Opinión
Temed a la prensa salmón, vosotros sus santos

Por Israel Merino
Reportero y columnista en Cultura, Política, Nacional y Opinión.
-Actualizado a
Vive en el Baix Llobregat, Madrid Sur o el extrarradio de Vigo; lee las noticias, pero no mucho; solo lo necesario, lo informativo, lo mínimo para estar al día y no sufrir, aunque estos últimos meses su máxima se esté pervirtiendo. Ahora devora la prensa salmón, la que solo toquetean los ejecutivos, la de los números prospectivos que a él no le deberían interesar. Su futuro está ahí escondido; como un evangélico que le ronronea a la Biblia, debe interpretar las páginas económicas para encontrarlo; habla de economía en el bar, en la cama, con sus hijos pequeños; piensa en la Bolsa al masticar, en la ducha, al follar. Los numerines mágicos le dicen cosas, sus planes se esconden en las redacciones de esos periódicos.
Trabaja en el banco Sabadell. Veintimuchos años en la sucursal del Baix Llobregat, Madrid Sur o el extrarradio de Vigo; se sabe los nombres y apellidos de sus clientes; sabe quién está en paro, trabaja o trafica, aunque nunca haya sido un chivato; sabe quién llega por las raspas a fin de mes y quién gana lo suficiente para ponerle los cuernos a su mujer en un hotel del centro. Treinta años son muchos años, demasiados. No sabe hacer otra cosa, no quiere hacer otra cosa. Su fantasía es jubilarse, cobrar una pensión decente, sonreír en la fotito de despedida con el reloj chapado en oro que le regale la empresa. Cava barato en la copa, o quizá sidra, brindis y para casa; a descansar, a olvidarse, a morir tranquilo. Ahora, el futuro pinta diferente.
Ha leído en la prensa salmón lo de la OPA hostil. Que el BBVA los quiere comprar, menudo marrón. “Nos quiere”, dice; le hace gracia usar esa primera persona del plural; nunca se ha sentido parte de la empresa, siempre ha creído ser algo más que un apéndice contable, pero la sensación de pertenencia es lo único que lo consuela estos meses; el Baix Llobregat, Madrid Sur o el extrarradio de Vigo son demasiado grandes para huir, solo le queda el autoconvencimiento de ser indispensable. Se tiene que quedar.
En un artículo, leyó que el plan del banco vasco si sale la OPA es mantener los puestos de trabajo del Sabadell hasta 2029, pero después, ahorrarse trescientos millones de euros de masa salarial. Joder. Eso son unos 4.000 puestos de trabajo, según dicen algunos. Tendría muchos motivos para estar cabreado, y el primero de ellos es que solo haya leído esos datos en un único artículo; a la prensa le interesa la competitividad bancaria y la capacidad de inversión y los densos productos financieros, pero no los puestos de trabajo; sin embargo, no está enfadado: sus únicas energías se gastan en digerir el terror.
Le encantaba hablar de futuro, pero ahora no lo tiene; no sabe cómo ocultarlo, no sabe disimular; si él es uno de esos cuatro mil, ¿qué hará con cincuenta y pocos años?, ¿dónde lo contratarán?, ¿qué podrá hacer? Cada día es más difícil disimular el miedo; a duras penas hace reír a los críos cuando acaban de comer y las mondas de mandarina se endurecen sobre la mesa, ni se concentra cuando su mujer le lame en la intimidad la oreja porque quiere eso, eso que le gusta o le gustaba: cuando la luz se apaga, solo piensa en lo que pasará en 2029. El somier viejo ya no chilla, solo sirve para reposar terrores.
Lo peor es la impotencia de no poder hacer nada. Ahora, todo está en manos de los accionistas, y cuando estos decidan, en los equipos directivos que querrán ahorrarse dinero y quedar bien ante los periodistas económicos: mirad qué datos, qué ahorro, qué números; somos un tiburón aerodinámico, los más grandes, los mejores. Joder. Toda la puta vida huyendo de los ídolos, de la Iglesia y de Dios, para ahora ser un temeroso de la prensa salmón.
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