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Libertad Aurora y las mujeres de la mina

Abel Aparicio firma el libro '¿Dónde está nuestro pan?', un conjunto de tres relatos sobre la represión durante la guerra y la posguerra en la comarca del Bierzo. Escribe para luchar contra la desmemoria y el olvido de aquellas mineras que se partían la espalda en la línea de baldes o de aquellas otras 39 vecinas que se rebelaron ante los gobernantes por la falta de alimento.

Mural de Libertad Aurora y otras tres compañeras mineras
El mural  de Libertad Aurora y otras tres compañeras mineras en Almagarinos.  Cedida por Abel Aparicio

Apenas los primeros rayos de luz iluminaban la cuenca del río Tremor, pero el carbón ya empezaba a circular desde Almagarinos (Igüeña) hacia la estación ferroviaria de Brañuelas (Villagatón). De la mañana a la noche, una especie de teleférico de seis kilómetros de longitud transportaba la mercancía minera que luego se distribuía desde aquel rincón del Bierzo a diferentes puntos de España. Libertad Aurora Suárez, la encargada de la línea de baldes, trabajaba allí "de sol a sol" junto a sus compañeras, con esfuerzos que las agotaban y con no más de media hora de descanso para comer.

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Los dos nombres de Libertad Aurora delatan el deseo de sus padres por ver crecer a una mujer indómita, alguien que marcase el inicio de algo nuevo. Madre y padre rechazaban la idea de que su pequeña fuera a emplearse en la mina, pues sabían de la dureza de aquellas labores y de las complicaciones añadidas para las mujeres, por mucho que estas no solían internarse bajo la tierra. "En nuestra casa no sobraba nada", explica la propia Aurora, ahora con 87 años y una vitalidad que inunda la conversación. "No había otra cosa por allí", así que antes de cumplir los 16, aquella joven de Almagarinos se buscó la vida en la línea de baldes.

En los meses de verano comenzaban a las seis de la mañana y paraban cuando ya no se veía. En invierno la jornada se acortaba, pero la lluvia, la temperatura o las nevaradas la hacían difícilmente soportable. Aurora no era muy alta y le salía caro alcanzar las compuertas para abrir la tremoya de donde iba saliendo la antracita. Los baldes le golpeaban las piernas y acababa con ellas negras; la espalda se le resentía. Calcula que cargaban más de cinco o seis vagones cada día, cada uno de ellos con una tonelada de mercancía. "Era duro, muy duro", repite desde la distancia que otorga el tiempo.

Además de ella, había por lo menos otras cinco mujeres llegadas de otras localidades próximas. "Allí hombres había pocos, porque no aguantaban. Ellos preferían ir para dentro de la mina", donde el trabajo también era sin duda esclavo y poco seguro.

"Nosotras nos poníamos medio en huelga", recuerda. "Quisieron quitar una mujer de la parte de arriba de la línea. Ya eran pocas y de esa manera les iba a aumentar el trabajo aún más". Pararon el cable, subieron a una zona elevada y echaron a cantar. El capataz no tardó en sentir la protesta y, si bien en un principio su actitud fue de total menosprecio, al día siguiente todas siguieron en su puesto.

Una comarca de libro

Estas historias las conoció el leonés Abel Aparicio (San Román de la Vega, 1980) en una de sus escapadas en bicicleta por la montaña. Aquel paisaje que atravesaba le parecía hermoso para una novela y ya casi imaginaba a los personajes de la misma. Pensó en los hombres mineros, en cómo siempre eran recordados con el torso descubierto, luchadores, sindicalistas y revolucionarios, y enseguida lo asaltó una duda: "¿Qué pasa con las mujeres?". La pregunta lo llevó a un bar de la zona, en busca de alguna minera con quien hablar. Le pidió diez minutos de conversación a Libertad Aurora. Resultaron ser dos horas y el germen de un libro. El inicio de algo y la libertad de sacarlo a la luz.

¿Dónde está nuestro pan? (Marciano Sonoro Ediciones, 2020) está compuesto de tres relatos ambientados en la guerra y en la posguerra en tierras bercianas. La narración mezcla realidad y ficción en un intento por acercarla a la actualidad y provocar una reacción en el lector. "Escribí este libro para conocernos como sociedad. Nada es casual, todo tiene un porqué y la historia está hecha de pequeñas historias. Cuando ahora vemos en las noticias que se suceden los asesinatos de mujeres, tenemos que darnos cuenta de que eso forma parte de un sistema que arrastramos durante años, de una u otra forma", sostiene el autor. En aquellas desigualdades de trato, condiciones y salario para hombres y mujeres mineras estaba presente una problemática que aún persiste hoy.

