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Las cartas de los presos republicanos antes de morir: "Hijos, cuánto os he querido, pero todo terminó"

Un libro reúne las misivas que escribieron desde la cárcel los condenados a muerte en Madrid entre 1939 y 1944. Sus descendientes les dedican sentidas cartas, un homenaje a las 3.000 personas fusiladas en la capital en la posguerra.

Cartas en capilla
Carta de Luis García Gira a su esposa, Margarita, fechada el 12 de septiembre de 1939, dos meses antes de ser fusilado en las tapias del Cementerio del Este. - Libro 'Cartas de la memoria' (Libros de L'Encobert).

¿Hay algo más íntimo que una carta de despedida a los seres queridos; sobre todo cuando el que se despide lo hace para siempre, horas antes de ser abatido por las balas en el paredón o de sentir en el cuello el frío hierro de la máquina del garrote vil?

Los últimos pensamientos, las sinceras dedicatorias, los deseos sobre cómo ser recordado, la angustia por el devenir de la familia... Las cartas de 'capilla' de los presos republicanos horas antes de ser ejecutados, al alba, en las tapias del Cementerio del Este (hoy de La Almudena) muestran la esencia más íntima del ser humano. Y desde el desgarro y el pudor, incluso, que produce leerlas 85 años después es de agradecer a las familias de aquellas víctimas su generosidad por compartirlas.

El libro Las cartas de la memoria (Libros de L'Encobert), editado y compilado por Tomás Montero Aparicio, coordinador del grupo Memoria y Libertad, que reúne a los familiares de las víctimas del franquismo en Madrid, supone un monumental homenaje a las casi 3.000 personas ejecutadas por los franquistas entre 1939 y 1944 en Madrid. El libro, de 400 páginas, se publicará este mes de septiembre.

A través de la correspondencia, dibujos y objetos de los presos se compone un retrato del horror pero también del amor a la familia y a los ideales. Aquellas cartas de 'capilla' han tenido respuesta tantas décadas después: los nietos y otros descendientes de las víctimas les dedican emocionadas misivas a aquellos que no conocieron y cuya trágica muerte marcó el porvenir de la familia. 

"La última noche de mi vida"

El maestro republicano Salustiano de la Fuente Rodríguez, de 46 años, pasó siete meses en diversas cárceles improvisadas en Madrid, desde el 13 de abril de 1939, dos semanas después de que las tropas golpistas entraran en Madrid.

Su último destino fue la prisión de Porlier, el mayor centro de exterminio en la capital para los presos republicanos. A las doce de la noche del 6 de noviembre de 1939, horas antes de ser fusilado, escribió la última carta a su esposa y a sus hijos.

6 – 11 – 1939
12 [de la] noche (última noche de mi vida)

Hijitos míos: Ya os había escrito; pero lo hago otra vez y lo estaría haciendo hasta el último momento. ¡Cuánto os he querido! Mi mayor felicidad erais vosotros y mamá. Sin embargo, hijos, hemos de separarnos para siempre. ¡Qué pena!. Yo estoy resignado y espero que Dios me hará justicia.

Hijitos. Ya nos separamos. Amar mi recuerdo. Muero por vosotros, por mi patria, por España a la que tanto quise. Emiliana: Ánimo, no te acobardes. Guardad bien en vuestra memoria los que se han portado bien con nosotros para que se lo paguéis con la misma moneda.

Adiós. Alberto, Enrique, Santiago, Evencio, Emiliana. Todos. Mi corazón, mi alma, todo yo os envío. Adiós

Salustiano

"Adiós, 'peque' mía"

El 30 de mayo de 1939, Emilia Gómez Fernández le contaba por carta a su marido, Eduardo Aguilar Lorenz, preso en Porlier, que la huerta de su casa, en el entonces municipio de Canillas, al sur de la capital, comenzaba a florecer. "Las acelgas y los tomates han agarrado, pero faltas tú para hacer de hortelano". 

Emilia le daba la noticia de que el negocio de bocadillos con el que "se ganaba bien la peseta" se fue al traste al retirarse la guarnición italiana que los compraba. Ya no hacían falta los refuerzos fascistas. El 1 de abril de 1939 Madrid las fuerzas sublevadas entraron en Madrid.

"Ahora hemos montado otra industria de pipas y caramelos y tampoco se pierde y tenemos la ventaja que lo vendemos en nuestra misma casa porque los chicos acuden a comprar aquí", le decía la mujer a su esposo seguramente para tranquilizarle. 

Le refería además que las niñas estaban bien. Siete niñas y un niño tuvieron Emilia y Eduardo, oficial de Sala en la Audiencia Territorial de Madrid. Detenido bajo la falsa acusación de celebrar una misa negra en la Iglesia de Santa Bárbara, acabó condenado a muerte en el consejo de guerra celebrado el 17 de mayo de 1939 y ejecutado casi un mes después, el 14 de junio. 

