Opinión
Expiación

Por Marga Ferré
Presidenta de Transform Europe
-Actualizado a
Cuando la semana pasada Úrsula von der Leyen anunció la suspensión parcial del acuerdo comercial con Israel, algo se rompió.
Al oírla hablar (a ella, una genuina representante del conservadurismo alemán) de posibles sanciones contra el gobierno genocida de Israel, pensé: "Tienen miedo". No tengo la menor duda de que el motivo real del cambio de actitud de la Unión Europea hacia Israel tiene su causa en las encuestas de opinión y, también, en algo más sutil, en la sospecha de que algo se ha roto, resquebrajado: el relato de Israel como expiación.
Durante décadas, pero especialmente desde los años 80, la forma en la que la historia europea ha intentado justificarse a sí misma tiene que ver con la búsqueda de expiación de las atrocidades del Tercer Reich, una vez que éstas fueron masivamente conocidas en esa década. Para poder mirarse a sí mismos de manera complaciente, el pensamiento conservador y liberal impuso la defensa incondicional del Estado de Israel como fórmula compensatoria de los atroces crímenes del Holocausto. Un apoyo absoluto a Israel para borrar culpas, purificarse de un pasado criminal.
Esa es la historia que se han contado a sí mismos, una narración exculpatoria que era y es falsa, en primer lugar, porque no hay exculpación posible al Holocausto y en segundo, porque al exculparse impiden aprender las lecciones de lo más terrible de la historia europea: las limpiezas étnicas y los genocidios fruto de un supremacismo que, hoy, vuelve con fuerza. Eso es lo que se ha roto, el espejo con el que las élites europeas se veían a sí mismas de forma exculpatoria. Una quiebra que viene de abajo en forma de protesta y que las encuestas sobre genocidio en Palestina reflejan como una brecha creciente entre gobernantes y gobernados y como quiebra generacional.
Ha parecido haber una orden de no publicar encuestas sobre el genocidio en Gaza. Solo hay una a nivel europeo, la de YouGov publicada en junio, que concluye que se está produciendo una caída en picado del apoyo a Israel y un creciente apoyo a Palestina en la población.
La encuesta también muestra que más de la mitad de la población pide la prohibición del comercio de armas con Israel (Italia, 65%; Bélgica, 62%; Suecia, 50%; Francia, 51%; Alemania, 49%) y crece en la misma proporción el número de personas que ven lo que ocurre en Gaza como un genocidio.
Pero lo que más me llama la atención (y que tiene que ver con la ruptura de narrativas que antes mencionaba) es la fractura generacional que las encuestas detectan. Son las personas jóvenes, esas que en otras partes tachan de derechizadas y nihilistas, las que más defienden los derechos de los palestinos; son las personas entre 18 y 24 años las que perciben con claridad que la lucha por Palestina hoy tiene mucho que ver con la lucha por la igualdad y por la libertad. Aciertan. Es una generación que está rompiendo viejas narrativas y, al hacerlo, abre posibilidades.
El fin del supremacismo
Esta idea que les traslado, la de la ruptura de la imagen supremacista que Occidente tiene de sí mismo, la he encontrado también en pensadores e historiadores liberales y me parece significativo. En un artículo en The Atlantic, con el curioso título de "Por qué a los liberales les cuesta afrontar el cambio de época", su autor, Ivan Krastev, sostiene que si los liberales quieren enfrentarse a los retos de la extrema derecha "tendrán que descartar la historia que siempre se han contado a sí mismos […] ahora que el declive de Occidente domina la conversación".
Algo parecido escribe Voler Ullrich cuando razona en su best-seller El fracaso de la república de Weimar que la forma en la que Occidente se ha narrado a sí mismo partía de la asunción como verdad de la frase de Fukuyama sobre "el fin de la historia", es decir, el triunfo de Occidente y el capitalismo tras la caída del muro de Berlín. Ullrich parece lamentarse cuando afirma, inteligente, que "hoy, de esta certeza, ya no queda tanto".
No, no queda tanto, pero queda en forma de Occidente supremacista que se resiste, violento, a entender un mundo en el que ya no mandan como antes y en el que, definitivamente, ya no son el modelo a seguir. Es en esta resistencia donde encuentro que las batallas culturales y simbólicas hoy son excepcionalmente importantes.
Israel se considera parte de ese Occidente supremacista. ¿No se han preguntado nunca qué pinta un país asiático en Eurovisión? Pues ahora tiene menos sentido que nunca. Creo que debemos redoblar los esfuerzos para vetar la participación de Israel en el concurso. Puede parecer una anécdota estúpida comparada con las dimensiones del genocidio, pero daría el mensaje correcto a una población que, en Israel, aunque les parezca increíble, apoya lo que hace su gobierno.
Echar a Israel de Eurovisión puede tener un efecto devastador en la visión que tienen de sí mismos los israelíes. En Israel, la oposición a la campaña militar de su gobierno en Gaza crece, pero tiene más que ver con liberar a los rehenes y salvar la vida de los soldados que con lo que les ocurre a los palestinos. Según varias encuestas, a un 70% de los israelíes no árabes no les preocupa el genocidio, ni lo que les pase a los palestinos y no lo dicen solo las encuestas, también es la percepción de los periodistas extranjeros que están allí. Es inaceptable.
Son ya cuatro países los que han anunciado que no participarán si lo hace Israel (Países Bajos, Irlanda, Eslovenia, Islandia) y el debate está abierto en otra media docena de países. España ha dicho que lo decidirá en diciembre (tarde), así que sigamos con la presión para no normalizar ni convertir en banal que un país que está perpetrando un genocidio criminal se pasee por un escenario como si fuera legitima su barbarie.
Porque no lo es y porque los y las jóvenes tienen razón: cada lucha por Palestina es una lucha por la igualdad y por la libertad. Hagámosles caso; porque ellos están reescribiendo la historia.
Comentarios de nuestros socias/os
¿Quieres comentar?Para ver los comentarios de nuestros socias y socios, primero tienes que iniciar sesión o registrarte.