Público
Público

Perfil: Albert Rivera El hijo de Eolo

"Tras abandonar el flanco izquierdo, decidió situar a Ciudadanos como el principal partido de la derecha pero, tras el fiasco del sorpasso, se resignó a dejar de ser bisagra para transformarse en una mamporrera muleta del PP".

Retrato del líder de Ciudadanos, Albert Rivera, realizado por el ilustrador Thorsten Rienth. – PÚBLICO

Juan Carlos Escudier

Muchos creen erróneamente que la imagen más representativa de Albert Rivera es la de su deshabillé para el cartel electoral de 2006, aquel que certificaba el nacimiento de Ciutadans, un partido concebido para plantar cara al nacionalismo y servir de refugio a la izquierda españolista catalana desencantada con el PSC. Sin embargo, la fotografía más definitoria del personaje fue tomada cuatro años más tarde, en la Monumental de Barcelona, la última corrida de toros lidiada en Cataluña con la que se cerraba la Feria de la Mercé. Indultado Timonel, el diestro Serafín Marín salió a hombros por la puerta grande y fue paseado en volandas tres kilómetros por las calles, y con él el monosabio Riverita, entonces diputado autonómico, en agradecimiento a su defensa de la fiesta y por oponerse a la prohibición decretada por el Parlament.

La instantánea es importante por dos razones. La primera porque el torero, que apoyó abiertamente a Ciudadanos en las autonómicas de 2010, llegó a ser el número tres de la lista de Vox al Congreso por Barcelona en las pasadas elecciones de abril, lo que da cierta idea de cómo se han acortado las distancias entre el supuesto centro y la extrema derecha. “Algún político como Albert Rivera que creía que era amigo mío me abandonó de aquella manera”, ha explicado Marín. La segunda es absolutamente descriptiva del carácter del político, ya que Rivera es antitaurino pero le ha sido rentable enarbolar la astifina bandera del negro zaino con la excusa de proteger la libertad individual. Eso sí, su “sensibilidad” respecto al maltrato animal siempre está a flor de piel. Así es Rivera.

Esta tendencia suya a amoldar sus principios a los designios de Eolo ha sido una constante desde que abandonó el waterpolo al que debe sus deltoides y empezó a coquetear con la política y a tocar todos los palos hasta que su madre le puso sobre la pista definitiva: un grupo de intelectuales, entre ellos uno de sus profesores en Derecho, Francesç de Carreras, impulsaba un partido para combatir la asfixia nacionalista y hacia él dirigió sus pasos. El joven Albert trabajaba en la asesoría jurídica de La Caixa, había ganado una liga de debates y tenía un piquito de oro. La casualidad hizo el resto. Incapaces de mancharse las manos con un cargo y divididos en dos bloques, los cerebros del invento rindieron culto al dadaísmo y decidieron elegir al presidente y al secretario general por el orden alfabético de su nombre. “Si Rivera en vez de llamarse Albert se hubiera llamado Xavier, hoy no lo conocería nadie”, reconocería Albert Boadella años después.

"El joven Albert trabajaba en la asesoría jurídica de La Caixa, había ganado una liga de debates y tenía un piquito de oro"

A partir de aquí y tras la correspondiente travesía del desierto comenzó el baile. A la desidia de los promotores de Ciudadanos cabe atribuir que el partido haya acabado siendo un proyecto casi personal de Rivera, metamorfoseado en una veleta de campanario que unos días apunta a levante y otros a poniente. El increíble hombre cambiante podía pactar con un ultraderechista irlandés como Declan Ganley porque le ponía una pasta gansa sobre la mesa, y hacerlo además sin decir ni pío a nadie de su ejecutiva; podía darse abrazos genoveses con Sánchez o lanzar salvavidas a Rajoy; podía acostarse socialdemócrata y levantarse liberal progresista; declararse republicano y ser el más leal de los súbditos de su majestad; podía, en definitiva, hacer de su capa un sayo y con el sobrante un chalequito. El estado de putrefacción del PP, la crisis catalana y la irrupción de Podemos le convirtieron en la opción de un empresariado sin referente y el chico del Ibex empezó a contar con el favor de cierta prensa de derechas, ansiosa de tener algún caballo por el que apostar en las carreras.

Sus referentes han sido igual de tornadizos. Intentó probarse el disfraz de Adolfo Suárez pero le tiraba la sisa, así que alternó los modelos en una interminable pasarela por la que desfilaron Obama, Trudeau, Renzi, Valls y, finalmente, Macron, a cuya imagen y semejanza se encomendó por ver si a él también le llegaba ese jour de gloire que tanto se le resiste.

Salvo en economía, cuyos postulados beben amorrados únicamente a las fuentes de FAES o de FEDEA, de donde por cierto procede su gurú Luis Garicano, el resto de sus principios son oscilobatientes como una ventana moderna y tan moldeable como el agua, que siempre adopta la forma del recipiente que la contiene. El cambio que preconiza, ese alzarse entre rojos y azules, es un trampantojo que lo deja todo igual, tan falso como ese centrismo suyo que casi siempre derrota a la derecha, dicho sea en términos taurinos.

