Público
Público

Teatro al borde de la epilepsia

Los creadores españoles debaten sobre los límites del teatro y su función como arte provocador

P. CORROTO/ I. S. DE UGARTE

Los mirones adeptos a las emociones fuertes tienen una cita en la ciudad británica de Bradford el próximo 11 de diciembre. Rita Marcalo, directora de la compañía de teatro y danza Instant Dissidence hará de cobaya humana en el escenario con la supuesta intención de aumentar la conciencia social sobre la epilepsia.

La bizarra actuación girará en torno a la espera del momento en que Marcalo, enferma desde los 17 años, sufra un ataque epiléptico, con o sin convulsiones. Aunque la actriz lleva una semana sin tomar su medicación habitual, eso no está garantizado en el precio de la entrada. La representación durará 24 horas y los asistentes, que deberán tener más de 18 años, recibirán un saco de dormir y algo de comida.

Puede ocurrir que el clímax llegue cuando estén dormidos. En ese caso, sirenas y luces entrarán en acción para despertarlos y que no se pierdan ni un detalle. Los miembros de la compañía llevarán a cabo varias representaciones hasta el momento decisivo.

Ante esta acción teatral de Rita Marcalo y que cuenta con una subvención pública de 15.447 euros, el debate es ineludible. El arte está hecho para remover conciencias, pero este tipo de acciones, ¿están dentro de los límites del teatro? ¿Cuáles son estos? ¿Hasta dónde se puede llegar?

La respuesta es ambivalente. Según ha podido comprobar Público entre varios creadores teatrales sondeados, hay pelea en la sala. Y todo ni es blanco ni negro.

Para el director del Festival de Mérida, Francisco Suárez, es evidente que la propuesta de Marcalo 'es un crimen, algo que no se puede permitir. Es una idea que falta al respeto'. Junto a Suárez se sitúa el director de escena y dueño de la sala La Guindalera de Madrid, Juan Pastor, quien se detiene en la idea de la realidad ante la ficción: 'El arte escénico es ficticio. Lo que propone Marcalo es repugnante e incluso un poco ingenuo. Demuestra la obsesión que hay por el efecto y cómo nos estamos olvidando de lo esencial del arte escénico, que es el ser humano'.

En tonos menos catastrofistas se sitúan creadores como Rodrigo García y Antonio Fernández Lera. Los dos se mueven en un terreno teatral que consigue el impacto en el espectador, ya sea a través de transmitir toda la dureza de una enfermedad terminal en un chico joven en el caso de Lera en Memorias de un jardín o escenas como la de matar a un bogavante en escena en el caso de García en Accidents. Para ellos, el artista lleva la razón y como apunta Lera, 'ante todo, una obra de teatro tiene que pasarse de la raya'.

Eso sí, mientras que García se muestra convencido de que cada artista debe encontrar su manera de comunicar y que la de Marcalo puede estar en mostrar su epilepsia, Lera está más comedido: 'Pasarse de la raya no quiere decir que yo esté de acuerdo. Hay que ver cómo, para qué, y qué quiere contar'.

'Mis obras pueden molestar, pero no hay nada real', dice Rodrigo García

El creador Sergi Faustino pone el límite del escenario en el límite de la calle. Pero hay que tener cuidado: 'Cuando conviertes al espectador en un simple vouyeur, el teatro pierde todo el valor. Mi decisión en Nutritivo fue crear cuestionamientos culturales al público al ofrecerles comer morcillas fritas con mi propia sangre'. Su intención era buscar un espectador enfrentado a sus conflictos morales.

'La libertad de cada uno es lo que define el límite del teatro. Otra cosa ya es el daño moral', manifiesta el director de escena Andrés Lima, miembro de la compañía Animalario. Defiende la postura de Marcalo, pero también ofrece un punto crítico: 'Este tipo de experimentos no creo que sean muy novedosos. Ya se han hecho performances desde hace muchos años. Quizá esto de la epilepsia le está sirviendo como reclamo publicitario'.

El dramaturgo Juan Mayorga se queda a mitad de camino entre estas opiniones. Para él, el límite tanto en el teatro como en la vida 'está en la dignidad del ser humano, que no se puede rebasar'. Por eso se apoya en la filósofa Hanah Arendt, quien afirmó que todo el pensamiento nazi se basa en el lema de que todo es posible. 'Y el arte que crea que todo es posible, también puede ser criminal', apuntala.

«Quizá es que ya no se sabe cómo provocar», señala Andrés Corchero

Con su acción, Rita Marcalo pretende que la epilepsia deje de ser una 'discapacidad invisible'. El exhibicionismo de la actuación plantea que se cuestione la forma en que vemos la enfermedad.

