Este artículo se publicó hace 4 años.
La Barcelona del 22@, la modernidad que mata a los barrios
Cada vez más rodeados de oficinas, hoteles y descampados, asociaciones de vecinos del llamado Distrito 22@ se movilizan para que la administración repiense un plan que, amparado en la apuesta por la innovación y la tecnología, ha tirado abajo en estos años cientos de viviendas, comercios y talleres.
Barcelona-
"Somos los galos". Desde el balcón de la casa que su familia construyó en 1923, Eduard explica cómo es vivir en el único edificio intacto de una manzana donde, hasta hace poco, todo lo demás eran escombros. Eduard y los suyos vivieron con relativa tranquilidad mientras el solar, que antiguamente ocupaban fábricas y talleres, siguió en desuso; todo cambió a principios de 2020, cuando comenzaron las obras, que aún duran y que se alargarán bastantes meses. Cuando terminen, la casa familiar de Eduard, una construcción de dos plantas, estará rodeada totalmente de edificios de oficinas.
Después de años de letargo, el llamado Plan 22@ ha despertado en este 2020, y los vecinos del barrio de El Parc y la Llacuna del Poblenou de Barcelona, situado cerca del mar y a pocos minutos del centro de la ciudad, se encuentran más que nunca a medio camino entre dos espacios, el barrio industrial y obrero en el que vivieron y del que cada vez queda menos, y el barrio del futuro, un apabullante conglomerado de oficinas, hoteles, residencias de estudiantes y nuevas viviendas, muchas de ellas de lujo. Entre medias, las zonas neutras, las no-zonas: una sucesión de descampados que, desde hace dos décadas, se han convertido en señas de identidad de los barrios afectados por el 22@.
Lo que fue y lo que será. Cada calle refleja a su manera un tránsito. Delfina, vecina de Poblenou desde su nacimiento, cuenta cómo hace unos meses derruyeron el bloque de viviendas situado delante de su casa. Como si repitiera una lección de clase, enumera el nombre y el apellido de los que allí vivían y el modo en que, uno a uno, fueron siendo expulsados del edificio por su propietario, que quería tirarlo abajo.
Los vecinos denuncian que muchos derribos han tenido lugar durante el confinamiento; sin avisarles y sin las medidas de seguridad adecuadas
Los vecinos denuncian que muchos de estos derribos han tenido lugar durante el confinamiento; no se les ha avisado y se ha hecho sin las medidas de seguridad adecuadas. Iris, una mujer holandesa que reside aquí desde hace unos años, denuncia que un edificio que se tiró a principios del verano a pocos metros de su casa contenía asbesto, una sustancia que se utilizaba como aislante y que es altamente tóxica. Asegura- y lo demuestra con vídeos- que los obreros iban equipados convenientemente, pero ni siquiera se pidió a los vecinos que cerraran las ventanas de su casa para protegerse, algo que corroboran varios de ellos.
No solo se trata de derribos: en lo que va de año se han iniciado numerosas obras que llevaban años paradas. El proyecto 22@ parece tomar carrerilla. Vecinos como Delfina dicen que se adaptarán a lo que venga, otros, se organizan para hacer frente a un plan que aseguran, les expulsará antes o después de su barrio.
El barrio del Siglo XXI
El Distrito 22@ se anunció en el cambio de siglo. La intención era transformar antiguas zonas industriales del Poblenou en algo totalmente nuevo: un distrito tecnológico de referencia en Europa. Un espacio del tamaño de más de 100 manzanas del Eixample donde se instalarían grandes tecnológicas, donde se crearían miles de trabajos cualificados y donde, amparadas por un entorno de innovación, surgirían empresas que, con el tiempo, llevarían el nombre de Barcelona al resto del mundo. El plan contemplaba que un 90% del valor del suelo se destinaría a oficinas y hoteles y solo un 10% a vivienda. La administración, por entonces capitaneada por el socialista Joan Clos, no pareció dar importancia al extraño barrio que surgiría de esta desigual balanza de usos.
Así pues, establecido este plan, solo había un pequeño problema: allí donde se pretendía edificar el nuevo barrio, existía ya uno. Envejecido, sí, con grandes fábricas y talleres en desuso, también, pero con un tejido vecinal y una red de negocios de proximidad perfectamente estable. La solución pasaba por derrocar más de 1.200 viviendas, así como cientos de cientos de pequeños talleres, comercios y fábricas. Las cifras pueden llegar a impresionar, pero no tanto si ponemos en contexto el barrio en el que esta transformación se disponía a tener lugar.