Fotografía de la línea de baldes en Almagarinos
Fotografía de archivo de la línea de baldes en Almagarinos. Cedida por Abel Aparicio

Las tres reglas para las mujeres de la mina

Según Aparicio, hay tres datos clave que evidencian esas diferencias y que quedan plasmados en las páginas de Lana línea. El primero, el salario. Ellas cobraban seis pesetas y media por cada jornada, mientras que a los hombres les pagaban trece. "Que fuera justo el doble no es un detalle menor, porque de ahí se extrae que el trabajo de ellas valía la mitad que lo de los compañeros", subraya.

A los mineros emparejados con mujeres que trabajaban fuera de la casa les bajaban el sueldo

El segundo dato también es claro: cuando una mujer se casaba, se le pagaba una cantidad de dinero y era despedida de la mina. Libertad Aurora estuvo algo más de una década en la línea de baldes, hasta 1963. "Iba a casarme y así no me querían en la empresa", dice, "pero yo ya me quería marchar". La completa dependencia de la mina provocó que, al cabo de un tiempo y con el cierre del pozo, la exencargada de la línea de baldes y su marido tuvieran que emigrar a Bilbao desde su Almagarinos natal, un pueblo entregado a un modelo de explotación voraz que finalizó por roerles el futuro.

La tercera regla, aún más reveladora, enmarca definitivamente el machismo predominante: a los mineros emparejados con mujeres que poseían un empleo fuera de la casa les bajaban el sueldo, en un afán por fomentar que las esposas se dedicaran únicamente a las labores propias del hogar y de la familia.

"Me encontré con que Aurora tenía muchísimas cosas que contar y que nadie se las había preguntado", señala el escritor. Ahora está en una "segunda juventud" al descubrir que su vida despierta el interés de alguien y que hasta merece un sitio en librerías y bibliotecas. "Yo en una portada de un libro, yo en una portada de un libro", va repitiendo por los pasillos de la casa, incrédula.

Contra la desmemoria

Fue el "silencio impuesto" lo que determinó el desconocimiento actual. El relato que abre el libro es lo que le da título al mismo. En ¿Dónde está nuestro pan?, Aparicio recupera un episodio ocurrido en Torre del Bierzo en octubre de 1941 y borrado de la memoria colectiva de la localidad. La imagen es poderosa: 39 mujeres de entre 16 y 65 años se echaron calle abajo, camino del Ayuntamiento, para exigir allí el pan que les correspondía y que llevaban 15 días sin recibir.

La protesta chocó con la actitud del alcalde, "un empresario minero muy falangista" que promovió una denuncia contra las manifestantes. "En aquellos tiempos se jugaban desde una paliza hasta un corte de pelo al cero, aceite de ricino, una violación o un tiro en cabeza e ir para la cuneta. ¡Es que fueron treinta y nueve mujeres, ni un solo hombre!", insiste Aparicio, "dudo mucho que treinta y nueve hombres se atrevieran a hacerlo".

Muchas de ellas eran familia de ferroviarios trasladados desde distintos lugares del Estado como castigo por mantenerse fieles a la República. Algunos venían de la provincia de Lugo, otros de Cáceres, otros eran procedentes de Cataluña... En la causa judicial que ayudó al autor a armar la narración se destaca que "lejos de abrazar la causa nacional [las mujeres de la protesta] siguieron con su actitud". "Ellas no se amedrentaron. Siguieron adelante incluso en contra de la opinión de padres y maridos, de ese paternalismo con el que a veces actuamos los hombres", admira Abel Aparicio.

Repasó cada uno de los párrafos que hablaban de cada protestante y reparó en los comentarios sobre su "lenguaje de serpiente", "lengua viperina" o "de bisturí". "Había un trato denigrante hacia las mujeres en el propio papel oficial. Si esto era así, ¿qué les dirían en su día a día?", se pregunta.

