Son los más fieles guardianes del mar y los ayudantes infatigables de los muchos navegantes que han surcado los mares y los océanos a lo largo de los tiempos, otorgándoles el ansiado alivio frente a la bravura del oleaje.
Hablamos de los faros, edificios monumentales que se yerguen en las costas, cuyas alturas nos regalan la oportunidad de disfrutar a vista de pájaro el mar y su poderío, horizontes imperceptibles desde otros puntos y atardeceres de postal, constituyendo lugares de visita ineludibles para los viajeros con alma marinera y amantes de las bellas panorámicas. Claro que algunos sobresalen por su belleza y señorío. Así que ponemos la vista en el mar y nos asomamos a los seis más bonitos de las costas españolas.
Los faros más bonitos
Torre de Hércules (A Coruña)
Declarado Patrimonio de la Humanidad y Bien de Interés Cultural, ostenta el distinguido honor de ser el de origen romano en funcionamiento más antiguo del mundo, pues se construyó en el siglo I. Su privilegiada ubicación en lo alto de un cerro de 50 metros de altitud, rodeado de un parque escultórico, permite disfrutar de una panorámica de lo más maravillosa, en la que la inmensidad del océano Atlántico y el arte se imponen.
Faro de Cabo de Gata (Almería)
Esta atalaya, que tampoco quita el ojo al mar, se encuentra en pleno Parque Natural del Cabo de Gata-Níjar, sobre un acantilado de 50 metros de alto. Se levantó ante los numerosos naufragios que se sucedían en el cercano arrecife de Laja del Cabo. De hecho, sus fondos se han convertido en un imán para los buceadores más curiosos, que además son hogar de infinidad de bancos de peces.
Con semejante marco paisajístico, las vistas desde lo alto de sus 18 metros de altura son de lo más hipnotizantes, mucho más cuando el sol se despide. Como atractivo añadido, está muy cerca de la playa de las Salinas, que es la más grande del parque.
Faro de Fisterra (A Coruña)
Regresamos de nuevo a A Coruña, más concretamente al cabo de Fisterra, denominado por los romanos finis terrae, cuyo significado es fin del mundo, pues tenían la convicción de que justo aquí concluía el mundo, y que, más allá, únicamente había tierras habitadas por monstruos marinos, donde el sol se apagaba en las aguas.
En este espectacular rincón de la costa de la Muerte, decorado por paisajes abrumadores e imposibles y el Atlántico, se encuentra el faro, que puede presumir de ser el que está más al oeste de Europa y uno de los más populares, pues recibe tantas visitas como Santiago de Compostela. De hecho, pocos peregrinos renuncian a hacer una parada aquí. Y es que desde lo alto es posible contemplar una estampa increíble, protagonizada por el océano, la costa de Carnota y la ría de Corcubión.
Faro de Formentor (Mallorca)
Dando fin al extremo norte de la isla, en el municipio de Pollença, se alza esta atalaya, que además constituyó todo un desafío de ingeniería por las características abruptas del terreno.
Pero el resultado es increíble, pues se eleva a más de 210 metros de altura sobre el nivel del mar y mide 22 metros, por lo que su cima regala una estampa realmente impagable y de lo más trepidante para los sentidos.
Faro de Favàritx (Menorca)
Imponente y solitario, pues está acompañado de una suerte de rocas negruzcas y una mezcolanza de vegetación típica como los socarrells o el diente de león, se sitúa a unos 17 km de Mahón, la capital de la isla.
Se eleva a 47 metros sobre el nivel del mar, con el que además parece fundirse, y luce un aspecto exterior de lo más original, pues su torre está decorada con una banda negra que se extiende a lo largo de su cuerpo en forma de espiral, dotándolo de singularidad. Así que acercarse a contemplarlo ya merece la pena. Claro que, si esperáis al atardecer, merecerá mucho más la pena.
Faro de la Mola (Formentera)
Concluimos con este faro ubicado en la isla más pequeña de las Baleares, que está considerado como uno de los más bonitos de España. Tanto es así que sedujo a Julio Verne, quien lo nombró en varias obras. Su espectacularidad estriba en que se iza magnánimo justo en el filo de un acantilado de 120 metros de altura, permitiendo disfrutar de una panorámica vertiginosa, que se incrementa aún más si miramos la caída de dicho acantilado.
