Opinión
Octavo verano de Pedro Sánchez en La Moncloa

Por Noelia Adánez
Coordinadora de Opinión.
-Actualizado a
Es verano y Pedro Sánchez ha optado por lucir un traje, en su comparecencia previa al último consejo de ministros antes de las vacaciones, de un precioso tono añil; la corbata, de un esperanzador violeta. Al presidente se le ve delgado. Le sobra traje y le faltan vacaciones. Afirma que se siente fuerte, pero se le ve justo de energía.
Han pasado apenas veinticuatro meses desde que Pedro Sánchez asumió la jefatura de un gobierno de coalición con minoría parlamentaria. Pero ya lleva un total de ocho veranos viviendo en el Palacio de La Moncloa, a la que se mudó con su familia en el verano de 2018.
Desde entonces, los gobiernos de Sánchez se han sucedido en un contexto de cambio de ciclo a escala nacional, europea y mundial. Le ha tocado afrontar desafíos de enorme magnitud -pandemia, guerra en Ucrania, segundo mandato de Trump, genocidio en Gaza y ascenso mundial de la ultraderecha- y ha tenido que gestionar el poder en un escenario de fragmentación parlamentaria y desgaste de la convivencia sin parangón en la historia española del último medio siglo.
Ha llovido mucho desde que Pablo Iglesias Posse fundara el Partido Socialista Obrero Español allá por 1879, mucho desde que se presentara y articulara, por parte de organizaciones sindicales y partidos, como gran problema social la cuestión obrera. Hoy la cuestión es otra, el trabajo ha perdido la fuerza que tuvo antaño para determinar identidades políticas y para vertebrar organizativamente a la sociedad. Nuestros problemas todavía tienen que ver con las desigualdades sociales, pero éstas ya no se fraguan en el taller o en la fábrica ni se desprenden -al menos no de un modo automático- de las relaciones de producción, sino que resultan de la sofisticación de las formas de explotación que viene impulsando el neoliberalismo desde al menos la década de los años setenta. Por el camino, se han desatado las tempestades de la destrucción ambiental y la guerra.
No debe ser fácil asumir el poder en este escenario, cuando además líderes mundiales como Trump o Netanyahu hacen saltar por los aires las reglas. No debe ser fácil dirigir el único gobierno con una inclinación progresista en una Unión Europea que, a través de la detestable Ursula Von der Leyen, acepta las imposiciones arancelarias de Trump para evitar una escalada en un conflicto comercial que, por otra parte, parece destinado a intensificarse según el antojo y los intereses norteamericanos, con independencia de cuál sea la respuesta europea. Tampoco debe ser fácil formar parte de una organización debilitada por su inacción -compartida por España, a pesar de algunos gestos bienintencionados- que se pone de perfil ante un genocidio y sigue comerciando con el Estado criminal de Israel.
No debe ser fácil gobernar con unas formaciones a tu izquierda con las que necesitas pactar, cuando se hallan sumergidas en un proceso de recomposición que parece comenzar prácticamente desde cero cada día; ni hacerlo con una oposición enfrente a la que el tiempo político le sopla a favor y cuyos profundos y siniestros anclajes sociohistóricos se han puesto sin complejos tan en evidencia. No debe ser fácil liderar el gobierno de un país con un amplio sector de la judicatura para el que la democracia parece ser menos un mandato que una prebenda. No debe ser fácil estar en las instituciones en plena era de redes sociales, grabaciones, filtraciones, bulos, amenazas y acoso personal; nada de esto debe ser fácil.
Y no es fácil la situación en la que se encuentra una ciudadanía tensionada por el odio que expande el ecosistema mediático que sufragan las administraciones gobernadas por el PP o que instiga lo que mi compañera Begoña P. Rámirez llama en esta serie ‘La Brunete legal ultra’. Sin duda, todo esto ha causado mella en un Pedro Sánchez que hoy acusa el cansancio de ocho veranos al frente de gobiernos fragilizados por la falta de apoyos y por las tensiones externas.
Sin embargo, en su comparecencia, Pedro Sánchez ha querido lanzar un mensaje de optimismo sobre la situación de nuestro país y lo ha hecho acudiendo a una estrategia fallida al proponer que nos miremos como -según él- nos ven desde fuera. Sánchez nos ha hablado de esos cien millones de turistas que invadirán (utilizo el verbo con toda la intención) nuestras playas y ciudades y de la consolidación de nuestra economía como la de mayor crecimiento de la Unión Europea. Nos ha hablado del aumento de la ocupación, de la inversión extranjera directa, del reforzamiento del Estado del bienestar y de las políticas destinadas a paliar los efectos de la emergencia climática como haría con un paciente deprimido un psicólogo que hubiera terminado recientemente la carrera. En esa misma línea, nos ha dicho que estamos a punto de que Forbes vuelva a elegirnos como uno de los mejores lugares del mundo para vivir (siempre y cuando tengas casa en la que hacerlo). Si Sánchez quiere que nos hagamos cargo e incluso que nos alegremos de un éxito que no podemos sentir como nuestro porque no forma parte de nuestra experiencia, se está equivocando de cabo a rabo al orientar de ese modo su discurso. La experiencia de las mayorías sociales es otra: es la de los salarios ridículamente bajos y es la de la imposibilidad absoluta de acceder a la vivienda; es la de los servicios públicos colapsados y es la de una profunda desconfianza en las instituciones y en una clase política alejada de sus verdaderos problemas.
Es muy probable que con su despliegue de logros, cifras y datos Sánchez no haya conseguido convencer a ningún ciudadano o ciudadana de que en España todo va estupendamente. Lo que sí ha colocado es un mensaje -de hecho el único importante- de cara a septiembre. Pedro Sánchez va a presentar unos presupuestos y, caso de no conseguir el respaldo parlamentario suficiente para que se aprueben, continuará la legislatura porque su Gobierno tiene como hacerlo: con los fondos Next Generation a los que ha calificado de “otro carril” por el que es posible seguir impulsando una agenda social, económica y medioambiental progresista.
Pedro Sánchez va a aguantar, salvo que en septiembre aparezcan nuevos audios o informaciones o se produzcan filtraciones que indiquen que la razón política lo desaconseja. Hoy por hoy, la razón política dice que mientras sigamos recibiendo información de Montoro y su uso patrimonial de las instituciones públicas, el caso Cerdán/Koldo/Ábalos -si no hay novedades sustanciales- va a servir para publicitar las medidas que el gobierno de coalición dice que adoptará contra la corrupción; y el PP se tendrá que retratar. Si no hay sobresaltos, será Feijóo quien tenga que pensar a partir de septiembre con qué recursos cuenta para hacer dos años más de una oposición basada, únicamente, en la deslegitimación del gobierno de coalición, el aspaviento y el giro contraproducente hacia la extrema derecha.
El autor del Manual de resistencia ha vuelto a repartir cartas, ha marcado los tiempos y todos conocen las reglas. A jugar.
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