'Si buscas ataques epilépticos en Google o YouTube, encuentras toda clase de imágenes grabadas con teléfono móvil sin el consentimiento de los pacientes', ha explicado la actriz. La obra es una forma irónica de denunciar 'ese voyeurismo', aunque los mirones siempre preferirán la comodidad del ordenador de su casa a estar esperando durante todo un día. Precisamente por esa intención autoparódica, los espectadores podrán grabar la escena con sus móviles.

Fernández Lera también tocó el tema de la enfermedad, pero no tuvo que mostrar los síntomas visibles de la dolencia desde los vómitos a los desmayos para plantear una reflexión sobre la vida. 'Creo que era una obra muy subversiva, pero yo utilicé como arma una carga muy profunda de literatura con el fin de romper muchos prejuicios', señala. Su intención hacia el espectador era ante todo, 'tratarle como una persona adulta y devolverle su capacidad de escuchar y de mirar', recuerda.

El tema de la enfermedad también es muy válido para Juan Mayorga. Incluso él reconoce que 'actores discapacitados se pueden utilizar para hablar de la discapacidad. El teatro debe hacerse eco de su silencio'. Ahora bien, recalca sus peligros: 'Si el enfermo aparece retratado como un fenómeno de feria, se está dando al espectador todo lo contrario. Es un tipo de teatro que nos prepara para lo peor'.

'Ese teatro que muestra nuestra convulsión', dice Suárez

La acción de Marcamalo tampoco ha sido bien vista por las organizaciones de apoyo a los epilépticos. Philip Lee, director de Epilepsy Action, sostiene que todo es como mínimo 'inapropiado'. 'Me preocupa el peligro potencial que puede sufrir un paciente que deja de tomar la medicación. Los ataques pueden provocar todo tipo de lesiones y, en el peor de los casos, la muerte'.

La neuróloga Sallie Baxendale ha explicado que la epilepsia es impredecible. Bien puede ocurrir que no pase nada. En caso contrario, no ve las ventajas por ningún lado: 'Si sucede frente al público, es probable que se sienta muy incómodo. ¿Ayudará a reducir el estigma que aún rodea a esta dolencia? Lo dudo'.

Pero Marcalo no pretende que el espectador se lleve sólo un baño de espuma y saliva. Casi como la que inauguró Luis Buñuel con la secuencia del ojo rasgado en la película El perro andaluz. O como las de Antonin Artaud en su teatro de la crueldad. En escena, ella hará lo posible por sufrir. No dormirá ni comerá, consumirá alcohol y fumará, aumentará la temperatura de su cuerpo y habrá juegos de luces para inducirle al ataque. Precisamente, todo lo que no tienen que hacer los enfermos de epilepsia.

Esta búsqueda de un estado de agitación en el público tiene otras opiniones entre los los creadores. El director del Festival de Mérida, Francisco Suárez sostiene que este es un tipo de teatro que muestra 'la convulsión en la que estamos viviendo. Parece que lo único que importa es llamar la atención y provocar'. Andrés Corchero, coreógrafo y rara avis de la danza no es tan tajante pero tiene sus dudas con respecto a estas acciones: '¿Hasta qué punto puede uno automutilarse en escena? Quizá es que ya no se sabe cómo provocar'.

No caer en el circo. Ese es el lema que debe pervivir en las obras, según Andrés Lima. ' No sé cómo será lo de Marcalo, pero mientras sea teatro, está bien. Luego ya dependerá del público. Si no es arte y es un rollo, nadie irá a verla', asegura.

Rodrigo García no están de acuerdo. Para él, que en obras como Compré una pala en Ikea para cavar mi tumba escenifica cómo los actores se introducen salchichas por el ano, o que en Versus mete a un conejo en un microondas, este teatro no tiene nada que ver con el morbo. 'Creo que hay mucho más en otras cosas como Internet o la política española actual', especifica.

Para él, este tipo de teatro es su forma más honesta de comunicar algo. 'Yo creo que un universo poético sugerente. Hablo de la agonía, de la tortura, pero lo que hago es generar una ilusión. Es cierto que puede molestar, pero en mis obras no hay nada real', señala. Por eso tranquiliza a todos los que salieron espantados tras ver al conejo dar vueltas en el pequeño microondas: ¡Pero si fue un efecto teatral que rozó lo ridículo! El aparato no estaba conectado', se exhalta.

Antonio Fernández Lera apuesta por un teatro que convulsione 'porque es un golpe a un teatro amorfo y sin ganas de complicarse la vida , un teatro dirigido a un público muy burgués'. Lo importante, finalmente, es la coherencia entre el discurso y la acción teatral. Rubén Sánchez, director del Festival Escena Contemporánea lo tiene claro: 'Si veo que no existe esa relación, no la programo'.

¿Te ha resultado interesante esta noticia?

Más noticias