JERUSALÉN
La concentración de fuerzas navales y aéreas de Estados Unidos en el Golfo Pérsico no es un buen augurio. Los bombarderos B-52, los cazas F-35 y los portaviones no se han desplegado porque sí. La operación revela que existe una voluntad de presionar a Irán, y tal vez solo eso, pero un error fortuito, una equivocación o un sabotaje deliberado pueden conducir a una guerra.
El 3 de julio de 1988, un avión civil iraní fue derribado por un misil estadounidense precisamente en el estrecho de Ormuz. Según la explicación que dio Washington, el avión fue identificado erróneamente por los radares de Estados Unidos como un caza iraní, un error que causó la muerte de sus 290 pasajeros y que muestra que en cualquier momento puede ocurrir un accidente inesperado.
Si entonces no había ninguna situación de preguerra y había una atmósfera calmada, ahora una circunstancia similar, o incluso menor, podría desencadenar un conflicto de grandes consecuencias. Máxime si tenemos en cuenta que hay demasiadas terceras partes interesadas en que ocurra una catástrofe.
Los mismos Mojahidin-e Khalq, una organización extremista iraní que conduce una guerra de desgaste permanente contra Irán, podrían servir de espoleta. Este grupo que, según funcionarios estadounidenses, está financiado y dirigido desde Israel, puede iniciar cualquier provocación que desencadene una guerra.
No hay que olvidar que el Mosad israelí fue el que proporcionó a Estados Unidos la información que forzó el reciente despliegue de las fuerzas navales y aéreas en el Golfo, según indicó el Canal 13 hebreo. Israel y sus clones locales, especialmente Arabia Saudí, los Emiratos Árabes Unidos y Bahrein, tienen un gran interés en que la situación se deteriore en detrimento de Irán.
El ministro de Exteriores iraní, Javad Zarif, ha advertido que Washington "está jugando un juego peligroso", y ha hablado de posibles "accidentes" que conducirían a un conflicto bélico. Zarif recordó que su país “ha obrado de buena fe” con respecto al acuerdo nuclear de 2015 que puso fin a numerosas sanciones occidentales, y ha denunciado la “guerra económica” que la administración de Donald Trump ha declarado contra Teherán.
En 2018 Trump se salió unilateralmente del acuerdo firmado por Barack Obama. Europa criticó está decisión pero pocas cosas puede hacer cuando el primer ministro israelí, Benjamín Netanyahu, presiona en Washington. Netanyahu fue el primero en celebrar la salida del acuerdo de Estados Unidos, y aunque en los últimos días el belicoso primer ministro ha optado por mantener silencio, es evidente que ha sido el primer agente de esta crisis.
Las sanciones impuestas por Estados Unidos han reducido drásticamente las exportaciones de petróleo iraní a menos de la mitad que hace un año y la tendencia sigue a la baja. Esta situación está causando grandes males al gobierno de Teherán, y especialmente a la población iraní, algo que no les importa en absoluto a Estados Unidos e Israel.
Teherán ha dado un plazo de 60 días a Europa para que revierta las sanciones, es decir para que adopte medidas que den respiración asistida a su economía, pero Europa, que sigue considerando válido el acuerdo nuclear de Obama, es incapaz de articular una política efectiva en cualquier zona de Oriente Próximo, a diferencia de Israel, que decide sin ninguna oposición qué se hace y qué se deja de hacer en cualquier parte de la región, y que hasta es capaz de llevar a las tropas americanas al Golfo Pérsico en un abrir y cerrar de ojos, como acaba de ocurrir.
Mientras Washington asegura de una manera no muy convincente que quiere "negociar", Zarif responde que "Irán nunca negocia bajo coerción". "No puede esperarse que las amenazas a cualquier iraní lleven (a Irán) a negociar", ha recalcado el ministro de Exteriores.
En realidad, a Teherán no le interesa lo más mínimo "negociar" puesto que es obvio que la administración Trump, plagada de fanáticos, solo tiene interés de acabar de una vez por todas con el régimen islámico, como le apunta su amigo Netanyahu. De ahí que Washington no haya sido claro con sus demandas y haya dejado abierta esta cuestión, que continuará abierta puesto que no existe una estrategia de alcanzar la paz, ni en Washington ni el Tel Aviv.
Si Teherán entra en una "negociación" con Estados Unidos, con quien estará negociando en realidad es con Netanyahu, y el primer ministro israelí no aceptará nada que no sea debilitar y doblegar completamente a Irán, de modo que entrar en una "negociación" sería un craso error por parte del gobierno de Teherán.
Según la agencia internacional competente en materia nuclear, Irán ha cumplido escrupulosamente su parte del acuerdo de 2015. Las acusaciones en sentido contrario del tándem Netanyahu-Trump recuerdan como una gota de agua a otra lo que ocurrió en 2003, cuando Estados Unidos se inventó excusas para invadir Irak, a pesar de que la agencia nuclear, también en aquella ocasión, tampoco vio ningún incumplimiento por parte de Saddam Hussein.
En este contexto, es apropiado indicar que cierta prensa de Israel y de Estados Unidos, como ya ocurrió en 2003, parece estar exigiendo una guerra. Si a esto añadimos que el consejero para la Seguridad Nacional, John Bolton, ha pedido en numerosas ocasiones el bombardeo de Irán, como hizo en un artículo de 2015 en el diario The New York Times, podemos colegir que la situación no es ninguna broma.
Quizás la diferencia más notable es que Irán no es Irak, y que un cambio de régimen no será tan fácil de provocar, incluso con una guerra. Además, un gobierno nuevo no sería capaz de mantener la estabilidad en el país (lo que de paso recuerda a Siria), y traería más problemas que soluciones al conjunto de Oriente Próximo, aunque esto es algo en lo que parece que interesados los israelíes y sus diversos clones en la región.
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