Aún le daría tiempo a Eduardo de leer esa carta y de contestarla, apenas unos días antes de su ejecución. 

"Por ella veo que los niños están todos bien y que mi Milagrines es muy buena y no da guerra. ¡Pobretina mía! ¡Cuántas noches de insomnio y cuánto estoy sufriendo pensando en ti, pequeña mía, y nuestros ocho hijos! Cuidate mucho para que puedas cuidar de ellas y hacerlas mujeres laboriosas y honradas. Que no dejen de bañarse, porque la higiene es salud (...)

¿Han dado flor los claveles y los rosales? Si yo estuviera ahí, me entretendría en hacer unas bolsitas de tul para los racimos de uva y que no los estropeasen los pájaros. ¡Si vieras qué alegría recibí al ver las cerezas! ¡Qué alegría, y qué pena, Emilia mía! ¡Cuánto hemos trabajado, y cuantas privaciones, años y años nos ha costado! 

Adiós, 'peque' mía. Muchos besos y abrazos para ti y las niñas de vuestro Eduardo

Milagrines, la hija pequeña de Eduardo Aguilar Lorenz, le contestó a su padre en 2022, en una figurada carta de respuesta en la que le explica lo que aconteció a su familia tras su ejecución.

Madrid, 27 de noviembre de 2022 

¡Hola, papá! Por fin me decido a escribirte y terminar con esta asignatura pendiente. Son tantas las cosas que te quiero contar que no sé por dónde empezar... Soy Milagrines, tu bebé. Nunca llegué a conocerte, tenía apenas seis meses cuando fuiste fusilado aquel maldito 14 de junio de 1939 en la tapia del cementerio del Este. Esta fecha quedó grabada en la memoria de todos; de mamá, de mis hermanas, de tu familia, de tus amigos, de tus vecinos... Nadie comprendió cómo un hombre tan bueno y trabajador, que no había hecho nada a nadie y cuyo único 'delito' había sido defender el gobierno legítimo de la Segunda República, era ejecutado de esa forma tan vil y canalla. (...)

Las cosas no fueron fáciles para nosotras. Nos quitaron la casa, pero supimos salir adelante con mucho esfuerzo, sobre todo de mamá y de tus hijas mayores. Siempre con la cabeza bien alta, orgullosas del padre que habíamos tenido. (...)

El tiempo fue pasando, crecimos, nos hicimos mayores. Yo, por ejemplo, me fui a trabajar a Suiza, donde estuve un tiempo. Al volver a Madrid me casé y tuve cinco hijos: una chica y cuatro chicos. A uno de ellos le llamé Eduardo, en recuerdo tuyo.

Estoy segura de que tu lucha y la de todos aquellos que defendieron el Gobierno legítimo de la Segunda República no quedará en vano y que algún día veremos una España republicana. ¡Ah, se me olvidaba! Hoy es mi cumpleaños. Cumplo ochenta y cuatro años.

Te quiere, tu hija Milagrines

Dionisia, una de las 'Trece rosas'

Dionisia Manzanero Salas, modista madrileña, tercera hija de los seis vástagos de una familia obrera del barrio de Cuatro Caminos, se afilió al Partido Comunista en abril de 1938, después de que un obús matara a su hermana Pepita y a otros niños que jugaban en un descampado.

Fue fusilada junto a doce de sus compañeras el 5 de agosto de 1939, minutos después de que sufrieran la misma suerte 43 compañeros de las Juventudes Socialistas Unificadas (JSU). Dionisia fue una de las Trece rosas; murió con 20 años.

Dionisia Manzanero (con fusil) con varios compañeros del Batallón Octubre de la JSU. Foto tomada el 14 de Agosto de 1938. Archivo familiar (Alfredo Jimeno Manzanero)
Dionisia Manzanero (con fusil), con varios compañeros del Batallón Octubre de la JSU. Foto tomada el 14 de Agosto de 1938. Archivo familiar (Alfredo Jimeno Manzanero). Libro 'Las cartas de la memoria'

Queridísimos padres y hermanos: Quiero en estos momentos tan angustiosos para mí poder mandaros las últimas letras para que durante toda la vida os acordéis de vuestra hija y hermana, a pesar de que pienso que no debiera hacerlo, pero las circunstancias de la vida lo exigen.

Como habéis visto a través de mi juicio el señor fiscal me conceptúa como un ser indigno de estar en la sociedad de la Revolución Nacional Sindicalista. Pero no os apuréis, conservar la serenidad y la firmeza hasta el último momento, que no os ahoguen las lágrimas, a mí no me tiembla la mano al escribir. Estoy serena y firme hasta el último momento. Pero tened en cuenta que no muero por criminal ni ladrona, sino por una idea.

