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De Al Sisi a Erdogan: las amistades peligrosas e intocables de la UE

La Unión Europea está tornando a países con un historial muy cuestionado de derechos humanos para buscar alternativas a los hidrocarburos rusos.

Una imagen de archivo muestra miniaturas de barriles de crudo frente a las banderas de Rusia y la UE
Una imagen de archivo muestra miniaturas de barriles de crudo frente a las banderas de Rusia y la UE. Dado Ruvic / Reuters

Es la regla básica que rige las relaciones internacionales: en geopolítica no hay amigos o enemigos, hay intereses. Y de ello sabe algo la Unión Europea. El bloque comunitario ha querido ser, especialmente tras la llegada de Donald Trump a Estados Unidos, el baluarte de la defensa de los derechos humanos en el mundo. Pero también ha quedado preso de la realpolitik y los intereses económicos, geopolíticos o energéticos que le ponen en una situación comprometida con países que vulneran constantemente los derechos humanos como Marruecos, Egipto, Arabia Saudí, Catar o Israel.

La guerra en Ucrania vuelve a dar cuenta de ello. La UE está tornando a países con un historial muy cuestionado de derechos humanos para buscar alternativas a los hidrocarburos rusos. El año pasado, el bloque comunitario importó un el 40% del gas de Moscú. Ante la falta de consenso interno de los Veintisiete para acordar un embargo al petróleo y el gas ruso, la prioridad de Bruselas es cerrar nuevos acuerdos. Ya lo avisaba Josep Borrell, Alto Representante de Asuntos Exteriores: "Cuando me preguntan qué hago, contesto: buscar, buscar y buscar gas". El calendario que se dan los europeos es desligarse al completo de la energía rusa en 2026.

Pero de momento, la alta dependencia consumada durante los últimos años le obliga a desengancharse de forma gradual. Por ello, una de las prioridades de la acción comunitaria durante la guerra es encontrar mercados alternativos que puedan suplir la alta demanda procedente del Kremlin. Estados Unidos suministrará este mismo año 15.000 millones de metros cúbicos de gas licuado al bloque comunitario.

No obstante, el que se posiciona como gran triunfador de esta crisis es Catar. El país que va a organizar este año la "copa del mundo de la vergüenza", según Amnistía Internacional, acumula el récord de abusos a inmigrantes, explotación laboral y trabajos forzados. De los 1,7 millones de migrantes que trabajan en el país, el 90% son mano de obra. Y muchos de ellos operan a contrarreloj para construir los estadios e infraestructuras de este súper evento.

La empresa Six Construct, la mayor compañía belga presente en Oriente Próximo, amasará 90 millones de dólares por la reforma del estadio Jalifa. El país en el que las mujeres necesitan la tutela y el permiso para trabajar o viajar cuenta con la alfombra roja en las instituciones europeas. Con una de las mayores reservas de petróleo y gas del mundo, Bruselas quiere seducirlo para incrementar su suministro hacia la UE.

El portal Bloomberg ya adelanta que la UE está ultimando un acuerdo con Israel para importar gas licuado a través de Egipto. Podría estar vigente ya para este mismo invierno. El dictador egipcio Abdelfatah al Sisi se ha erigido como uno de los grandes líderes intocables para la UE. Bruselas acogió con las manos abiertas los aires democráticos de las primaveras árabes, que han acabado con El Cairo como uno de los grandes fracasos. La represión del país bajo la batuta del general Al Sisi es brutal. Egipto fue el año pasado el país del mundo que más sentencias de pena de muerte dictaminó. Opositores, activistas o minorías sufren persecución y miles de ellos han sido arrestados con el silencio de los europeos.

Rehenes de la migración

Con Al Sisi, la UE ha primado la estabilidad a costa de no elevar el tono en las condenas a los abusos sistemáticos de derechos humanos. El país, que más de 100 millones de personas, es un socio clave en términos comerciales, de seguridad y migratorios. Bruselas ha edulcorado la dictadura egipcia.

De hecho, los elogios se han impuesto a las críticas. "Es el único país del Norte de África que ha tenido éxito al frenar las salidas de migrantes", señaló el ex canciller austriaco Sebastian Kurz en 2016. En el equilibrio imposible de las amistades peligrosas y los intereses, el realpolitik se ha impuesto en la relación Bruselas-El Cairo. Durante los últimos días, los líderes europeos han virado hacia el país árabe para estrechar la cooperación comercial y energética y, especialmente, para evitar que tras la crisis alimentaria agudizada por la guerra en Ucrania, nuevas olas de refugiados crucen al bloque comunitario. "Estamos trabajando con el presidente Al Sisi para hacer frente a las consecuencias de la guerra con un evento en seguridad alimentaria", aseguró esta semana Ursula von der Leyen, presidenta de la Comisión Europea.

El yugo migratorio también ha puesto en una posición muy complicada a la UE frente a Turquía y Marruecos. Con Ankara la relación es especialmente complicada, ya que el país es miembro de la OTAN y país candidato a formar parte de la UE. En plena crisis de refugiados de 2015, Bruselas selló un acuerdo con Ankara un acuerdo migratorio que consistía en pagar 6.000 millones de euros a cambio de que el país del Bósforo acogiese a los millones de refugiados sirios que huían de las bombas de Bashar al Sisi y del terrorismo de Estado Islámico.

Cuando Recep Tayyip Erdogan se enfadaba o quería ejercer presión sobre Bruselas, abría los puertos y puertas instando a los refugiados a embarcarse hacia las islas griegas. Una fórmula que meses después replicó Mohamed VI en la crisis ceutí.

De hecho, Marruecos es uno de los socios preferentes de la Unión Europea. En estos momentos, ambos han unido sus fuerzas para mantener los acuerdos comerciales y de pesca que incluyen las aguas y recursos del Sáhara Occidental.

El Consejo Europeo ha recurrido la histórica sentencia de la Justicia europea que consideraba ilegal estos pactos por no contar con el beneplácito del pueblo saharaui. De hecho, tuvo que llegar la crisis de Ceuta para que el Parlamento Europeo emitiese su primera resolución en décadas condenando abusos de derechos humanos con Rabat. Por otro lado, las condenas de la Eurocámara a Venezuela fueron las más recurrentes y numerosas durante la legislatura pasada.

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