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Protestas en Líbano: un grito contra la desigualdad, la corrupción y el sectarismo

Líbano entra en su segunda semana de protestas masivas exigiendo la dimisión del Ejecutivo, pese al anuncio gubernamental de reformas económicas y anticorrupción para apaciguar las calles, hasta ahora sin éxito.

Manifestantes protestan contra el Gobierno en Beirut. / REUTERS - ALI HASHISHO

“Todos significa todos”. Es el lema más repetido en las masivas manifestaciones que sacuden Líbano desde el pasado 17 de octubre, en las que la ciudadanía exige la dimisión en bloque del Gobierno y el fin de las medidas de austeridad aplicadas como respuesta a la grave crisis económica que atraviesa el país mediterráneo.

El paquete de reformas anunciado el lunes por el primer ministro Saad Hariri (con medidas como prescindir de nuevos impuestos, el recorte de los salarios de cargos públicos en un 50% o una ley para recuperar fondos públicos robados), no han logrado aplacar la ira de los libaneses. El anuncio de una tasa a las llamadas de WhatsApp -de uso generalizado en el país por el precio prohibitivo de las tarifas telefónicas- fue la chispa que encendió la mecha, pero la ruptura llevaba meses gestándose. Ahora los libaneses han dicho basta.

Este jueves, el país entra en su segunda semana de movilizaciones, las mayores desde la retirada de Israel del sur del país en el año 2000. Aunque en 2015, la llamada crisis de las basuras desató grandes protestas reconducidas en el movimiento ciudadano 'You stink' (Apestáis), que también ponían en el centro de mira a la corrupta clase política libanesa, en aquella ocasión no salieron de Beirut.

En este caso, la movilización ha tomado dimensiones sin precedentes, generalizándose de Trípoli y Akkar en el norte, a Sidón y Tiro en el sur, de la capital Beirut al valle de la Bekaa. Carreteras y autopistas bloqueadas con barricadas, bancos y centros de enseñanza cerrados, y tres días de huelga general: el país entero se ha levantado contra sus gobernantes.

“Se trata de una protesta distinta de las anteriores porque “es descentralizada, con la gente organizándose de forma local en todo el territorio. Con matices en cuanto a objetivos y narrativa, todos comparten un mensaje de hartazgo sobre la situación socio-económica y contra la clase política”, señala Diana el Richani, antropóloga especializada que investiga sobre participación política y movimientos sociales.

Una brecha en el sistema sectario

Hasta hace una semana nadie habría imaginado una movilización de tamañas proporciones. País diminuto, hervidero de conflictos internos y acosado por las múltiples guerras regionales, Líbano vive de forma permanente al borde de un precipicio; ante cada nueva crisis, la gente suele encogerse de hombros, resignada, esperando a que capee el temporal.

Pero el deterioro drástico de la situación económica en los últimos meses, que se ha traducido en carestía de combustible y otros bienes básicos, escasez de dólares e inflación de la libra, se ha sumado a los problemas habituales de un país con nivel de desigualdad flagrante y endeudado hasta la médula (más del 150% de su PIB); un país donde las infraestructuras se caen a pedazos, la educación y la sanidad están fuertemente privatizados, los cortes de electricidad oscilan entre las tres y doce horas diarias y el desempleo ronda el 25%.

"No tenemos agua, electricidad, todo huele mal.... ¿Qué país es este?"

“No nos habíamos manifestado nunca, pero es que esto es insoportable”, explican desde la Plaza de los Mártires en Beirut Houda y Ahmad, matrimonio en la sesentena, que acuden desde el primer día a las protestas. “No tenemos agua, electricidad, todo huele mal.... ¿Qué país es este?”, se indigna la mujer. “Ellos con su dinero robado mandan a sus hijos al extranjero y dejan a los nuestros sin recursos; nuestro hijo es ingeniero y está sentado en casa, sin trabajo”. “Son unos ladrones y tienen que rendir cuentas por lo que han hecho”, agrega su marido.

Como el hijo de Houda y Ahmad, los veinteañeros Karim y Mohammad también están desempleados, admiten desde la céntrica plaza beirutí. “Venimos aquí para protestar porque no hay trabajo, no hay futuro”, aseguran apostados en sus vespas, que previamente han utilizado para bloquear carreteras. Ellos y sus amigos se muestran encantados del “increíble” sentimiento de unidad entre los manifestantes.