"El cambio que preconiza es un trampantojo que lo deja todo igual, tan falso como ese centrismo suyo que casi siempre derrota a la derecha"

Su gatopardismo y una estrategia aparentemente errática le han permitido durante un tiempo pescar en las dos orillas del río. Llegó de hecho a ponerse de moda aquí y en Davos, donde le incluyeron en el top de los 100 jóvenes más influyentes del planeta. Poco importaba que el supuesto regenerador no regenerara nada ni en su propio partido, donde el amaño de las primarias se ha revelado como marca de la casa, o que el presunto abanderado de la corrupción contribuyera a perpetuarla corriendo invariablemente en auxilio del vencedor, ya fuera en Madrid, en Murcia o en Andalucía.

Aprovechó la deriva del PSOE para crecer a su costa y luego quiso dejar que Rajoy se consumiera en su jugo. Pensaba que la fruta madura caería en sus manos como presagiaban algunas encuestas pero erró el tiro. Desde la moción de censura no levanta cabeza. A ello se ha añadido el despegue de Vox, que ha hecho realidad el principio aristotélico de que es imposible que una misma cosa sea y no sea al mismo tiempo. O lo que es lo mismo, no se puede ser de todo a la vez, no se puede ser de centro y abrazarse a la extrema derecha; no se puede, en definitiva, engañar a todo el mundo por tiempo indefinido.

Todas las cabriolas de los últimos años le pasan ahora factura. Tras abandonar el flanco izquierdo, decidió volcarse en la amura de estribor en la aventura de situar a Ciudadanos como el principal partido de la derecha pero, tras el fiasco del sorpasso, empezó a jurar en arameo que jamás pactaría con el PSOE y se resignó a dejar de ser bisagra para transformarse en una mamporrera muleta del PP.

Esta penúltima estrategia, a la que el propio Rivera se ha referido como “cumplir la palabra dada”, es la que le ha descuajaringado las cuadernas, lo cual es una ironía y de las gordas. Para entendernos, la primera vez que nuestro catavientos decide anclarse como un farallón de roca viva y apuntar decididamente a su diestra porque, según decía, España no se merecía a un presidente como Sánchez, jefe de una banda de populistas y secesionistas con un plan para perpetuarse en el poder, se le hunde el tejado del chiringuito. Es lo que tienen las construcciones defectuosas.

Su empecinamiento en el turquesa devino en una crisis interna que aún colea. Las descarnadas críticas de Manuel Valls, esa étoile du matin transformada en meteorito, las renuncias de algunos miembros de su Ejecutiva y la fuga de varios padres fundadores del kiosco acabaron por desnudar definitivamente al stripper.

“¿Cómo vamos a luchar contra la dinámica de confrontación de rojos y azules que vinimos a combatir si nos convertimos en azules?”, se preguntaba el dimisionario Toni Roldán, mientras culpaba a Rivera de haber arriado las tres banderas de Ciudadanos: la regeneración, el reformismo y la lucha contra el nacionalismo.

"No puede descartarse que el gallo del campanario ejecute finalmente el canto del cisne"

Habiendo paredones a los que conducir a los rebeldes o afiladas tenazas para cortarles la lengua, nada de lo anterior hubiera alterado el ánimo del camaleónico líder. Pero los vientos demoscópicos empezaron a soplar con más fuerza que el lobo de los tres cerditos y, ante la furia de la tramontana que se presagiaba con la repetición electoral, la veleta humana, presa de otra de sus ventoleras, decidió ejecutar el más memorable de sus bandazos. Tras purgar a sus críticos por defender un entendimiento con el PSOE, parapetarse tras los cuatro millones de españoles que, a su juicio, le habían votado para plantar cara al sanchismo, y definir a Ciudadanos como un partido de valientes que decía no a Sánchez y sí a la democracia, el contorsionista Rivera se ofrecía en el tiempo de descuento para desbloquear el Gobierno del malvado en funciones y evitar las urnas.

Convertido en el pito del sereno al que ya nadie toma en serio, el saltimbanqui liberal ha conseguido abrir sin ayuda de nadie el debate sobre su sucesión al frente del partido, algo inaplazable a poco que los resultados del 10-N confirmen lo que hoy sólo son malos augurios. No puede descartarse que el gallo del campanario ejecute finalmente el canto del cisne. Ensayando está.

Nota: Originalmente este perfil fue perpetrado en abril y ha sido actualizado por su autor en los albores de ese día de la marmota en el que repetimos las elecciones generales. A la manera del Gatopardo se han cambiado y añadido cosas para que todo parezca exactamente igual.

¿Te ha resultado interesante esta noticia?

Más noticias