Tierra quemada
Como dibujar sobre la arena. Durante la segunda parte del siglo XX la morfología del antiguo barrio industrial de Poblenou se ha reformulado a base de grandes y sonadas operaciones. Lejos de resultar quirúrgicas, algunas de estas operaciones -véase la Villa Olímpica o el Front Maritim- han hecho tábula rasa sobre lo previo. Tierra quemada. Coincidiendo con la implantación del 22@, la última y, quizás, más masiva de estas intervenciones, se concluyeron las obras que alargaban la Avenida Diagonal hasta el mar, algo que suponía partir literalmente en dos el barrio y tirar abajo más de 700 viviendas. Se trataba, mayoritariamente, de casas bajas, muchas de ellas integradas a un taller o un pequeño local comercial; el tipo de estructura característica de una zona de la ciudad donde la vida se hacía a pie de calle.
"Había comercios de todo tipo. Había vida, movimiento. Los vecinos nos conocíamos. Éramos un barrio". Assumpta nació hace medio siglo en Provençals, en una vivienda adjunta a la lechería que regentaban sus abuelos y su tía. Vivió allí hasta finales del siglo pasado, cuando se casó y se mudó a la Verneda, el barrio vecino. "Cada vez que volvía a Provençals me costaba orientarme; al abrir la Diagonal e intervenir en el espacio, algunas personas mayores eran incapaces de encontrar el centro médico. Los negocios fueron cerrando. El barrio tal y como era, se esfumó en muy pocos años".
"Había comercios de todo tipo. Había vida, movimiento. Los vecinos nos conocíamos. Éramos un barrio", denuncia una vecina
Peor fue el destino de muchos de los vecinos expropiados. Con la intención de mostrar al mundo un ejemplo de cómo sería este barrio del siglo XXI, el ayuntamiento expropió a los vecinos del Passatge Cosidó, cerca del flamante Fórum Universal de las Culturas de 2004; se trataba de sustituir sus pequeñas casas, de una o dos plantas, por edificios altos, pulcros, más en consonancia con el entorno tecnológico que se aspiraba a desarrollar. No tenían por qué preocuparse, se dijo: abandonarían su hogar, pero se les reubicaría en un apartamento situado en las inmediateces. El inconveniente con el que se encontraron fue que el precio de esta nueva vivienda, pese a ser de régimen protegido, triplicaba el precio por el que se tasaban sus casas. Estos vecinos, muchos de los cuales eran pensionistas, contrajeron una deuda que tardarían años en pagar.
A solo unas calles de la casa de Assumpta, también se reubicó a cerca de 200 familias y unos 100 pequeños negocios para construir un gran parque; no se trataba de un parque cualquiera: lo diseñó el prestigioso arquitecto Jean Nouvel, también autor de la Torre Glòries o de la extensión del Museo Reina Sofía de Madrid. En una de sus esquinas se mantuvo un vestigio, la gran chimenea de la antigua fábrica Oliva Artes; con él se pretendía mantener vivo el recuerdo del barrio industrial y comercial que, casi de un día para otro, dejó de existir.
Un mercado inmobiliario
La historia del 22@ empieza con un cambio de nombres. A principios de siglo, áreas amplias de los barrios de Poblenou, Provençals de Poblenou y El Parc i la Llacuna pasaron a conocerse como Distrito 22@. Su suelo industrial, tras una recalificación, pasó a llamarse suelo residencial y de oficinas. Aunque hubo expropiaciones en la línea de las mencionadas anteriormente, la mayor parte del suelo del 22@ funcionó a través de una operación urbanística llamada compensación. La compensación permitía a los propietarios del suelo construir oficinas, lo que suponía una gran revalorización del suelo, a cambio de que cedieran al ayuntamiento una pequeña parte del espacio.
