Opinión
Los incendios nos harán adultos

Por Israel Merino
Reportero y columnista en Cultura, Política, Nacional y Opinión.
-Actualizado a
Cuando era pequeño y fallecía alguien, me forzaba a mí mismo para no entender del todo la muerte, da igual que ya en el fondo comprendiera a la perfección de qué iba el tema, para así fingir que había algún tipo de arreglo mágico. Es raro de explicar, pero me aferraba a la negación, a hacerme el tonto, para que así, cuando en un par de semanas dejara de pensar constantemente en que esa persona había muerto, pudiera volver a encontrármela por arte de milagro y sorpresa paseando por las calles del pueblo: la falta de entendimiento y el olvido rápido eran mi receta nigromante para resucitar cuanto antes a los muertos.
Llevo dos semanas aplicando el mismo truco imbécil que cuando crío, pero con los incendios que están reventando la columna vertebral de España: es de mal periodista, de periodista horrible, pero trato de no leer nada y no ver qué se ha calcinado ni tampoco calcular mentalmente el tamaño de todas esas hectáreas que las push de los periódicos me dicen que han desaparecido ni mucho menos ver los montajes de los antes y después de lo que el fuego ha arrasado; lo que más trato de evitar es esto último, para que así, como cuando niño, se forme un universo paralelo en mi cabeza de negación y narcisismo que me tapie de la realidad: igual cuando vaya en dos meses a Las Médulas, o quizá a los Picos de Europa leoneses, descubro que no se ha quemado nada – es estúpido, claro –.
Lo que sí estoy viendo, y creo que quizá esto me aterra más que los incendios en sí, es otro tipo de corazas, otro tipo de fullerías mentales que algunos están usando para protegerse ante la realidad ya innegable, da igual la desconexión mediática de agosto porque toda España huele a humo, de que nos estamos quemando: muchos culpan al Estado de permitir con alevosía criminal que todo se queme, no sé si para distraer el ojo público o destrozarnos emocionalmente, porque ven en vídeos que las brigadas forestales no combaten directamente el fuego, sino se dedican a trazar perímetros e intentar que la desolación no se siga expandiendo. No saben que algunos de estos incendios, ya cercanos a la sexta generación –el de Lleida de hace unas semanas lo fue, está confirmado–, son inapagables. No se puede hacer nada cuando la tormenta de llamas se enciende, solo resignarse y llorar.
Otra cosa que también estoy viendo es a los expertos alertarnos de que esto no ha hecho más que empezar; tengo amigos que saben, muy buenos y muy cansados tras este mes de supuesto descanso, diciéndome que la cosa va a ir a peor. No es el Estado quemando nuestros campos, sino un estado de cosas que nosotros hemos creado –o ellos, los de arriba; igual tú y yo tenemos poco que ver– cobrándose la venganza por lo hecho. Nada es gratis, todo tiene consecuencias.
Los incendios serán cada vez más incontrolables, el agua para apagarlos escaseará y los bomberos, cada día más negros y chamuscados, empezarán a morir a puñados tratando de defender los perímetros. Ya se ha acabado la fase de negarlo, de creer que hacer girar el puto mundo alrededor de quemar combustible no trae consecuencias y de pensar que quitando el telediario los problemas se acabarán. Ya se acabó eso de negar la muerte y el cambio climático, e igual quienes hacen esto último deberían comerse alguna que otra condenita –voy a ser así de bestia y sincero porque estoy dolido– cercana a la de enaltecimiento del terrorismo; no soy jurista, pero seguro que hay alguno por aquí con ideas e imaginación para toquetear el Código Penal. Vienen tiempos jodidos y tenemos que empezar a tomar decisiones severas, y para eso, debemos dejar de ser críos y empezar a entender lo que está pasando.
Comentarios de nuestros socias/os
¿Quieres comentar?Para ver los comentarios de nuestros socias y socios, primero tienes que iniciar sesión o registrarte.