Opinión
Uvas con Coca-cola
Por David Torres
Escritor
Coca-cola culminó la campaña publicitaria más exitosa y original de los últimos tiempos con una pequeña revolución en Canal Sur, donde acaban de inaugurar una manera diferente de saludar el año: con tres uvas y media. Los andaluces a quienes se les ocurrió estrenar el 2015 en Canal Sur se disecaron con la boca abierta mientras, en lugar de las campanadas, la televisión regional daba la nota. Dos anuncios promocionales de turismo, uno general de Andalucía y otro dedicado a Jerez, interrumpieron brevemente la ingesta de uvas entre mensajes subliminales de aceituneros altivos, sol de justicia y vinos de la tierra.
Al final, sin embargo, de lo que hablaba todo el mundo es de que Coca-cola había salido perdiendo, ya que pensaban copar la pantalla durante el lapso al año nuevo con el logo de doce de sus botellitas femeninas y al final les escamotearon siete u ocho campanadas. Era una manera sutil de recordarle al público que, primero, va a ser otro horrible período de ahorro y austeridad, y segundo, que toca otra vez joderse. No hay forma de conjurar el sortilegio de entrar al año con buen pie cuando en el plato restan todavía ocho o nueve uvas. Si se reúnen los racimos sobrantes de todos los andaluces a los que en Nochevieja se les quedó cara de cera, se podían exprimir fácilmente varias cosechas de mosto.
No obstante, la operación le salió redonda al refresco más famoso del mundo, porque mientras todas las marcas competían, como siempre, para ver cuál era el anuncio que ocupaba la parrilla de salida, entre abrazos, brindis y matasuegras, entre automóviles, chocolates y perfumes Coca-Cola ya las esperaba en la meta. No sólo porque había comprado (y suponemos que no demasiado caro) el espacio entre un año y otro en una televisión autonómica, embotellando hasta los intersticios del tiempo, sino porque el escándalo de la doble metedura de pata andaluza les daba publicidad gratuita en telediarios, redes sociales, revistas de internet y resúmenes chorras de Nochevieja.
Como quien no quiere la cosa, jugando al despiste, al victimismo y a la mala suerte, remataban una maquiavélica campaña iniciada hace meses mediante el cierre de varias plantas embotelladoras en España. Atrás quedaron los tiempos en que se alquilaban vallas publicitarias, dorsales de autobuses y planas de periódicos; ahora, en lugar de ocupar el espacio televisivo reservado a los anuncios, los audaces creativos han preferido colonizar directamente el telediario. No importa que hablen mal de uno mientras hablen de uno: he ahí el enésimo mandamiento de la propaganda. Desde la época de Jota Erre, los personajes inolvidables, los favoritos del público, son los malvados y los canallas, y Coca-cola decidió subir las apuestas echando a la calle a un montón de trabajadores (Campofrío intentó algo parecido con el extraño incendio de una planta de embutidos en Burgos, pero algo se les torció porque, en lugar de olor a barbacoa les salió una humareda tóxica). De aquel mensaje de amor universal retransmitido hace décadas (“Al mundo entero quiero dar / un mensaje de paz”), cuyo sonsonete navideño aún llevamos prendido en la memoria, Coca-cola pasó al rap agresivo (“Me has hecho daño, tío”) y luego directamente al neoliberalismo. Al menos ahora son sinceros.
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