Madre, ánimo y no decaiga. Vosotros ayudar a que viva madre, padre y los hermanos. Padre, firmeza y tranquilidad. Vosotras hermanas mías, no llorar ni una lágrima, yo no lo he hecho. Dar un apretón de manos a toda la familia, fuertes abrazos como también a mis amigas y vecinos y conocidos. Mis cosas ya os las entregarán, conservar algunas de las que os dejo. Muchos besos y abrazos de vuestra hija y hermana que muere inocente.

Dionisia

Chantaje: o comulgas o no escribes

No todos los presos tuvieron la oportunidad de escribir unas líneas despidiéndose de sus familiares, un ejercicio que seguramente alivió tanto a los condenados a muerte como a sus seres queridos.

"A muchos condenados y condenadas a muerte no se les permitió dar cumplimiento a dicha última voluntad, entendiéndose su negación como un postrero y ejemplar castigo. A otros se les chantajeó, exigiéndoseles confesarse y comulgar a cambio de obtener el permiso para escribir", explica en el libro Cartas de la memoria la historiadora Verónica Sierra Blas, especialista en la materia, de la Universidad de Alcalá de Henares.

"No debemos tampoco olvidar que hubo quienes no pudieron trazar ni tan siquiera unas cuantas letras, aun teniendo autorización para hacerlo, por su delicado estado mental o de salud, por su escasa o nula capacidad alfabética o, sencillamente, por no tener con qué hacerlo", indica Verónica Sierra Blas

Papelillos de fumar, trozos de cartón o de latón, páginas o pedazos de papel arrancados de libretas o de blocs, envoltorios de alimentos, prendas de vestir o, incluso, los mismos suelos y las paredes sirvieron para plasmar en ellos la última despedida, según indica en el libro la citada historiadora. 

Las despedidas más tristes

El joven Jerónimo Misa Almazán, de 23 años, se despedía por escrito de su familia, el mismo día de su ejecución, el 27 de abril de 1940. 

"Queridísimos e inolvidables madre y hermanos: Por fin la vida, que me fue cruel y dura, señala la hora en que he de dejarla [...], esta madrugada acordándome de todos vosotros moriré queriéndoos mucho (...). Se va a cumplir la sentencia (...) Papá, piensa que el que podía ayudarte murió, quiere a mamá recordándome a mí, cuida de mis hermanos para que se hagan hombres y mujeres dignos, que la miseria no vaya a asomar a sus hogares porque no supiste darles oficios (...)"

El jornalero Eugenio Pérez Carralero plasmó así la angustia por su inminente ejecución, el 24 de julio de 1943: 

"A mi querida esposa Raimunda: Me apena mucho escribirte esta carta, pero no tengo más remedio. Dentro de unos instantes, seguramente dentro de unas horas, terminará todo".

El mecánico y taxista gaditano Antonio Alonso Ruiz fue detenido por estar afiliado al sindicato UGT y ser defensor de la República. El día 13 de septiembre de 1940, cuando su esposa, Juana, fue a llevarle la comida a la prisión de Porlier, el funcionario al mando le entregó una carta que Antonio había escrito esa madrugada, antes de ser fusilado. 

A mi queridísima esposa: como verás, a pesar de que tu pensabas lo contrario, ha llegado mi última hora y en esta madrugada en que tú duermes ajena a todo, yo hago frente a mi ideal y a mis destinos. Tú ya sabes por lo que muero, por pensar como piensan los hombres y por defender la República, símbolo de libertad, de trabajo y de bienestar del obrero y por cuya causa daría tantas vidas como tuviera, y cuando llegue
la hora de que esta España se vea libre de esta reacción tan criminal y canalla y brille el Sol de la Libertad y de la Justicia, a lo cual yo no asistiré (ilegible) y os pido un recuerdo para todos los caídos por esta España que empezaréis a disfrutar vosotros".

El impulsor del libro, Tomás Montero Aparicio, le dedica un emotivo texto a su abuelo Tomás Montero Labrandero, fusilado el 14 de junio de 1939, del que atesora su carta de 'capilla', una misiva que dirigió a un primo suyo también recluido en Porlier y que fue ocultada entre las rendijas de los muros de la cárcel: 

Ahí, te mando el monedero con 6 pesetas y mi sortija para que tengas un recuerdo mío.

Adiós para siempre, que tengáis suerte todos.

Adiós

Tomás Montero

"Todas estas cartas y las que nos van llegando a Memoria y Libertad de
víctimas del franquismo en Madrid
se comparten, además de en este libro, en un blog, Las cartas de la memoria, creado expresamente para que, esta vez sí, las misivas de sus familiares lleguen a su destino imposible y, sobre todo, al conocimiento y la conciencia de toda la sociedad", escribe Tomás Montero en la obra.

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