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Guerra Rusia - Ucrania La encrucijada del 9 de mayo: ¿hacia la guerra total en Ucrania?

Este lunes 9 de mayo puede suponer un punto de inflexión en el curso de la guerra en Ucrania. Ese día, Rusia celebra el Día de la Victoria sobre la Alemania nazi en la Segunda Guerra Mundial, una efeméride que ha adquirido la categoría de mito en la mentalidad del pueblo ruso.

07/05/2022 Un socavón señala el lugar donde un misil aéreo cayó sobre una zona residencial en Bakhmut, en la ucraniana región de Donetsk
Un socavón señala el lugar donde un misil aéreo cayó sobre una zona residencial en Bakhmut, en la ucraniana región de Donetsk. Jorge SIlva / Reuters

Este lunes 9 de mayo puede suponer un punto de inflexión en el curso de la invasión rusa de Ucrania. Esa jornada, Rusia celebra el Día de la Victoria sobre la Alemania nazi en la Segunda Guerra Mundial, una efeméride que desde 1945 ha adquirido la categoría de mito en la mentalidad del pueblo ruso, uno de los más maltratados por aquella contienda. A los desfiles y paradas militares en todo el país, el presidente ruso, Vladímir Putin, podría añadir este lunes un anuncio impactante que trataría de dar un vuelco a la estrategia del Kremlin en la invasión de Ucrania, una guerra que Rusia no acaba de ganar y que corre el riesgo de estancarse durante muchos meses o incluso años.

A las celebraciones de ese día sagrado para Rusia no han sido invitados líderes extranjeros, como ha indicado el portavoz del Kremlin, Dmitri Peskov, pero esto no es óbice para que todas las miradas en el mundo estén fijadas en esa fecha.

Estos días, las cancillerías y los servicios de inteligencia occidentales elucubran sobre las intenciones reales de Putin de cara al 9 de mayo y ofrecen mil y una suposiciones sobre lo que el jefe de Estado ruso supuestamente pretende presentar a sus conciudadanos. Desde una declaración formal de guerra a Ucrania, para así movilizar todo el potencial bélico ruso contra su vecino del sur, hasta una ampliación del teatro de operaciones, pasando incluso por la proclamación de la victoria en la contienda sustentada en los indudables avances militares rusos en el este ucraniano.

Y, sin embargo, el Kremlin parece mirar a otra parte mientras se acerca esa fecha y quita importancia a los temores de Occidente. "Nuestro ejército no va a ajustar artificialmente sus acciones a ninguna fecha, ni siquiera al Día de la Victoria", afirmó hace unos días el ministro de Asuntos Exteriores ruso, Serguéi Lavrov, para quien el curso de las operaciones militares en Ucrania "depende, por encima de todo, de la necesidad de minimizar cualquier riesgo para la población civil y el personal militar de Rusia".

No se sabe cuántos soldados rusos han muerto ya en la invasión. Según las autoridades ucranianas, pasarían de los 23.000, es decir, casi dos de cada diez militares que han intervenido en la campaña. Según los servicios secretos británicos, serían no menos de 15.000 los rusos muertos. El Gobierno del presidente ucraniano, Volodimir Zelenski, no habla de las bajas propias, claro, y tampoco sus aliados occidentales, pero no deben ser muy inferiores a las que se calcula para los rusos. No hay veracidad ninguna, ni en unos ni en otros, y solo cuando acabe el conflicto quizá se puedan contar las bajas militares en esta guerra, así como las civiles, que la ONU cifra en al menos 3.238 personas muertas, según los datos suministrados el pasado miércoles y que, seguramente, quedan muy lejos del número real.

Parece evidente, en todo caso, que los objetivos iniciales que se planteaba el Kremlin en su "operación especial" en Ucrania quedan muy lejos de lo conseguido hasta el momento. Sus fuerzas se han afianzado en el este y sur del país, en el Donbás y en esa media luna de territorio que llega hasta la península de Crimea, anexionada por Rusia en febrero de 2014. También ejercen una presión insoportable sobre Jarkov, la segunda gran ciudad del país, en el nordeste, y parecen haber ganado la batalla por la ciudad portuaria de Mariúpol, donde los soldados ucranianos siguen aún resistiendo bajo condiciones inhumanas en los subterráneos de la fábrica de Azovstal, rodeados por los rusos.

Pero el Ejército ucraniano no está ni mucho menos derrotado. La llegada de armamento y munición procedentes de Estados Unidos y de muchos países europeos es incesante. Cada día parece más clara la participación sobre el terreno de asesores estadounidenses, canadienses, británicos y de otros Estados de la OTAN en apoyo de Ucrania. El suministro de inteligencia estratégica por parte de Washington y Bruselas a Kiev, con información procedente de los satélites estadounidenses y de la Alianza Atlántica, está siendo vital a la hora de marcar blancos vulnerables en las fuerzas invasoras. En estas condiciones, la guerra podría durar aún mucho tiempo.