Sobre la viabilidad del plan inicial del 22@ existen opiniones diversas. Jordi Callejón, activista de la Taula Eix Pere IV, opina que el plan se trazó manzana a manzana, tratando de sacar el máximo beneficio del metro cuadrado: "Es por este motivo que el tejido resultante es un barrio dividido, sin cohesión". Por el contrario, Jordi Fossas, historiador del barrio, considera que, sobre el papel, se trataba de una operación menos agresiva que la apertura de Diagonal o la creación de la Vila Olímpica, ya que permitía conservar parte del patrimonio y, "gracias al sistema de compensación, la administración pasaba a controlar parte del suelo, pudiendo crear vivienda de protección oficial y equipamiento". En lo que ambos coinciden es en señalar cómo, en su aplicación, los intereses económicos han acabado imponiendo su ley.
De lo construido hasta ahora en el 22@, solo una cuarta parte son oficinas que albergan proyectos tecnológicos
En este sentido, Albert Valencia, portavoz del Observatori dels Barris del Poblenou -una plataforma creada en marzo de 2020 para hacer frente al modelo de barrio que propone el 22@-, define el proyecto no como un modelo económico de ciudad sino como "un mercado inmobiliario". Según explica, en un primer momento, los grandes propietarios de las zonas afectadas recalificaron el suelo y lo vendieron a inversores que, en una sucesión de operaciones mercantiles, lo fueron revalorizando año tras año. En resumen: se volvió rentable no construir. Según datos del Observatori, en veinte años el precio de un solar vacío, sin uso, ha podido aumentar 40 millones de euros.
Quizás como consecuencia de este proceso especulativo, en todo este tiempo solo se ha edificado un 40% de lo previsto. De este 40%, casi la mitad han sido hoteles y residencias de estudiantes. La Barcelona de la innovación y del futuro era esto: de lo construido hasta ahora en el 22@, solo una cuarta parte son oficinas que albergan proyectos tecnológicos.
Por el contrario, la zona se ha convertido en una sucesión de descampados en los que las chimeneas industriales conviven en el skyline con las grúas y los rascacielos. En la zona de Provençals, entre Diagonal y Gran Vía, la mitad del suelo lo componen solares actualmente en desuso.
¡Salvemos las chimeneas!
A medio camino entre la rememoración pop y la disneylandia obrera, las chimeneas de Poblenou sobreviven, pero no así la mayoría de espacios junto con las que se construyeron. Éstos fueron derruidos quedando aquellas como solitarios símbolos de la etapa industrial, seguramente, como explica Jordi Fossas, porque es más barato mantenerlas que tirarlas. Sin embargo, la lucha por la conservación del patrimonio de los barrios afectados por el 22@ ha sido larga y está llena de historias de resistencia.
El ejemplo de Can Ricart puede servir para ilustrarlo. Construida a mediados del siglo XIX, fue una importante fábrica de estampados que, como tantas otras, tuvo que reutilizar sus espacios llegada la desindustrialización de la segunda mitad del Siglo XX. El plan 22@ contemplaba su demolición, pese a que aún albergaba más de treinta pequeñas empresas a las que su propietario, el Marqués de Santa Isabel, decidió expulsar a cambio de indemnizaciones que, a juicio de los afectados, no compensaba la pérdida de su espacio de trabajo. Se produjo un movimiento vecinal para salvar Can Ricart en tanto que símbolo y testimonio, quizás el más importante testimonio, del pasado obrero del barrio. Un grupo de trabajadores resistió sucesivos intentos de desalojo hasta que el definitivo tuvo lugar en 2005.
La gran superficie de Can Ricart ofrecía a los promotores la lucrativa posibilidad de recalificar el suelo y utilizarlo para levantar oficinas y hoteles. Casualmente, el mismo día en que fue presentada al ayuntamiento una propuesta de preservación, hubo un incendio en la fábrica. Y otro más dos semanas después. Los vecinos comenzaron a hacer turnos para vigilar el complejo ante su repentina y sospechosa tendencia a incendiarse. Finalmente, se le otorgó la calificación de Bien Cultural de Interés Nacional, al mismo nivel que la Sagrada Familia. Can Ricart no se tiraría, sí, pero, como gran parte de los triunfos logrados por los vecinos afectados por el plan 22@, se trató de un triunfo parcial: la falta de un uso específico y continuado ha hecho que se encuentre actualmente en un estado deterioro importante; a su alrededor, hace meses que comenzó la construcción de un gran hotel.
