Entrevista a Julià de Jòdar"Los comunistas de piedra picada no se asomaban por Bocaccio"
Barcelona-Actualizado a
Julià de Jòdar (Badalona, 1942) ha publicado La casa tapiada (Comanegra), una novela que recoge la vida de Gabriel Caballero – una especie de alter ego del autor – entre los años 1962 y 1977.
Julià de Jòdar es juguetón. Lo es escribiendo y también lo es a la hora de hablar. Al lector le pide una comunión, una complicidad mínima, pero si aceptas, leerlo es un regalo. La casa tapiada (Comanegra) es un retrato de una época que empieza en 1962 y termina un día de 1977 en el Fossar de Les Moreres de Barcelona, pasando por el mayo de 1968, y por el anticapitalismo. Es un caleidoscopio de época, pero sin caer en el academicismo porque las voces que hablan (que son 30), están inspiradas en algunos testigos reales. De hecho, con todo el material que conserva de la época (documentación, revistas...) se podría montar una buena exposición, pero si esto no llega, afortunadamente tenemos La casa tapiada y a Gabriel Caballero.
Hace unas semanas Alex Susanna, en una entrevista, decía que existe un exceso de voces emergentes y que a partir de cierta edad empiezas a ser invisible. ¿Lo comparte?
Yo no tengo mucha queja del trato recibido en general, porque sé que soy un autor determinado, que hice una literatura determinada, lo que he ido haciendo hasta ahora. Yo sé el tipo de literatura que hago y esperar a ser más o menos reconocido no formaba parte de mi programa de actos, ni de ninguna carrera literaria ni nada. Por tanto, cuando tocaba, que era hace 40 y tantos años, no nos entendimos con (el editor) Jaume Vallcorba y el primer libro que tenía que salir no salió. Entonces tenía 37 o 38 años y era un momento en el que estaba en plena efervescencia, incluso literaria, pero como pasó tanto tiempo y publiqué pasados los 50, ya las expectativas vitales no pasan por un reconocimiento literario, llegas algo demasiado tarde...
Hay bastantes autores que han empezado a publicar y a hacerse un sitio a los cincuenta años, por ejemplo Saramago...
Saramago era muy especial y yo no soy Saramago. Saramago estaba convencido de que él era poco menos que el nuevo Jesucristo literario de la humanidad, y yo no soy tan ambicioso. Por tanto, entré como aquel que dice de esquinazo, saqué la patita, dije aquí estoy yo y me metieron el primer titular de la época: "Inmigrantes de novela". O sea, que ya me colocaron como un novelista de la inmigración y me convirtieron en un subsector de un sector del panorama sociológico literario catalán, cuando yo no soy ni un escritor catalán, ni sociológico, aunque literario sí. Por tanto, ya me marcaron.
Y cada época debe ensalzar lo nuevo y la gente joven y la gente que llega. Ahora hay un momento que han coexistido en el imaginario del lector gente como Jesús Moncada y Quim Monzó que no eran coetáneos. Son coyunturas, depende, en fin... Ahora la mayor parte de los premios se los llevan mujeres, y los titulares de los periódicos buscan mujeres, pero bueno así es la industria literaria, una industria cultural. Y entonces, usan a la mujer como usaban antes a los chicos jóvenes, o cómo usaron a Terenci Moix cuando era el enfant terrible, ¿sabes qué quiero decir? La industria cultural siempre ha utilizado la moda o a la gente que creía que podían poner en el escaparate. Y si haces novelas con determinados títulos que se alargan como si vete tú a saber qué, eso tira. No sé, La torre de los vicios capitales era un gran título de Terenci, son coyunturas. Hay escritores o gente que tienen la capacidad de llegar mucho a la gente, el propio Terenci. Montserrat Roig tenía mucha mano para ponerse en los escaparates, eso depende del temperamento. Tienes que ser audaz, valiente, y yo en este sentido nunca lo he sido.
En 'La casa tapiada' hay muchas referencias literarias y lingüísticas, de Llucieta Canyà a Pompeu Fabra... pero ha volcado muchísimas cosas de un arco temporal que va de 1962 a 1977.
Una época gloriosa.
¿Cuándo Barcelona era menos aburrida como le hace decir a un personaje de la novela?
Barcelona en aquella época era muy gris. Madre mía, Barcelona debía ser divertida por grupitos, si tú ibas al Bocaccio pues sí, pero tenías que ser de ese tipo de gente.
Bocaccio debió de ser una cosa, pero también estaban las ramblas y el café de la Ópera, ¿no?
Sí, también. Y también el Jamboree y la misma cúpula del Coliseum cuando hacíamos teatro, pero éramos cuatro gatos más o menos repartidos, más o menos peleados, más o menos conocidos, con ciertas coincidencias tangenciales. De repente, gente que se odiaba cordialmente podía coincidir en la escuela Eina donde hicimos una serie de charlas culturales en la época, estoy hablando del año 1967 o 1968. Y allí podías encontrar a todo tipo de gente, pintores, escenógrafos, literatos, estructuralistas y toda la Biblia en verso, pero al mismo tiempo se odiaban muy cordialmente y hablaban muy mal de todos ellos, unos de otros. Y a veces se encontraban, porque la endogamia barcelonesa tiene esto. Es decir, mucho hablar mal de todo el mundo y a la vez no poder prescindir de estar siempre juntos. Es una tribu, la tribu cultural barcelonesa.
Esto sigue un poco igual, ¿no?
Sí, porque siempre existen personajes con gracia.
En el libro se dice que los comunistas de piedra picada no se asomaban por Bocaccio...