Tiempo del que no dispone el Ejército ruso, con problemas de abastecimiento, de recambio de tropas, falta de municiones y con un deterioro imparable de la imagen de Moscú en el mundo. Si la guerra en los campos y ciudades ucranianas podría estar de momento inclinada hacia el lado ruso, la batalla mediática ya la ha ganado Ucrania hace tiempo. La propaganda y desinformación desplegadas por Kiev han vapuleado a la propaganda y la desinformación procedentes de Moscú, como se puede comprobar cada día en la mayor parte de los medios de prensa occidentales. La manipulación de la información por el Kremlin, por su parte, solo parece tener éxito en el propio ámbito de la Federación Rusa, donde mucha gente sigue pensando que sus soldados están ayudando a desnazificar Ucrania y a liberar al pueblo hermano ucraniano.

La mirada, por tanto, está puesta en el 9 de mayo y la fiesta del Día de la Victoria. Una declaración formal de guerra a Ucrania supondría la movilización total rusa, la ley marcial, el reclutamiento a gran escala, la economía de guerra, la plena disposición de toda la logística nacional y la incautación de medios privados de producción, el incremento de los suministros, pertrechos y armamento convencional (y no convencional, es decir, atómico) destinados al campo de batalla, y la preparación de la propia población civil al servicio del esfuerzo bélico. Pocos dudan, sin embargo, de que toda esta serie de medidas supondrían, a medio plazo, la hecatombe de la ya depauperada economía rusa.

Putin sabe, no obstante, que un giro semejante no podrá ser contrarrestado por Occidente y sus ayudas militares a Ucrania, salvo que su intervención en el conflicto también dé un golpe de timón, con el consiguiente riesgo de una conflagración a gran escala y de consecuencias impredecibles, pero muy graves, en Europa. Un contraataque ucraniano exitoso en el Donbás o en la península de Crimea, sustentado con las armas pesadas prometidas por Estados Unidos, Alemania y otros países de la OTAN, podría empujar a Putin a ordenar el uso de armas nucleares tácticas, lo que cambiaría no solo el curso de la guerra sino también de la historia de Europa y del mundo.

Los rumores sobre la enfermedad que podría estar padeciendo Putin apoyan, por otra parte, la opinión de quienes piensan que el 9 de mayo el presidente ruso podría delegar temporalmente las riendas del país en su hombre de confianza, el también exespía Nikolái Pátrushev, actual secretario del Consejo de Seguridad de Rusia, y uno de los halcones del Kremlin. Quienes conocen a Pátrushev no respiran con alivio ante este eventual cambio al mando del país. Más bien todo lo contrario.

Quizá el anuncio, si es que se produce, se reduzca a la proclamación con bombo y platillos de la toma de la acería de Azovstal y la destrucción de la última resistencia ucraniana en Mariúpol. También podría haber un anuncio de victoria en la guerra y de la anexión del Donbás a Rusia. Otra posibilidad sería la ampliación del escenario de la guerra hacia el suroeste, hasta la ciudad de Odesa, la principal urbe ucraniana en el mar Negro. Jarkov también aparece en el punto de mira ruso, así como la vecina Izium, y no deberían descartarse acciones militares en la hoy día tranquila frontera de Ucrania con Bielorrusia, aunque el presidente de este país, Alexander Lukashenko, haya reiterado varias veces en los últimos tiempos la necesidad de que acabe la guerra. Por cierto, ni siquiera Lukashenko, el gran aliado de Moscú en esta crisis, ha sido invitado al desfile y parada militar que presumiblemente acogerá la Plaza Roja de Moscú el 9 de mayo.

Putin quiere que ese día su país cierre filas en torno a la guerra, algo que no tiene seguro en estos momentos, dada la dimensión de las protestas que en la propia Rusia se han opuesto al conflicto desde que éste comenzó el 24 de febrero. Decenas de miles de personas han sido detenidas desde entonces y nadie duda de que decenas de miles más serían arrestadas en caso de que se declarara esa "guerra total" a Ucrania.

Es por eso que el líder ruso necesita con urgencia una bandera más atractiva, una noticia positiva, una marcada decisión que imprima ese deseado giro a la actual situación de incertidumbre que rodea la campaña ucraniana, sobre todo para su círculo interno de poder, pero también para recabar el mayor apoyo popular posible en caso de que la guerra se alargue más de lo calculado. Un apoyo que, igualmente, será imprescindible para afrontar una eventual paz que dejará muchos daños colaterales también en su propio país.

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