Sepultados entre oficinas
Otro triunfo parcial: el del Passatge Morenes. Con el plan inicial del 22@, quedaban afectados numerosos pasajes, pequeños callejones con casas bajas que, sin tener un especial valor arquitectónico, caracterizaban la morfología del barrio. Un día, una de las vecinas de este Passatge recibió una carta: su casa estaba afectada por el Plan; la solución que le daban era realojarla en una nave industrial abandonada junto al resto de familias, en total 27, hasta que finalizara su alquiler, para luego echarla a la calle con una indemnización de 2.500 euros.
Del 90% de oficinas y 10% de viviendas, se pasa a una ratio de 70 a 30, siendo todo vivienda protegida
El propietario del 60% de este Passatge había presentado un plan que, en su calidad de propietario mayoritario, le permitía decidir sobre el papel el uso del conjunto del espacio, incluidas las viviendas que no le pertenecían y que pretendía derribar. La movilización de estos inquilinos, que llegó a los medios de comunicación, hizo que el propietario se echara atrás y ellos pudieran conservar sus casas.
Este triunfo, sin embargo, no va a evitar que a su alrededor se vayan a construir, como ya se ha aprobado, varios edificios de oficinas de más de diez pisos. Cabe preguntarse qué futuro les espera a estas 26 familias que, como tantas otras de este barrio, vivirán de alquiler rodeados de multinacionales y hoteles sin que medie un instrumento de protección, por ejemplo, una limitación en el precio del alquiler, que impida a los propietarios especular con el precio de la vivienda. A pocos minutos andando de Passatge Morenes, el barrio del Front Martim del Poblenou se ha convertido en el suelo más caro de la ciudad.
Estos son los interrogantes a los que no termina de responder el nuevo plan del Ayuntamiento que, se prevé, podría aprobarse en primavera de 2021. Sus principales novedades: amplía las zonas verdes, refuerza el patrimonio arquitectónico del barrio evitando la demolición de los edificios ya existentes salvo contadas excepciones y reequilibra el porcentaje de usos del suelo: del 90% de oficinas y 10% de viviendas, se pasa a una ratio de 70 a 30, siendo todo vivienda protegida.
Varios colectivos de vecinos consideran insuficientes estos cambios. Una de sus principales quejas es que esta ratio solo se aplica a los terrenos sobre los que nunca se presentó un plan y no a aquellos otros en los que sí se han presentado y aprobado planes, aunque estos nunca hayan sido ejecutados e incluso lleven caducados varios años. A esta descripción responden unas 22 hectáreas de terreno.
Precisamente es en muchas de estas 22 hectáreas, hasta ahora en desuso, donde se están reactivando numerosos proyectos desde comienzos de este año. Esta súbita maniobra podría ser casualidad o, como indican fuentes vecinales, podría tener una explicación en el temor a que el ayuntamiento haga ceñirse a los propietarios de estos terrenos a esa nueva ratio que, a fin de cuentas, resulta menos lucrativa para ellos.
¿Hay un futuro para el 22@? ¿Hay un futuro para Poblenou?
"Si ha costado 20 años llenar estas oficinas, ¿es necesario levantar el triple de las que hay construidas ahora mismo?", se pregunta Albert. La crisis de la covid añade aún más incerteza. Según un estudio de CaixaBank research, el teletrabajo tiene potencial para aplicarse a un 40% de los puestos de trabajo que hay en Barcelona. Empresas que operan en el 22@ están replanteándose su futuro aquí. Es el caso de T-Systems, que ha mandado a trabajar a su domicilio a más de mil empleados; otra tecnológica, Goin, no ha renovado su contrato y se ha desplazado a otra zona de la ciudad.
El Observatori explica cuál sería su modelo: 50% vivienda- 50% trabajo, siendo de este, la mitad, talleres e industria local. "Creemos que lo ideal sería generar una economía de barrio que dé trabajo a más sectores de población que el 22@ y que reduzca la movilidad que estamos generando entre vecinos que han de irse a trabajar a otras zonas y empleados que vienen aquí cada día". Y es que, según sus datos, de las personas que transitan diariamente por el barrio, la mitad son trabajadores que viven en otras zonas de la ciudad. De seguir esta tendencia, si se completa la construcción del 22@, de aquí a unos años solo dos de cada diez transeúntes -"los galos", que diría Eduard- serán vecinos del barrio.
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