios que no tenían incluso muchos escritores cubanos", subraya Giroud.

El quinquenio gris

La autocrítica de Padilla dio paso a un oscuro periodo de censura conocido como el quinquenio gris (1971-1976). Reinaldo Arenas fue uno de los escritores marginados por ser homosexual. "Comenzó el parametraje -escribe en Antes que anochezca-, es decir, cada escritor, cada artista, cada dramaturgo homosexual, recibía un telegrama en el que se le decía que no reunía los parámetros políticos y morales para desempeñar el cargo que ocupaba y, por tanto, era dejado sin empleo o se le ofertaba otro en un campo de trabajos forzados".

Heberto Padilla malvivió en Cuba haciendo traducciones para el Instituto del Libro hasta 1980. Ese año abandonó la isla y se instaló en Estados Unidos, donde moriría en el año 2000, a los 68 años, sin haber pisado de nuevo su país. En 1989 publicó La mala memoria, un libro de recuerdos en el que no se hace mala sangre por lo ocurrido.

Al presentar la obra en Madrid dijo en una entrevista: "Pensaba que todo el que se decepcionaba de una revolución era un renegado político. Odiaba los libros de los renegados porque pienso que la épica humana es siempre positiva. No puedes hacer una épica de la desilusión. Luego viene la lírica, que es huir de la épica. La lírica es la reflexión solitaria, el desencanto".

Medio siglo después del caso Padilla, la censura pervive en Cuba, recuerda Giroud: "Está ocurriendo lo mismo de entonces. En aquella época, Fidel tenía el control absoluto de la información y, por eso, el caso Padilla quedó enterrado. Hoy con un teléfono puedes divulgar lo que pasa, las barbaridades que se cometen en Cuba. Por eso, la película termina con la protesta de unos jóvenes intelectuales y artistas frente al ministerio de Cultura. Si hubiera acabado la película ahora, tal vez habría incluido lo que les ocurrió recientemente a los periodistas del medio digital El Toque, obligados a hacer una autocrítica y a renunciar a su trabajo bajo la amenaza de un proceso judicial".

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