Con apenas 6 millones de habitantes y 18 religiones oficiales (que se reparten el poder por cuotas confesionales), los antiguos señores de la guerra reconvertidos en políticos han exacerbado durante décadas la división, el 'nosotros contra ellos', comprando con favores el apoyo de sus respectivas comunidades mientras pactaban sin tapujos entre sí para mantener sus propias prebendas.

Por ello, las críticas de los ciudadanos se dirigían en exclusiva contra los líderes del bando contrario. Esta vez, sin embargo, habitantes de los principales feudos chiíes, sunnís, cristianos o drusos han empezado a hablar abiertamente también contra los representantes de sus propias comunidades, poniendo nombres y apellidos. Las primeras imágenes de señoras de Nabatieh (bastión chií del sur de Líbano), bramando contra el todopoderoso presidente del parlamento, el chií Nabih Berri, u hombres del feudo maronita de Zouk criticando al presidente cristiano Michel Aoun dejaban atónitos a los propios libaneses. Las canciones insultando a los principales dirigentes del país ahora ponen banda sonora a todas las concentraciones.

Organizarse para mantener el pulso

Estos días, una marea de personas de todas edades, religiones y clases sociales han anegado las plazas y puntos neurálgicos de ciudades y pueblos unidas entre sí, rechazando cualquier recuperación partidista y desafiando tanto al ejército como a los matones de partidos políticos, que en algunas zonas del país tratan de impedir las protestas y bloqueos atacando a los manifestantes.

En la movilización, las mujeres están teniendo un papel protagonista: tanto en Beirut como en regiones más tradicionales puede vérselas megáfono en mano dirigiendo los cánticos de la multitud; el vídeo de una mujer despejando con una patada de taekwondo a un guardarespaldas del ministro de Educación que disparaba fuego real al aire para dispersar a la multitud se ha hecho viral, convirtiéndose en un símbolo de las protestas.

Sentados en círculo en la azotea del antiguo gran teatro de Beirut, uno de los espacios cerrados al público que han sido recuperados por la población estos días, un grupo de amigos debate sobre qué ocurrirá después. Son las 9 de la noche y la ciudad bulle a sus pies, con el eco de los cánticos tronando contra todos y cada uno de los políticos que llevan décadas esquilmando el país. La mezquita Mohammed Al Amin y la catedral de Saint George, colocadas una junto a la otra como símbolo de la ambivalente convivencia entre religiones, los acompañan en el horizonte. “¿Y ahora qué, cuáles son los siguientes pasos?, pregunta uno de ellos con la voz hecha trizas de tanto gritar.

Las mujeres están teniendo un papel protagonista

Aunque el movimiento no cuenta por el momento con líderes visibles, activistas y ciertos sectores de la sociedad civil trabajan a marchas forzadas para no perder fuerza en las calles. Durante siete días consecutivos las plazas han hecho lleno, pero se necesitan más que gritos contra los políticos para avanzar en las demandas de la ciudadanía. Abogados, docentes o arquitectos se están organizando en plataformas independientes de los cooptados sindicatos oficiales, las asociaciones de estudiantes permanecen fuertemente movilizadas y algunos partidos de la oposición procedentes de la sociedad civil, empiezan a trabajar en el momento posterior a una hipotética dimisión del ejecutivo actual. “Las manifestaciones terminarán cuando vosotros lo decidáis”, aseguró Hariri al anunciar sus medidas económicas el pasado viernes, aunque no parece que la gente tenga intención de marcharse a casa: el miércoles, la lluvia los puso a prueba y la multitud resistió en las calles a pesar del chaparrón.

El Gobierno está tratando de comprar tiempo para convencer a la gente de que puede llevar a cabo estas reformas, pero es virtualmente imposible, especialmente a nivel técnico, que cumple con algunas de sus promesas”, considera Makram Rabah, analista político y profesor de la Universidad Americana de Beirut. “También está esperando a que los manifestantes se peleen entre sí, y aunque siempre existe un riesgo de cisma, en este momento la gente está totalmente unida en su propósito: quiere que se vayan todos”. El analista incide en que la protesta va mucho más allá de una demanda de mejoras económicas: “Para el gobierno, el primer paso hacia la redención es admitir que no es capaz de navegar el sistema y que se necesita uno nuevo”.

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