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El sexo anal, el nuevo mandato de la pornografía al que se ven obligadas muchas mujeres

Dominación masculina frente a sumisión femenina. Esa es la radiografía de la sexualidad de la juventud heterosexual. Una desigualdad en la cama que cada vez se acentúa más por la influencia de la pornografía y que en muchos casos está cambiando el sexo oral por el anal a pesar de que no sea lo deseado por las jóvenes pero si por sus parejas.

Jóvenes paseando
Jóvenes paseando (archivo) / EFE

La periodista y sexóloga Peggy Orenstein, autora del libro "Girls & Sex: Navigating the Complicated New Landscape" (Harper Collins) ya lo venía anunciando en sus charlas a padres en los Estados Unidos. "Un 30% de las chicas aseguran sentir molestias cuando practican cualquier tipo de sexo con su pareja por la violencia con la que se consumaba".

Al dolor de las jóvenes durante sus relaciones sexuales se ha sumado un cambio en las prácticas. "Si bien en el pasado siglo el auge del sexo oral fue una de las transformaciones más significativas en el comportamiento sexual estadounidense, en el siglo XXI el cambio es el aumento del sexo anal”.

Un cambio avalado por un estudio de la Universidad de Indiana según el cual "si en 1992, el 16% de las mujeres de entre 18 a 24 años dijeron haber intentado tener sexo anal, a día de hoy el 20% de las mujeres de 18 a 19 años y el 40% de las féminas entre 20 a 24 años lo practican", añade Orenstein.

Práctica que según Debby Herbenick, directora del Centro para la Promoción de la Salud Sexual de la Universidad de Indiana y una de las investigadoras norteamericana más conocidas en comportamiento sexual, "cuando se incluye el sexo anal, el 70% de las mujeres informan dolor en sus encuentros sexuales. Incluso cuando no es así, aproximadamente un tercio de las mujeres jóvenes experimentan dolor, en comparación con alrededor del 5% de los hombres".

El placer es en masculino

A esta insatisfacción se une la complacencia de las mujeres a favor de sus parejas. "Las universitarias son más propensas que ellos a usar el placer físico de su pareja como criterio para su satisfacción, y dicen cosas como: si él está sexualmente satisfecho, entonces estoy sexualmente satisfecha. Los hombres tienen más probabilidades de medir la satisfacción por su propio orgasmo", añade Sara McClelland, psicóloga de la Universidad de Michigan.

Pero, ¿es extrapolable lo que sucede allende los mares a nuestro país? La respuesta según Coral Herrera Gómez, autora de Cómo disfrutar del amor y Doctora en Humanidades y Comunicación por la Universidad Carlos III de Madrid, es un sí como una casa. "La cultura cristiana nos hizo creer durante mucho tiempo que el placer era un pecado para las mujeres, que nuestro cuerpo no era nuestro y debíamos entregarlo a la reproducción, que nuestro honor dependía de nuestra capacidad para la abstinencia. Todavía hoy en día, en los institutos de secundaria, a las chicas adolescentes que tienen las parejas que quieren y que viven su sexualidad libremente las llaman zorras, guarrillas, putas, ninfómanas, y les dedican toda clase de adjetivos calificativos que las rebajan a una categoría inferior. El machismo sigue impregnando toda nuestra forma de cortejarnos, de intimar, de jugar en la cama".

Y es que según añade esta reconocida feminista, las mujeres han tenido prohibido el placer durante milenios. "Para ellas el sexo solo puede hacerse para reproducirse y para complacer a su pareja. Para las mujeres, el sexo es además un medio para obtener otras cosas: por un lado, muchas dan sexo para conseguir amor, y por otro, hay millones de mujeres que se ven obligadas a tener sexo para tener acceso a agua potable, a comida, a dinero".

La desigualdad es tal que, como cree dicha experta, "el único modo de aprender a follar, en nuestro mundo actual, es el porno patriarcal, basado en la dominación masculina y la sumisión femenina. Los chicos tienen una imagen distorsionada del sexo y reducida a los genitales y el coito: los adictos al porno creen que las mujeres disfrutan solo complaciendo a los hombres, y no necesitan nada más que la eyaculación final del macho para sentirse satisfechas y orgullosas de sí mismas".