Evidentemente que no, te lo puedo garantizar. Ya te digo yo que no. Otra cosa es que fueran compañeros de viaje, que es un concepto muy distinto. Como Gil de Biedma en un momento determinado, Marsé… En fin, gente de ésta que en un momento determinado podían ser compañeros de viaje. Marsé se había afiliado al Partido Comunista cuando estaba en París trabajando, pero la gente del partido, digámoslo así, por Bocaccio no se dejaban caer. Y yo tenía un amigo que era Enric Sió, el dibujante, que me decía "más Charlie Brown y menos comisiones obreras" (Ríe).
Explíqueme que ha quedado del teatro en su modo de plantear las novelas.
Todo. La escenografía, los movimientos de los personajes, las entradas y salidas. Yo quería ser director de teatro. Entré en el Adrià Gual con la manía de ser director de teatro. Y formé parte de los equipos de ayudante de dirección de Salvat en distintas ocasiones. La primera fue con Vent de Garbí de la (Maria Aurèlia) Capmany, que la hicimos en el Palau de la Música en junio de 1965. Después también estuve cuando estrenamos Ronda de la mort a Sinera en el Romea. Yo quería ser director de teatro, pero me casé con la primera actriz y claro, los dos no podíamos vivir del teatro, y yo llevaba dinero y ella la parte artística. Pero tengo la mentalidad de director de teatro, es lo que me gusta. Puro teatro, en todos los sentidos de la palabra.
En la página 188, hay una crítica a las novelas de Gabriel Caballero, protagonista de 'La casa tapiada', dice: “nunca me interesaron demasiado, demasiado abarrotadas, con ese estilo ampuloso”, ¿esto por quién va?
Esto va por Julià de Jòdar cuando empezaba, a quien le acusaban de ser todo esto.
Leyendo la novela he tenido la sensación de que se ha quedado muy a gusto, que si Terenci Moix quería ser Fitzgerald, que si Vázquez Montalbán lo otro...
Pero no hay críticas feroces, este libro está hecho de una forma en la que los personajes reales e históricos pasan como detalle de pincelada, lo central son los personajes mediocres. La casa tapiada es el caleidoscopio de una época, son quince años y pasaron muchas cosas. Y entró mucha gente y salió de la escena. Ficción y realidad, documentos reales y ficticios... Los escritores siempre están engañando, ¿no?
Ya advierte al lector que los novelistas siempre dan gato por liebre... ¿Qué pasó con el 'Diccionario del franquismo' que estaba haciendo?
Lo tengo guardado. Quedó a medias. Tenía distintas manos y voces y esto no puede unificarse. Y la gente que lo hizo, algunos están vivos, Rafael Tasis, Tomàs Moltó, Bernat Muniesa... Trabajamos de manera muy seria, no quiero ponerme pretencioso, pero pedíamos mucha documentación, veníamos de hacer enciclopedias... No llegamos hasta la Z, pero a la M y la O, sí. Haría falta volver a reunir un equipo, pero en La casa tapiada lo he puesto como reliquia, como muestra de los intentos por hacer algo. Manolo Vázquez lo hizo más personal, pero no era a base de investigaciones.
¿Qué conceptos encontraríamos en este diccionario?
Las huelgas de la New Pol, los muertos del Ferrol, los muertos de Granada, la huelga de la construcción, las inundaciones del Besòs, de todo. Casos de corrupción del franquismo, había mucho material, tengo las carpetas con el material, y las listas de todo lo que debía confeccionarse.
¿La relación entre los niños de casa buena y los inmigrantes de Murcia es un tema que literariamente lo da por cerrado?
¿Quieres decir los intelectuales que van aleccionando a la clase obrera?
Sí.
Fue algo interesante. Lo que ocurre es que, políticamente, aquello fue imposible por razones muy diversas. Demasiada ideología, que si unos eran prosoviéticos, los otros debían ser trotskistas, si unos eran asamblearios los otros debían ser de cargos sindicales... Las ideas de cómo debía evolucionar el postfranquismo eran varias... Unos pensaban que se podía liquidar de la noche a la mañana, y otros que debería negociarse tarde o temprano. Como ocurrió en la Transición, que en el libro se cuenta un poco, sea dicho de paso. El esfuerzo de estos intelectuales por formar políticamente lo encuentro admirable, evidentemente la distancia era muy grande, pero había un trato muy igualitario.
¿Y el panorama político de las próximas elecciones catalanas de mayo cómo lo ve?
Mi relación es de observador de la realidad. Intenté trabajar con la ANC (Assemblea Nacional Catalana) y entré en el secretariado en las últimas elecciones de la entidad. Pero cuando entré en una comisión de estrategia y discurso ya vi que yo no podía hacer nada. Era algo muy preparado a priori por un grupo de gente, que son quien han llevado a la derrota esto de la lista electoral civil, y cuando lo vi, dimití. Y ahora, en las próximas elecciones (de la ANC), si se presentara alguien que valga la pena probablemente le apoyaría. Porque creo que la Assemblea debe seguir manteniendo la transversalidad y la movilización, sin depender de ciclos electorales, de ningún partido, ni de tonterías de éstas. Ahora, si me preguntas qué habría hecho yo, pues habría constituido un frente nacional, con Puigdemont al frente, para abrir de nuevo un enfrentamiento con el Estado. Habría prescindido de Junts, y habría montado una plataforma de todo tipo de gente, con la Assemblea, con Òmnium, con quien quisiera. Veremos qué ocurre con la figura de Puigdemont, pero ha estado seis años picando piedra y convirtiéndose en el enemigo número 1 de la judicatura española, que eso es el Estado. Si vuelve como hombre de Junts no creo que gane, Puigdemont debería volver sin compromisos de partido y haciendo un frente nacional.
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