A pesar de la potencia de esta historia "de película", "ni siquiera la hija del panadero —que ejerció de intermediaria entre las manifestantes y el alcalde— conocía este hecho". El autor leonés achaca la "desmemoria" al triunfo de ese discurso dominante que anima a "no hurgar en el pasado ni revolver en él", cuando ciertamente es preciso pasar el "proceso de duelo, sacar a la luz el sufrimiento y las injusticias".

Tren 485

Tampoco en El Páramo se sabía mucho del asalto a un convoy que protagonizaron varios huidos en el año 1939. Tren 485 es el relato que rescata este otro acontecimiento que tuvo lugar entre dos túneles a medio camino entre las estaciones de Brañuelas y La Granja de San Vicente, en el entorno del Lago de Carucedo. Tal ferrocarril pasaba por aquella vía cada quince días: un jueves sí, otro no. Los atracadores debían preparar la información, así como el conocimiento del complicado terreno de la zona.

"Está considerado el segundo asalto más importante del Estado en cuanto a cuantía económica. El tren transportaba más de 127.000 pesetas a Galiza". En el documento del juzgado no figura indicado, pero Aparicio vaticina que "debió haber colaboración desde la Compañía Norte de Ferrocarril", convencido de la dificultad de la actuación en caso contrario.

"¿Cuáles eran los delitos de estas personas? Pues el de uno de ellos era simplemente estar afiliado a la Unión General de Trabajadores. Huyeron y se vieron obligados a subsistir. Encontraron ahí una manera", concede.

El Bierzo revolucionario y compañero

Había una gran conciencia de clase en la comarca berciana, según asegura Abel Aparicio. "Sabían que eran obreros, que defendían sus intereses y no los del patrón. Luego estaban impregnados de esa lucha minera, pero no veo que ese espíritu combativo se mantenga hoy en día". Dice esto último con cierto tono de lamento y tristeza, con culpabilidad colectiva e individual por participar de una sociedad a veces adormitada.

Con mucho tino de no caer tampoco en presentar con romanticismo las luchas pasadas, Aparicio vuelve a recurrir a Aurora, la protagonista del relato de Lana línea. Frente a esos que dicen que ya no quedan mujeres como las de antes, Aurora tiene la respuesta más que masticada. "Yo no quiero que mi hija sea como éramos nosotros, no quiero que ella sufra lo que yo sufrí, ni heroínas que trabajen doce horas. Eso es explotación, no un acto de heroicidad. Se lo decía siempre a mis amigas antes de ser yo madre: si supiera que mis hijas tendrían que pasar este calvario, no tendría descendencia alguna".

Libertad Aurora: "Yo sé quiénes eran los míos. Los míos eran los pobres"

Pero si algo queda claro en la charla con Libertad Aurora es el sentimiento de comunidad y hermandad con las suyas. "Yo sé quiénes eran los míos. Los míos eran los pobres", le dijo al autor de ¿Dónde está nuestro pan?. "Es una satisfacción muy grande este reconocimiento que nos da Abel, pero no solo fui yo, éramos todas las compañeras. Todas estábamos allí", reitera.

Lo que era de una era de todas. En la olla cocinaban comida para un montón de ellas, llevaban alimento a los vecinos con menos recursos, en la huerta de al lado plantaban hierbas medicinales a las que luego acudían para hacer una infusión cuando sufrían los dolores de la regla... Si una línea es una sucesión de puntos colocados uno a continuación de los otros, aquella línea la formaban una serie de mujeres dispuestas hombro con hombro, unas bien pegaditas a las otras.

Será por eso que aunque en el nuevo mural de Almagarinos se exhiban las caras de cuatro mineras, esos rostros representan los de decenas de ellas. La imagen de Aurora y tres compañeras más —fotografía que ilustra la portada de ¿Dónde está nuestro pan?— adorna ahora la fachada de un edificio, con el firme propósito de servir de homenaje a todas ellas para evitar que sus historias se reduzcan al olvido.

Ese es también el objetivo principal de la obra que firma Abel Aparicio, escritor que durante algunas temporadas ejerce de cartero. El mensaje que acarrea esta vez (y siempre) es una frase infinitamente repetida en la Asociación para la Recuperación de la Memoria Histórica (ARMH) a la que él pertenece. "La herida no cura hasta que supura. Nuestra generación tiene el deber de recuperar eso".

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