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Coronavirus Cariño, ¿puedo encoger a los niños? Trucos de madres y padres para hijos inquietos

Rebeca y Ramón se las ingenian para que sus críos no se suban por las paredes durante el confinamiento del coronavirus y, de paso, para no volverse ellos locos. Juegos varios y hasta carreras por el garaje, todo sea para evitar que se enganchen a internet y a la tele.

La pequeña Beatriz quiere salir a la calle durante el confinamiento por el coronavirus.
La pequeña Beatriz quiere salir a la calle durante el confinamiento por el coronavirus.


Rebeca tiene dos hijas y se sube por las paredes. La pequeña se llama Lola, aunque si volviese a nacer la hubiese bautizado Torbellino. "No quiere salir a la calle, como la niña del vídeo, pero desde que se levanta a las ocho no para", explica su madre, en referencia a Bea, el bebé viral que desea escaparse de casa a toda costa.

A sus dos años y medio, Lola va para artista de la canción ligera o para Bonnie, la compañera de correrías de Clyde. La mayor tiene ocho y, en comparación con su hermana, es un angelito. "Carmen lleva el encierro bastante bien, por su carácter tranquilo. Quien lo lleva peor soy yo, que me quiero tirar por la ventana, porque estoy desquiciada".

Ella teletrabaja en estos tiempos de coronavirus y su marido llega a casa por la noche. "O sea, pringo yo. ¿Qué me va a solucionar él si aparece a las nueve?", se pregunta retóricamente Rebeca, quien hace todo lo posible para despegar a la mayor de la televisión y a la pequeña de la tablet.

"Hoy se pusieron a maquillar a la abuela y la pobre se fue más pintada que una puerta, con purpurina en las uñas y trencitas en el pelo. El abuelo antes se quedaba con ellas, pero ahora es mejor que permanezca en su casa, porque ya tiene una edad y no debería correr riesgos", comenta.

Lola ha jugado por primera vez con plastilina, aunque su pericia le hace sospechar a su madre que ya había practicado previamente, quizás en la guardería. Rita la Cantaora, Clyde Barrow o Louise Bourgeois, ya se verá. "La pequeña es una muy movida, aunque no se entera de que estamos confinados, por lo que en ese sentido no hay ningún problema. No me pide salir a la calle, sino el bebé Nenuco".

Es decir, grabaciones de niñas jugando con el muñeco, algo que le fascina. "Aunque como es tan inquieta, cuando la dejas sola empieza a pinchar en otros vídeos de críos hablando en chino o en ruso. Bueno, a lo mejor son de Eslovenia, pero hablan raro".

¿Qué hacer para que la pequeña esté quieta durante un minuto o no aprenda idiomas de forma autodidacta? "Pues meterla varias veces en la bañera para que se relaje y, así, olvidarse de la tablet. Ahora bien, como esto siga así, va a quedar traslúcida", ironiza Rebeca, quien de paso aprovecha para limpiarle los restos de la batalla. Una misión imposible: "Se pinta las uñas de los pies y las manos continuamente. Calculo que, a estas alturas, acumula ya siete u ocho capas".

A riesgo de que le salgan branquias a la criatura y con los años se convierta en la protagonista de un remake de Waterworld, Rebeca se da por vencida: "Sé que va terminar la cuarentena muy enganchada a la tablet, pero no me da la vida para estar veinticuatro horas jugando con ella. A este paso, me van a admitir en el club de las malas madres".

Carreras en el garaje

Ramón tiene dos hijos de siete y nueve años. Él y su pareja siguen la misma rutina que antes del coronavirus. Se levantan a la misma hora de siempre, le dan el desayuno a los niños y se ponen a teletrabajar, mientras que los chavales realizan las actividades escolares que les han asignado sus maestros en el aula virtual o por correo electrónico.

"A media mañana es la hora del recreo. Hemos convertido el garaje en una zona de esparcimiento. Allí, durante media hora, organizamos carreras cronometradas, jugamos al pilla pilla y ensayamos penaltis en las numerosas plazas de aparcamiento vacías", detalla.

Por la tarde, los pequeños leen o ven la televisión hasta que sus padres terminan las tareas pendientes. Entonces, Ramón también se permite disfrutar de la pantalla junto a ellos. "Tenemos en marcha dos ligas de fútbol y baloncesto en la Nintendo. Yo me entrego a fondo, con éxito desigual, porque sobre el césped y la cancha no hay compasión paterna", bromea.

El agradecimiento a los profesionales de la sanidad pública es una cita insalvable. "A las ocho salimos puntualmente al balcón a aplaudir a toda la gente que está en primera línea y ahí vemos que no estamos solos: hay más voces infantiles que estallan desde las ventanas".

Entonces se percatan de que la vida no se ha extinguido más allá de su hogar, pues durante el día las calles están desiertas. "Aquí no hay tanquetas, ni falta que hace. Todo está vacío y el plano fijo sólo lo rompen los ancianos que se dirigen a una farmacia cercana y los camiones de reparto que atraviesan la carretera N-550, que une Santiago de Compostela y A Coruña", explica Ramón, quien ha hecho del aislamiento virtud.

"El diminuto balcón se ha convertido en nuestro particular Sanxenxo. Allí no faltan los libros, la tumbona y alguna cerveza". Entre trago y trago, padres e hijos hacen planes de futuro. O sea, cuando termine todo esto. "A veces, el más pequeño de la casa se asoma a los barrotes y masculla mirando al asfalto: Cans e vellos". 

Un horizonte, a ojos de un crío de siete años, de perros y viejos.

"Estoy enseñando a jugar al fútbol a mi hijo de dos años"

"Ahora tengo la posibilidad de compartir los desayunos con mi hijo, vestirlo, distraerlo, verlo disfrutar". Pedro, pese a no poder desempeñar su trabajo como le gustaría, le saca partido al confinamiento forzoso para deleitarse con lo que más quiere: su bebé y su pareja, embarazada de siete meses. 

"Momentos que comparto con mi esposa, con quien planeo la comida, con quien reparto las tareas del hogar y con quien comparto sofá a la hora de la siesta". Pedro intenta vencer el pesar que le provoca no poder implicarse más en su rutina laboral pensando en la oportunidad de estar más tiempo y más cerca de su familia. 

Ayer, por ejemplo, enseñó a su hijo a jugar al fútbol. "Creo que no será un gran aficionado. Ni siquiera sé si querrá ser del Real Madrid, como su papi, pero se divierte conmigo y verle feliz me da vida. Luego mi mujer le estuvo enseñando a lavarse los dientes y carcajeaba con la experiencia, aunque tampoco le vi muy ducho con el cepillo...".

La excusa del crío es convincente: tiene dos años y cuatro meses. "Quizás sea todavía muy pequeño y no coordina bien, aún es posible que tenga en casa a un delantero centro o a un centrocampista con visión de juego al que de vez en cuando se le escape alguna patada intimidatoria que levante el Bernabéu", comenta entre risas.

El encierro no afecta al niño, si bien Pedro no esconde sus temores. "Estamos preocupados, aunque dicen que toda historia tiene distintas formas de ser contada, así que yo he decidido elegir la mía. Ahora tengo la posibilidad de disfrutar de mi mujer, de su embarazo y de mi hijo, una oportunidad que voy a aprovechar tanto como pueda. Quizá mañana desayune un ERTE, pero lo haré acompañado y quizá escuchando música".

De fondo suena la canción de Metallica Nothing Else Matters, porque para él, en estos tiempos de encierro, nada más importa.

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