Una imagen distorsionada del sexo que se está traduciendo "en un aumento de mujeres adolescentes yendo al hospital con desgarro anal. Un desgarro que no se ha producido en una violación, sino en un acto sexual con deseo mutuo. En el porno no hay espacio para mostrar cómo se puede dilatar y abrir un ano al placer: los protagonistas meten su miembro sin contemplaciones. Y luego, al imitar a estos héroes del porno en la cama, a las mujeres no les queda otra que aguantar el dolor pensando que el problema está en ellas, que no se abren lo suficiente", explica la escritora.

La pedagogía de la crueldad

Este dejarse hacer es para Graciela Atencio, fundadora de Feminicidio, el resultado más evidente "de una no educación sexual de las chicas moldeada por el porno y por ende, por la cultura de la violación, presente en la pornografía hegemónica y una de las formas de la pedagogía de la crueldad. No hay más que ver como ejemplo los títulos de los vídeos de PornHub, que muestran la misoginia y un patrón que se repite una y otra vez en las escenas: la humillación hacia las mujeres. La reproducción y divulgación libre del porno sirve como reafirmación de la cultura de la violación, se retroalimentan mutuamente. Es por ello que los gobiernos deberían encontrar la forma de limitar o implementar políticas para su abolición", responde a Público.

Pornografía que convierte el sexo real en algo peligroso para las mujeres. "Es peligrosa para las chicas, ellas tienen que adaptar su sexualidad muchas veces a los dictados del porno en el que no hay libertad sexual en las mujeres. Dicha libertad sexual está reformateada para satisfacer la subjetividad masculina, en la que las mujeres deben estar disponibles para los deseos y apetencias sexuales masculinas. El porno transmite esa idea y otra todavía más peligrosa, que la violencia sexual es sinónimo de sexo. El resultado, ellas tienen sexo cuando no les apetece o acepten prácticas que les resultan insatisfactorias, dolorosas o desagradables. Y en algunos casos, ellas son violadas o abusadas sin percibirlo como tal".

La responsable de Feminicidio apunta como esa violencia sexual se traslada de las camas de las parejas heterosexuales a las calles. "En nuestro informe de Geoviolencia Sexual hemos documentado en España 187 agresiones sexuales múltiples desde el 2016, año que se cometió la violación múltiple de La Manada en Sanfermines. Es escalofriante que se haya naturalizado en las nuevas generaciones de varones el Gangbag, un tipo de porno popular consistente en que varios hombres tienen sexo con una sola mujer, pero si ves y analizas ese tipo de vídeos, te encuentras con prácticas violentas, vejaciones o incluso formas de tortura sexual. Me pregunto: ¿Cuántos de los más de 600 agresores sexuales múltiples registrados en nuestra base de datos se ha inspirado en este tipo de porno? Probablemente muchos o la mayoría de ellos. Lo cierto es que el porno también enseña a los adolescentes a violar".

La solución pasa por educar…a los hombres

¿Qué hacer con este panorama? Atencio tiene claro que todo empieza y acaba en reeducar la masculinidad. "Los hombres tienen que trabajar su masculinidad, su afán de dominio, su adicción al porno, su necesidad de imponer sus necesidades y preferencias y su terrible miedo a la sexualidad femenina. Los hombres deben comenzar por ser educados en la igualdad y en la empatía. En el deseo compartido, en la creatividad erótica desprovista de imágenes pornográficas violentas. Probablemente esto en este momento sea una utopía, pero debemos apostar por una educación sexual temprana, desde que empezamos a socializarnos, con naturalidad y afecto. Con respeto por el cuerpo del otro u otra. La revolución sexual será posible cuando podamos vivir una sexualidad sin violencia", dice a Público.

Por su parte Coral Herrera añade que la clave para disfrutar del sexo “es que haya deseo mutuo, mucho respeto y muchas ganas de disfrutar. Y para poder tener sexo en condiciones, es necesario que los hombres trabajen mucho su masculinidad, su afán de dominio, su adicción al porno, su necesidad de imponer sus necesidades y preferencias y su terrible miedo a la sexualidad femenina”.

Para finalizar, la autora de Cómo disfrutar del amor añade que para poder trabajar todo esto, "hay que transformar toda nuestra cultura y nuestra comunicación, porque son los principales constructores de nuestra sexualidad, nuestro erotismo y nuestro deseo. Si las industrias culturales y los medios de comunicación dejan de transmitir mensajes para reforzar el machismo y el patriarcado, y comienzan a ofrecernos nuevos modelos de masculinidad, de feminidad, y de formas de relación amorosa y sexual, podremos avanzar en la transformación de nuestra sexualidad y nuestras formas de compartir placeres con los demás", finaliza.

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